martes, octubre 10, 2006

Generalizar

Generalizar implica, necesariamente, eliminar y/o alterar detalles. Una alteración que se consigue de diversos modos: se eliminan algunos, se potencian otros, se ensalzan o se menosprecian otros. Todo esto según una forma “x” de leer la realidad. Todo esto se hace en función de lo que se quiere generalizar pero, sobre todo, hacia cual de los dos polos que consideramos (el positivo o el negativo) se pretenda ceñir la generalización.
Generalizar es fácil y, en este mundo tan enfrentado consigo mismo, es hasta imprescindible. La generalización es siempre discursiva y niega la posibilidad de alterar los razonamientos que, supuestamente, gobiernan el proceso de generalización.
Para generalizar se utiliza siempre alguna animosidad. Para bien o para mal. Se interpretan los hechos, los datos o, mejor dicho, se le da credibilidad a ciertos datos y se le niega esa opción a los que expresan lo opuesto. La generalización nunca es neutra y, casi siempre, es nociva.
Lo terrible es que se la utiliza como un recurso de credibilidad y de manifestación de alguna experiencia, casi como una exhibición de conocimiento. Es más, es utilizada por algunos con la pretensión de ser una muestra de sabiduría o de experiencia de vida. Lo cierto es que la generalización es una estrategia de poder y que, difícilmente, sea originada por el conocimiento, el análisis crítico y la procura de la verdad. Aún en los casos que se llegue a una verdad consensual.
Creo que generalizar sobre las personas siempre nos aleja de ellas. No estoy hablando de la generalización como parte de un proceso de construcción en alguna disciplina social, sino de aquel tipo de proceso que se esmera en establecer dos bandos opuestos y contrarios, sentenciando un grupo al oprobio, formado este último por una generalización basada en un rasgo externo del individuo y no por características propias del sujeto.
Generalizar es, en este sentido, definir estereotipos basándose en cualquier principio que se considera como cierto. Para generalizar no hace falta información sino exhibición de elementos desordenados. Se exponen argumentaciones, siempre parciales, que se los considera creíbles por el solo hecho de ser enunciados.
Lo que define una generalización es una visión del otro y del propio ser, tejida por diversos elementos, entre los cuales se cuenta, primordialmente, una experiencia antigua, que marca el punto inicial de la generalización y una sistematización del sesgo con una manipulación de datos, los que, generalmente, no son nunca constatados y que, particularmente, están muy mezclados, lo que permite tener siempre la razón en la generalización. Así, sin un orden racional se utilizan, arbitrariamente, razones de diferentes niveles y que no tienen coherencia en su estructura. Se recurren a argumentos de experiencia personal, se les suma mitos populares, todo se lo barniza con mucha ideología, eventualmente, se puede esgrimir alguna información, sin precisar fuentes, y, puede ser oportuno, referirse a alguna voz, supuestamente autorizada. Todo esto permite crear esa masa informe que garantiza en el discurso, lo correcto de la generalización. En definitiva, todo se resume en “tengo razón por que he hablado mucho”.
Generalizar implica más que un error conceptual, es una trampa en la que caemos los seres humanos y donde la presa, curiosamente, son otros humanos. Perdemos en ello más de lo que ganamos. La generalización nos permite orientar la bronca contra algunos, al mismo tiempo, que nos impide la procura de soluciones de los problemas reales que tenemos.
Generalizar, en estos términos, a los demás es mucho más que una equivocación es un lastre que llevamos en nuestro largo camino por esta vida.
Martes, 10 de Octubre de 2006

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