lunes, noviembre 20, 2006

Los que se creen jueces

Entre las categorías de personas que afectan mucho a mucha gente son los que voy a llamar “los jueces”. Allí van por la vida estos individuos con su idea clara del mundo y su justicia expeditiva. Estos a los que denomino “jueces” son aquellos que, aunque lo disfracen, no les gusta el diálogo, sino todo proceso, real o falseado, que lleve a que los demás acepten lo que dicen como verdad absoluta.
Son esas personas que enfatizan sus verdades terminando con un “no quiero respuestas”. Así deambulan por el mundo con su supuesto poder a cuestas, van sentenciando a los demás con sus enunciados. Enunciados, tantas veces sesgados y cargados de interpretaciones, que ellos, obviamente, presentan como verdad indiscutible. Leen sólo los hechos que les conviene y, a estos lo hacen exclusivamente del modo que les favorece. Con una soberbia galopante, ocultada bajo una tentativa de maquillaje con un impresentable interés por el otro, establecen su declaración de principios en cualquier tema y culminan con un “no quiero que me respondas”, que ellos creen como un gesto de apertura mental. Así como hacen algunos jueces, están convencidos que sus palabras implican que el diálogo debe terminar puesto que, todos deberían saberlo, más allá de sus sentencias no puede haber otra verdad, por ello sólo queda aceptar su palabra santa.
Es obvio que, algunas veces, pueden tener razón en sus apreciaciones. Eso es algo bueno. Pero mi remarca no es sobre la tasa de aciertos que pueden tener en sus sentencias. Mi observación pretende subrayar que estas personas, con su actitud están cerrando la posibilidad para que la palabra sea una posibilidad cierta y necesaria en nuestras relaciones.
La palabra, siempre individual y necesaria es quien nos humaniza y nos conduce a la felicidad posible. El resto sólo son las manifestaciones de nuestras limitaciones, de nuestras incapacidades, de nuestros miedos, de nuestros defectos. A cada uno es la tarea de procurar superarlos por uno y, si bajamos de nuestros pedestales, por los demás.
Yo creo que “estos jueces” no colaboran con la tarea imprescindible de permitir la palabra para la felicidad, para el encuentro, para la superación.

Miércoles, 15 de Noviembre de 2006

Felicidad y no felicidad

Entre las cosas que los seres humanos buscamos desde siempre están el amor y la felicidad. Sin embargo, esas dos cosas, tan procuradas, los seres humanos no las saben definir con certeza. Así pasamos por la vida, muchas veces, disfrutando algo que nombramos como tal sin tener seguridad que eso sea o perdemos una vida buscando sin saber bien como es lo que se busca. Es curioso, pero los seres humanos funcionamos así, buscando cosas que no terminamos de entender.
¿Qué será la felicidad? Cada uno intenta dibujarla en función de sus experiencias o vivencias y de ese modo crea una sensación que es muy válida, pero que no siempre es transmisible. No se puede decir a los demás qué es la felicidad que deben buscar, únicamente se pueden dar indicaciones tan generales como difusas: “¡sé tú mismo!”, “debes sentirte bien con lo que haces”, “lo mejor es sentirse a gusto con las cosas cotidianas” o cosas por el estilo. Ser feliz es algo que todos debemos aspirar, que todos podemos conseguir, sin embargo no siempre tiene que ver con lo que los demás pueden ver sobre qué es felicidad.
Puede ser que existan claves para acercarse a ella, sin dudas. Pero quisiera recordar que esas claves son solamente mojones en el camino, marcan sendas, pero no establecen caminos inequívocos para todos.
La felicidad es una sensación, tal vez sea como el agua. Existe una que es potable, pero se pueden beber muchas diferentes. Es cuestión de adaptarse a ellas. Será inodora, insípida y transparente, pero será de uno.
No sabemos como conseguir la felicidad, pero tenemos más ideas sobre que es lo contrario, la no felicidad. Tal vez porque son cosas que son más fáciles de saber cuando no están. Tal vez un indicador de no-felicidad sea el tiempo que pasamos viendo, escudriñando, comparando lo nuestro con lo que los demás hacen, dicen, piensan o creen: la comparación improductiva, por llamarla de algún modo. El tiempo que comparamos con los demás nuestras cosas como queriendo probarnos que tenemos o hacemos algo más.
Tal vez sea esto un marcador. Lo sugiero, aún sin tener la certeza absoluta. Lo sugiero porque si tengo seguridad plena que puede ser un buen comienzo para la reflexión. Una reflexión que nos urge porque, definitivamente, esta vida no es tan larga como para que no procurar la felicidad como una verdadera necesidad imperiosa.

E, viernes, 03 de septiembre de 2004

Frente a la injusticia, ¿Qué hacer?

¿Qué hacer frente a la injusticia que, tantas veces, produce el poder? Este es, indudablemente, uno de los temas más importante que todo sistema de gobierno tiene como desafío y como clave para su desarrollo. En teoría esto no es difícil. Alcanza y sobra con una suma elemental. La justicia sería = utilización de un compendio de reglas claras de juego + un juez independiente que permita definir ese uso correcto de las leyes. Sabemos, sin embargo, tanto por ciencia cierta como por experiencia cotidiana, que esa suma teórica tan simple en el papel (leyes adecuadas y conocidas + jueces independientes) no se realiza siempre. Así, en la realidad esta operación debe incluir, arbitrariamente, una serie de factores que se van agregando a la suma y que hacen que el resultado sea incierto y contrario a la lógica.
Así tenemos los que agregan despóticamente decretos o pequeñas normas para adecuar las leyes a sus intereses, jueces que son manipulados, ya sea por su propia moral estrecha o por maniobras de quien dispone del poder, tenemos, también, interpretaciones según lo que está en juego. La injusticia, por ello, parece una cuestión inevitable, sobre todo cuando las leyes iniciales chocan con los intereses de quien tiene el poder.
A este problema se le suma otro, tan grave o aún más como el mencionado. Nadie quiere abiertamente ser sindicado como el responsable de una injusticia y, entonces, para evitar esa responsabilidad, los que cometen la injusticia y tienen el poder, elaboran sentencias, dictámenes y/o enunciados para justificar, abierta y vigorosamente, que los cambios realizados, las interpretaciones arbitrarias y las normas no respetadas obedecen a una visión inmaculada de justicia y aquel o aquella que no piense así debe estar condenado por alguna razón.
Esto que acabo de pintar someramente es mucho más común de lo que quisiéramos pretender. Especificando que esta situación planteada no es exclusivo de sistemas de gobierno, existen, y mucho, en las familias, instituciones barriales, grupos de amigos, tal vez porque la sociedad comienza a gestarse en grupos menores.
Lo cierto es que esto es muy difícil de revertir sin una disputa fuerte. Pero para ello debemos saber que como toda disputa puede terminar en un quiebre definitivo. Ser firmes implica, necesariamente, tomar partido por algo, con convicción. Si esa disputa está relacionada con un principio esencial que uno pretende defender, debemos saber, que implica el resguardo del principio exige correr el riesgo del conflicto y con ello enfrentarnos con quien ataca ese principio. Un conflicto que, posiblemente no tenga una solución fácil.
Ahora bien, ¿estamos dispuestos a defender justicia o tranquilidad? Esta pregunta es clave porque, mal que nos pese, no siempre van juntas.

Domingo, 19 de Noviembre de 2006

jueves, noviembre 16, 2006

Cumpleaños

Un cumpleaños siempre es un día cualquiera. Uno pretende, muchas veces, enfiestarlo con halos mágicos y con festejos emocionantes o emotivos. Pero, lo cierto es que es un día más de vida, la que, generalmente, comienza y termina sin respetar nunca el calendario. Nacemos, metafóricamente hablando, 9 meses después que un óvulo y un espermatozoide se hayan acertado, con buena fortuna, en un encuentro de placer y amor; y nos morimos cuando la suma irreverente, de accidentes posibles, naturaleza mortal, riesgos asumidos, iatrogenias variadas – todo adornado por la voluntad divina-, dice que el momento ha llegado. Está es la verdad, aunque suene un poco fastidiosa y pesimista (¡Cómo les gusta a algunos utilizar esta palabrita cuando se dice la verdad cruda en reemplazo de ideas edulcoradas e irreales!).
Lo cierto es que las cosas son así, nacemos cuando nacemos y nos morimos cuando nos toca en suerte, las posibles programaciones de uno u otro son mínimas. Por más que existan otras formas más aceptables y hasta lindas de decir esto. Entonces, ¿de qué sirve el cumpleaños? De mucho para muchos y de poco para otros.
Una fecha de recuerdo, como siempre repito, es una fecha que nos permite disculparnos un poco por nuestras ausencias o, quizás, sirva para compartir un poco más la alegría que compartimos cotidianamente. Para algunos y algunas es un tibio intento de olvidar los días ya olvidados, para otros y otras es una excusa para poder expresar sentimientos que deberíamos tener pero que no nos nacen decir todo el resto de los días y, también, para algunos son días que nos permite expresar una vez más la alegría que frecuentemente sentimos cuando compartimos, sentimos, hablamos, escuchamos, disfrutamos de una persona.
Es bueno festejar cada día como uno nuevo en nuestra vida. Tanto, como es ideal y maravilloso deleitarnos con toda posibilidad que la vida nos ofrezca de poder estar y compartir momentos con quien deseamos y queremos, sea el día del aniversario o un día cualquiera del calendario. Pero todos sabemos que esto no es siempre posible. La geografía, en muchas ocasiones, hace del mundo una distancia lejana y la historia personal de cada uno, en otras situaciones, hace que las circunstancias, envuelta en diversas preocupaciones, una cadena de obstáculos que nos impide el ánimo y la cercanía.
Un cumpleaños no es más que un día, un día en que es bueno acordarnos de una persona, pero sin olvidar que es mucho más importante recordar a las personas en cada momento que nos sale de adentro sentirnos cerca. El resto, muchas veces, sólo son obligaciones o buenas intenciones. Las primeras no son buenas para recordar un cumpleaños, porque son rayanas con la hipocresía y las segundas, lo sabemos, son, tantas veces, el pavimento en el camino al infierno.
Celebremos los cumpleaños como celebramos cada día que podemos, con la alegría de poder estar, con el deseo de compartir, con la ambición de ser felices y con el amor que nos permitimos por esa persona.


17 de Noviembre de 2006

Saludar y no hacerlo



Saludar no es sólo un gesto mínimo, es un resumen de actitud. Saludar es una forma de probar que somos humanos. Sin embargo, no siempre saludamos y las razones por las cuales no lo hacemos van desde la timidez hasta la diferencia ideológica; desde la bronca indirecta hasta el resentimiento real. Así, encontramos en el privar de ese gesto a alguna persona una declaración de intenciones, un llamado de atención a nuestro “no-saludado” o a su entorno. Digamos que es como una declaración pacifica de guerra, autorizándonos el contrasentido.
Parece una buena solución, pero lo cierto es que si uno está pensando esto es porque le da importancia al saludo, algo que, definitivamente, no todos ni todas creen, sienten y comparten. Es decir, hay personas que creemos que el saludo es más que un gesto protocolar, creemos que el saludo es un gesto de certeza y de singularidad maravillosa. Si, muchos pensamos, que el saludo es una síntesis de humanidad, una síntesis elocuente y fabulosa. Pero lo cierto es que no todos piensan así. Algunos le dan el valor de “nada”.

También es cierto que hay algunas personas con las que uno debe esforzarse en poder saludar. Pero aclaro, ese esforzar es simbólico, porque no es porque eso “queda bien”, sino porque al saludarlas uno recibe de ellos una “corriente eléctrica” de ánimo, y eso es algo que es una bendición real. Son esas personas que saludan como si fuese con el corazón en la mano.
Hay momentos que uno deja de saludar. Es, quizás, una declaración de algo. Pero, lo cierto, es que pocos y pocas lo comprenden, porque para poder interpretar esto deberían utilizar el mismo código de uno. Un código muy complicado por ser tan simple. Un código en el que saludar es dejar una puerta abierta al otro, es el esfuerzo para estar cerca, aunque sea efímeramente, es la expectativa de la posibilidad, minimamente, de la comprensión, es una señal de nuestras necesidades y de nuestra disposición.
Un saludo siempre debería ser una forma de compañía, a veces efímera, a veces circunstancial, pero siempre una demostración contundente de cercanía. Cuando deja de serlo, quizás, la única alternativa válida sea, dejar de saludar, no como un mensaje que alguien debe decodificar, sino como la aceptación de alguna de las cosas que nos superan.

Jueves, 16 de Noviembre de 2006

miércoles, noviembre 15, 2006

Una idea sobre la felicidad

¿Dónde está la felicidad que buscamos? ¿Dónde se encuentra ese oasis que deseamos cuando nos vemos, tantas veces, en el desierto que nos toca en suerte? ¿Es posible creer que ella se encuentra tan cerca que podemos percibirla con algunos de nuestros sentidos o con todos ellos?
Lo cierto es que tantas veces en nuestras vidas la creemos tan cercana como si fuera una fruta sólo para nosotros. La asumimos como propia en esos momentos que nos encontramos sonriendo por el sólo hecho de tener lo que tenemos, sea mucho o poco. Creemos, como ciencia exacta, que esa felicidad que nos llega en migajas es nuestra y que sólo depende de lo que suele depender la verdadera felicidad, de unas cuantas cosas que siempre caben en la palma de la mano, en un par de pensamientos y un momento que se comparte.
La felicidad siempre está cerca, pues aún en situaciones extremas uno la puede encontrar en esas pequeñas cosas que hacen siempre la diferencia, dicen los optimistas. Pero, aún aceptando esta verdad como una realidad sincera y tangible, no podemos negar que en este mundo hay mucha gente que, directa o indirectamente, se esfuerza para que esa felicidad se reprima, se mantenga oculta para muchos y muchas.
Ser feliz nunca es un acto solitario, necesita de, por lo menos, la idea de otro.

Miércoles, 15 de Noviembre de 2006

jueves, noviembre 09, 2006

Reflexiones entre conchas y caracoles

El mar se presenta como siempre, dinámico e intenso. La arena regada conchas y caracoles y también otras cosas. Todo es como la vida o se me ocurre a mí. Las metáforas tal vez no sean metáforas cuando son demasiadas reales. “Solo es cuestión del cristal”, se me viene a la cabeza esa idea, el cristal con que se mire. Será tal vez, pero solo importa el sufrimiento que se siente, no las cosas como se miran. También es como la vida, las cosas solo se sienten de un modo verdadero: el que pasa por la piel, por los sentidos de cada uno y nada más. El resto solo es cristal, el cristal ajeno. Si, estoy de acuerdo, uno puede cambiar la visión y con eso tal vez repercuta en como siente, pero sea de un modo u otro, sigue importando ese sentir que bajo la piel se hace carne y expresión. Solo hay vivencias en la vida, las que nos pasan, las que tenemos que compartir, las que nos sacuden, las que son nuestras. He allí el secreto o la evidencia. Más allá de la arena, del mar, de las conchas y los caracoles, está lo simple, nuestras pisadas sobre la arena. El mar puede deshacerla, pero nada quitará a nuestros pies los pasos dados.

E, miércoles, 21 de julio de 2004

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