domingo, diciembre 24, 2006

Feliz Navidad

Saludos de Navidad. Llegan por todos lados. Internet facilitó todo. Podemos reenviar cosas recibidas y hasta crear otras que otros, a su turno, reenviaran. Se podrá ser muy originales o poco, sinceros, racionales, cursis, o lo que fuera y llegar hasta los confines del mundo, solamente es necesario una buena conexión. El mundo globalizado ha permitido que todo sea tan fácil como “universal”.
El 25 llega y el sentido nos permite un poco de redención que anhelamos o por lo menos, aunque siempre inconsciente, que buscamos. Pero lo cierto es que las fiestas de fin de año, como cualquier fiesta, nos permiten acercarnos un poco más a los otros, a los que deseamos fervientemente acercarnos y a aquellos que las circunstancias nos ponen cerca, y al hacerlo les deseamos, con dosis desiguales y poco constantes de protocolo, necesidad, satisfacción, interés, sinceridad, recuerdos, obligación y otras variables, una feliz navidad y hasta un prospero año nuevo.
Sea lo que fuera, lo cierto que llegado a estas épocas nos saludamos en general. Aprovechamos los mensajes lindos, los powerpoints ingeniosos y otras yerbas (los blogs en mi caso) para hacer una expresión de deseo, comprometida, sentida o lo que fuera, como una tentativa de espantar las malas nubes, los penosos recuerdos y los errores cometidos. Es algo bueno, realmente, pues nos da la posibilidad de devolvernos un poco de humanidad perdida, como diría Sabato, aquella que acredita realmente que lo mejor de la vida en esta tierra, lo que produce la felicidad, son las cosas simples que nos hacen compartir un gesto, hacer de lo simbólico una ocasión para estar cerca y buscar al otro de modo que esa persona sea importante por el solo hecho de ser.
Feliz navidad es únicamente una expresión que no siempre adquiere sentido. Tal vez, lo tenga si logramos transformarla en una actitud que dure más que un día y que se prolongue un poco después de la fecha fortuita del calendario. Quizás, así seamos capaces de salvar el mundo.

Domingo, 24 de Diciembre de 2006

viernes, diciembre 08, 2006

Reflexión sobre matrimonios

Lo que une a las personas durante años en un casamiento es, algunas veces, el amor. Pero, muchas otras es la lealtad. Una especie de compromiso que se adquirió, en general de forma tácita, con la otra persona. Acuerdos basados en gestos que fueron únicos en algún momento o renuncia a otros gestos únicos pero no convenientes. Gestos que, tal vez, en su momento, fueron la marca necesaria o la tentación resistida para torcer una historia. El punto de referencia inevitable en un curso de vida. Así, muchos matrimonios están condenados a sobrevivir los desgastes de la relación en honor hacia aquel gesto que la otra persona tuvo u otra cosa. Son más que gestos simbólicos, son gestos, palabras, promesas que fijan nuestra vida a un punto central y que las cadenas que tejemos nos hacen, siempre, dar vueltas sobre aquel epicentro.
El ser humano no está hecho para vivir toda una vida con otra persona y tampoco para lo contrario. Ni una cosa ni la otra son la verdad absoluta. No pongo, con esto, la formula del equilibrista, la que pretende establecer un espacio de “todo es relativo”, tan de moda en nuestro siglo. Lo que busco decir es que el ser humano es un personaje central en su propia historia, nunca escrita de forma consiente, sino siempre por escribir (de este modo, me protejo de la discusión sobre destino y esas cosas, porque aún existiendo no es algo que se pueda leer). Esa historia es dinámica por definición, ya que el ser humano vive. Parece una tautología en si mismo, pero, vivir implica muchas cosas entre las cuales sobresale la metamorfosis permanente sobre formas de sentir las relaciones, comprender la realidad, descubrir y simbolizar los fenómenos, determinar sentidos y significados, reconocer los escritos que se nos van apareciendo. 

Cada etapa, época, año tiene una forma diferente de ser vista, leída e interpretada, todo eso originado por una innumerable cantidad de fuerzas que entran en juego sobre cada uno de nosotros. Así, las explicaciones válidas para nuestra niñez pierden su fuerza e interés en la adolescencia y así sucesivamente en nuestras vidas. Nociones como ética, responsabilidad o interés van mudando permanentemente, no de una forma inconstante, sino como constante. Esto, claro está, con la sensación de seguir un camino marcado por ciertos principios, que pretendemos inmutables, para poder soportar los vaivenes. Los ejemplos son constantes en lo cotidiano: los abuelos permiten cosas a sus nietos que no permitían a sus hijos, independiente que muchos de ellos pretendan decir lo contrario. Los que son padres, también vale decirlo, también se permiten cosas que decían que no iban a hacer cuando fueran padres (y madres también, aunque ellas tienen, generalmente, más coherencia interna, por conocer, muchas veces, la fragilidad de la que los seres humanos estamos hechos).
Se modifican los tiempos, los intereses, el contexto, las informaciones que llegan hasta cada uno, las necesidades, los deseos, las preocupaciones y los miedos. El deportista que tiene un problema cardíaco, modificará hábitos o no, pero modificará la percepción de sus miedos (o debería hacerlo). 


El joven que se convierte en padre, el niño que es rechazado por quien no desea serlo,  el amante que debe resignar su amor -por la razón que crea, etc. etc. A cada momento, nuestra vida recibe nuevos estímulos que hacen que la fisonomía del mundo pueda ser modificada ostensiblemente.
La convivencia con alguien nos hace descubrir las cosas que los seres humanos hacen en diferentes situaciones. Al poder aumentar el tiempo de exposición, aumentamos las posibilidades de ver los aspectos negativos de forma más reluciente. Nadie puede tener un mismo papel todo el tiempo. Así en la convivencia van saliendo dudas, miedos, preocupaciones, limitaciones y todo eso que forma nuestra forma de reaccionar e interactuar con el mundo. Cuanto antes asumamos esta realidad, quizás podamos ocupar nuestro tiempo en buscar las formas de desarrollar estrategias, promover aptitudes y descubrir las actitudes que hacen que una relación persista durante la vida de la mejor manera.
Esto es lo que llamamos amor, amistad, o sentimiento: la capacidad que desarrollamos de acompañar los cambios del otro y dejar que el otro nos acompañe en nuestras mudanzas, inevitables. 




jueves, diciembre 07, 2006

Anécdota

El azar permitió que unos niños de abrigo llegasen a casa. Por supuesto fue un poco de fiesta. Unos galletas, una pelota, un poco de piscina, unas gaseosas. Detalles mínimos pero que son una maravilla para ellos. El tiempo pasaba y uno se daba cuenta que lo que estaba ofreciendo era poco, leído, como se suele hacer por nuestras incapacidades, por lo material que se estaba dando. Frente a ello, cuando iban a irse, atiné a buscar unos lápices que quedaron en algún sitio para brindar como un regalito final. Un detalle sin mucho más para mi. Los niños tomaron los lápices. Uno lo miro, lo aferró fuertemente y le dijo, a una de las maestras que les acompañaba, algo al oído. Luego me miró, me sonrió y siguió camino hacia la puerta. Yo encontré simpático el gesto de agradecimiento. La miré a la maestra con ese sentido, como haciéndola participe de ese “agradecimiento simbólico”. Ella se acercó y me trasmitió las palabras dichas al oído: “Yo vendía esos lápices en la calle”, luego agregó, por eso está en el abrigo, trabajaba en la calle.
Sólo atiné a mirarlo de nuevo y decirle que él merecía recibir ese regalo y nunca venderlos. El se quedó en silencio. ¿Cuál recuerdo se habrá colado en ese frágil lápiz? ¿Será sólo un lápiz o un trazo para escribir una nueva historia, mientras no venga alguien y la borré como si nada?
Esto que cuento puede ser sólo una pequeña anécdota. Pero creo que las pequeñas anécdotas siempre reflejan las cosas importantes que vivimos los seres humanos. Ese tejido de verdades, incertidumbres, miedos, recuerdos, sueños, deseos que somos los seres humanos se manifiestan “en carne y hueso” en el pequeño conjunto de historias mínimas que tejemos a lo largo de nuestras vidas. Si aprendemos a mirarlas, tal vez aprendemos un poco más sobre nosotros. Un aprendizaje que nos permitiría andar por este mundo con un poco más de ternura en los gestos, un poco más de humildad en los actos, un poco más de disposición en el espíritu. Quizás, lo que realmente hace falta para intentar salvar nuestro futuro.

Miércoles, 06 de Diciembre de 2006

Detesto la burocracia

Detesto la burocracia. Es una frase que juró haber pronunciado varias veces como también certifico haber escuchado hasta el hastío. Pero lo cierto es que la burocracia convive a diario con nosotros. Surge fuerte y firme en casi todos los actos de la vida, desde nacer hasta morirse. Siempre hay papeles, muchos o pocos, que llenar y, lo sabemos, donde hay papeles para completa hay funcionarios para recibirlos y donde hay funcionarios, por el sólo hecho de ser humanos, hay posibilidades de encontrar algún ser humano que sea tan escrupuloso como ineficiente por afanarse en respetar siempre más las formas detallistas que el fondo importante. Son los que se detienen en ver si el color de la tinta es igual en todo el documento antes que ver el resto de las cosas.
La burocracia, en este sentido, podemos decir que nos ganó. Todos la detestamos en mayor o menor grado, pero allí está, omnipresente en nuestras vidas. ¿Será que la batalla por la simplicidad la perdimos o, quizás, que nos hemos convertido en necesitados imperiosos de esa pila de papeles para completar?
Lo cierto que, como pasa muchas veces, no es una cosa ni otra, por ahora. Siempre hay muchas cosas desagradables que simplemente se hacen porque nos guardamos las fuerzas para otras batallas, las que consideramos importantes. Por ello cedemos frente a esos detalles ásperos que nos molestan y hastían en el día a día.
Sólo importa saber si estamos preparados para enfrentar a la burocracia con toda la fuerza de nuestro espíritu, si ella se convertiese en una muralla que nos separe de nuestra felicidad, de nuestra capacidad de estar cerca del otro. Por eso estemos atentos para que nunca la burocracia se convierta en nuestra excusa para evitar lo mejor que tiene el estar vivos, los demás.

Martes, 05 de Diciembre de 2006

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