viernes, abril 13, 2007

Creer en el ser humano

Creo en el ser humano. Creo en su capacidad de hacer el bien a pesar que el mal paga mucho mejor. Creo en su capacidad de ser solidario cuando todo invita a ser egoísta y, encima, los egoístas son vistos como paladines de la generosidad, al dar mucho pero nunca lo propio. Creo en la posibilidad de que sea el ser humano quien revierta el universo de destrucción que él mismo ha creado. Creo, con ilusión tal vez, que un día el ser humano pueda despertarse de la pesadilla donde suele perderse, en sus días de ambición y de gloria falsa. Creo en ello, porque es así que se puede respirar un poco de esperanza. Quizás, porque esperanza es lo único que nos permite la locura de vivir en este mundo que se esfuerza en mostrarse como condenado al suicidio.
Pero no seamos ingenuos. Esa esperanza tiene que apoyarse en tierra firme y no sólo en castillos en el aire. Necesita, para transformase en opción, partir de la construcción de cimientos reales. No alcanza ya con creer en el ser humano como canto de esperanza y alabanza vacía. Tenemos que procurar desafiar el destino escrito y que se muestra como inapelable. El futuro son árboles que tienen que crecer y para ello únicamente existe una tierra que debemos cultivar, la nuestra.
Cultivar tiene sus secretos, sin dudas, pero existen algunas cosas lógicas que todos aprendemos casi sin esfuerzo. Para cultivar hace falta remover la tierra, tirar las malezas, poner semillas, darle luz y agua, evitar que la pisen, proteger los retoños cuando están creciendo. Si la tierra no está perdida, raíces, frutos y sombra tendremos en nuestro futuro. Sino, solo esfuerzo malgastado. Aunque también tiempo ocupado.
La metáfora es útil. Sólo es cuestión de aprovecharla. El esfuerzo es necesario, eso lo sabemos. Pero, ¿estamos dispuestos a hacerlo? Esa es la pregunta clave. ¿Trabajar por lo que es invisible, tanto tiempo? ¿Esforzarse con ahínco por algo que los demás pueden destruir? ¿Sacrificar tiempo y espacio sabiendo que los frutos serán para otros, como tantas veces?
Sembrar es más que apostar por la riqueza del suelo, es creer que es posible otro jardín, un jardín donde la belleza sea para sentir, oler, respetar y no para poseerla. Es pensar en la huerta, donde el alimento sale de la tierra, el trabajo nos une, la comida se comparte, el estar vivo es la realidad que nos hace ser felices. Un ser feliz por estar allí y por estar con el otro y no por tener.
Porque creo en el hombre sigo imaginando que podremos darnos cuenta que la verdad es que no importa la dimensión del campo que tengamos porque, en definitiva sólo un árbol necesitamos para cuna, sombra, fruto y ataúd.

28 de septiembre 2006

miércoles, abril 04, 2007

El difícil arte de disentir.


Nada define mejor una forma de relacionarse de forma productiva, creativa y revolucionaria que la capacidad que tengan los que la forman de disentir. Esto vale también para un gobierno cualquiera. Desde hace tiempo se ve, claramente, que esa capacidad/arte está perdida o, seamos compasivos, seriamente damnificada. Disentir es un recurso que tienen, exclusivamente, los seres humanos. Ellos son capaces de construir ideas, definir elementos y presentar interpretaciones sobre la realidad. El disenso, en su modo más conocido, se resume con la idea de “no comparto lo que estás diciendo”.
Disentir implica necesariamente la presencia de dos posiciones diferentes sobre algún punto. Sean estas diferencias sobre formas o fondo de la cuestión, implica que, de forma equivocada o con matices, la realidad puede ser vista de otro modo que el que estoy viéndola. No pretendo en estas líneas definir lo que es verdad o mentira y si existen posiciones que son inaceptables desde cualquier punto de vista racional (agrego, si creo que existen posiciones que no deberían ser defendidas bajo ningún punto de vista. Cito, por ejemplo, la pedofilia, el genocidio, la corrupción, el abuso sexual).
Lo que estas palabras pretenden mostrar y defender es que la capacidad de disenso es una herramienta excesivamente valiosa que se tiene para construir algo mejor y que percibo que la desaprovechamos permanentemente.

Hemos construido un mundo de divisiones, donde englobamos rápidamente cualquier cosa bajo etiquetas que desfiguran cualquier análisis. Así, lo primero que queremos es saber, antes de comenzar a hablar o lo más rápido posible, si nuestro interlocutor es de izquierda o de derecha, revolucionario o conservador, burgués o trabajador, pro cualquier cosa o anti esa misma cosa. Una vez hecho esto es más fácil atribuirle los defectos que le atribuimos a todo el grupo o bendecirlos con las virtudes que nos atribuimos en el grupo al que nosotros nos asimilamos. El disenso, se convierte, por lo tanto en una lucha despiadada con objetivos de aniquilación intelectual y, la historia lo refleja, en algunos casos de la aniquilación total.
Disentir es mucho más que estar en contra, es permitirnos la posibilidad de ser humanos, que implica tanto acertar en nuestras interpretaciones como errar, pero que, envuelve, maravillosamente, la capacidad de rectificar y avanzar aún mas. Sólo porque existe el disenso somos capaces de construir mejor una relación sea personal o colectiva.
Sería bueno pensar que tenemos que desconfiar seriamente de todas aquellas personas que culpen al disenso de todos los males, que ejecuten, por los medios arteros o por la palabra, a quienes disientan de sus palabras. Desconfiemos porque esas personas están perjudicando la posibilidad de avanzar en la superación de nuestras limitaciones.
Disentir es un arte que es muy difícil de manejar. Quizás tan difícil como fundamental para la construcción de una relación y una sociedad justa, eficiente, creativa, inclusiva, equitativa y libre. El tiempo que demoramos en desarrollar el arte de disentir es el tiempo que mide nuestro atraso.

Miércoles, 04 de Abril de 2007

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