lunes, mayo 21, 2007

Prostitución: entre la gramática y el sentido común


No es lo mismo un sustantivo que un verbo. Ni tampoco es lo mismo un verbo que un adjetivo y menos que menos un gentilicio es igual a un individuo. Mi abuela diría “chocolate por la noticia”. Si, es obvio y no hace falta mucho para probarlo. Sin embargo, en lo cotidiano parece ser que olvidamos esas diferencias y pasamos, sin pausa, de un lado para el otro. Así, trasponemos ideas, extrapolamos definiciones y hacemos una ensalada de sentidos para conseguir lo que se quiere.
En sexualidad, sea la que se pretende científica tanto como la común, la que se manifiesta en los discursos, existe una preponderancia de este tipo de extrapolaciones. Veamos un ejemplo: prostitución, prostituta, prostituir, prostituirse. Están relacionadas pero no es lo mismo. Parece evidente cuando se ponen las cuatro cosas en la mesa, pero comienza el debate tendencioso cuando se quiere hablar de las diferencias entres estos términos.
Veamos las definiciones que ofrece el Diccionario. Prostitución: acción y efecto de prostituir y Actividad a la que se dedica quien mantiene relaciones sexuales con otras personas, a cambio de dinero. Por su parte prostituta es la Persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero. Prostituir significa Hacer que alguien se dedique a mantener relaciones sexuales con otras personas, a cambio de dinero. Prostituirse es un verbo reflexivo y significa que uno ejecuta para si mismo la acción de prostituir. Parece lo mismo, pero hay sutilezas que son la base de toda la cuestión.
Podemos resumir diciendo que la prostitución es algo genérico, mientras que la prostituta es una persona y, finalmente, que el prostituir es una injerencia sobre una persona. Tres cuestiones que tienen problemáticas particulares y obviamente, soluciones particulares.


Empecemos por ver la persona. Una prostituta es una persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero, agrego o especies. Más allá que todos nos empeñamos en creer que sólo el amor gobierna las relaciones sexuales de muchos de nosotros, el trocar algo por sexo es mucho más común de lo que queremos ver. Por favor, no caigamos con esto en decir que “todos y todas somos prostitutos”, porque hay un trecho muy largo.
Lo cierto que la persona debería poder elegir cuando mantener relaciones sexuales, en que condiciones y, también, a cambio de que, sea ese cambio, espiritual, sentimental, erótico o material. Es decir que apegándonos a la definición ser prostituta es una decisión individual que no establece, en principio, un comportamiento, sino una decisión. En este caso, lo que debemos exagerar los cuidados, es que ese cambio de relaciones sexuales por algo, sea hecho con la mayor de las libertades, el mayor empeño en protección y en satisfacción personal. He aquí donde entra el desafío de la educación sexual coherente, intensiva, permanente e integral.
La prostitución es, por otro lado, una actividad de un grupo humano. Donde entran en juego, como toda actividad humana, reglas, normas y problemas de consideración sobre los límites. Allí, la sociedad no está uniformizada. Algunos pretenden y lograron oficializar la actividad y otras sociedades todavía pretenden eliminarla o dejarla en lo marginal. Es aquí donde el debate social sobre lo que la sociedad pretende seguir como norma de bien común, los límites que su cultura permite y los recursos que dispone permiten hacer viable una decisión mucho más grande.
Lo tercero es el hecho de prostituir. Aquí no hay discusión posible. Prostituir es violentar. Una violencia que afecta, más que otras, la integridad de la persona. El prostituir no implica debates muy complicados. La sociedad debe prevenir el delito y para eso debe sancionar al violento y proteger, con todos sus recursos, a la víctima. Quien prostituye es el violento y la prostituta, en este caso, es la víctima. Sabiendo que, algunas veces, la sociedad es responsable de ser quien violenta.
No podemos confundir más lo que la gramática deja claro, porque en esa confusión siempre sale beneficiado el violento y perjudicado las víctimas. Seamos, finalmente coherentes con la idea de bien común que tenemos: libertad para que las personas puedan decidir por ellas mismas, respeto para las decisiones personales que no atenten contra nuestro futuro y fortaleza para defender los derechos humanos contra cualquier actividad que viole esos derechos. Tal vez así, podamos aspirar a la meta más inocente e esencial que deberíamos aspirar: felicidad para todos y todas.

sábado, mayo 19, 2007

L'homo sapiens es el homo interpretatis

Biológicamente el ser humano es conocido como “homo sapiens”. Esto surge de dos palabras de origen latino: homo por hombre y sapiens para sabio, racional. Tal vez la confrontación con el animal facilitó pasar a ser racional y sabio sin necesidad de mayores pruebas que ser bípedo y poder pronunciar algo más que gruñidos y otros ruidos. Sin embargo, esto, lo sabemos ampliamente, no refleja la realidad del ser humano. Ya que, nuestra especie pocas veces llega a ser realmente “sapiens”; el resto del tiempo se esfuerza por ser lo contrario. Entonces, ¿qué es nuestro antiguo homo sapiens?
Podemos concordar que el ser humano deja de ser animal cuando introduce en la evolución la dimensión del lenguaje como herramienta para intercambiar con los demás (esto no es un dato de la evolución etológica de las especies sino la simbolización de lo que diferencia a los seres humanos de los animales). El sistema de lenguaje, que evoluciona con el ser humano, permite principalmente la construcción de sistemas de interpretación para todo lo que le rodea. Esto es la clave mayor que define la historia de la humanidad, que implica la vida del individuo y sus interrelaciones. No está de más recordar, en este punto, que el ser humano existe por que existe una sociedad y que la base de ella es un par de personas (aclaro antes que algunos utilicen incorrectamente estas ideas, un par de personas no define otra cosa que un par de personas, una que nombra y otra que es nombrada).
Podemos decir, en función de esto que la humanidad ha construido su historia mediante el tejido de explicaciones para las cosas que la realidad le deparaba y las inquietudes que surgían a su paso permanentemente. La mitología, la religión, el abuso del poder fueron diferentes mecanismos utilizados para tratar de ir explicando la realidad y luego imponerla de algún medio para que sea aceptada como “una verdad indiscutible”. Sin dudas que esa interpretación le permitía el poder vivir. Explicaciones simples o complicadas, inocentes o científicas, basadas en el sentido común o en el principio de Deus ex- machina, interpretaciones aceptadas tranquilamente o impuestas por la fuerza, definieron siempre las relaciones humanas desde la infancia hasta el entretejido social.
Más allá de nuestras buenas intenciones la subjetividad marca esas interpretaciones que desfilaron a lo largo de la humanidad y que aún llegaran hasta el fin de los tiempos (si, es un poco apocalíptico dicho de esta manera pero bien vale la imagen). Por ello creo que la definición que mayor le corresponde al ser humano es el de “homo interpratitis”.
Esto, debo completar, no implica que no existe verdad posible y que todo es válido porque todo es interpretación. Todo lo contrario, creo. La interpretación es la capacidad del hombre de explicar las cosas. Esto es exclusivo del ser humano en este mundo conocido. Pero también lo es la capacidad de respetar al otro, de ver en el otro una persona que puede ayudarnos a interpretar las cosas de un modo mejor pensando en el bien común. También es humana la capacidad de comprender que el bienestar de todos es parte del desafío que nos haría llegar, quizás, con mucho esfuerzo, paciencia y esperanza, a convertirnos, algún día, aún lejano, en un verdadero “homo sapiens”.

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