domingo, julio 18, 2010

Niveles de escritura y de lectura

Daniel Cassany dice que hay tres niveles de escritura y de lectura de un texto: el de las líneas, el de las entre líneas y aquel del detrás de las líneas. Según esto se puede decir que lo primero es leer el significado literal, lo segundo los dobles sentidos del autor y lo tercero es definir la ideología que mueve esa pluma. Dejando claro en primer lugar, que es una metáfora lo que utiliza y, en segundo lugar, que es factible que los niveles se entremezclen, el mencionado autor insiste en la necesidad de leer los textos en estos tres niveles. En función de ello podríamos decir que existen 6 niveles en un texto –tres del autor y tres del lector, y estos, a su vez, se multiplican por un número finito de lectores posibles-.
Pero es menester comprender que no necesariamente están presentes los seis niveles al mismo tiempo ni tampoco que existe una correlación estricta entre los mismos. Es decir, yo puedo escribir en las líneas y nada más y el otro leer entre líneas y del detrás de líneas. Podrán decir que siempre están los tres niveles. Sin embargo, aparte de haberlas tiene que existir una cierta intencionalidad. Esto es muy evidente en el segundo nivel. Ver un doble sentido no implica que yo, cuando lo escriba lo haya hecho adrede, es más es posible que yo pueda no reconocer la ironía evidente para el otro en mi texto. Sí, hay escritores ingenuos y otros que no son tan leídos como para poner referencias que ignora a textos que los lectores han leído.
¿Qué implica esto? O, mejor preguntado ¿A qué viene este cuento? Creo que muchas veces interpretamos libremente los niveles del texto. Lo hacemos de la manera más ingenua o más perversa, atribuyéndole al autor conceptos y sentidos que nunca puso. Porque es importante recordar que al leer estamos interpretando y poniendo en juego nuestra parte. Aún coincidiendo con el autor, somos nosotros quienes interpretamos. De cierto modo, podemos decir, que al leer un texto, podemos estar re-escribiéndolo, metafóricamente.
Asumamos que al hacerlo podemos hacerlo bien o, tal vez, hacerlo mal. Hacerlo mal no por culpa del autor del texto, sino por nosotros mismos. No somos inocentes en la lectura, ni simplemente un traductor on-line de la intención del autor. Ponemos para hacerlo nuestro conocimiento, nuestra experiencia como lector, pero también nuestro sesgo, nuestra limitación y nuestras propias intencionalidades –léase miedos, angustias, preocupaciones, ansiedades y lo positivos, sueños, expectativas, deseos y alivios-. O, para sintetizar más nuestra propia ideología.
Existe debate sobre las ideas precisamente porque leemos de este modo. Sino todo sería sencillo. Es más hasta que varios coincidan en leer algo de cierto modo no garantiza que así sea. Hasta aquí todo bien, es algo que es lo habitual. El problema es que no seamos sinceros con una cosa. Al leer, reescribimos, pero al hacer esto último: ¿somos conscientes que estamos siendo o ingenuos o verdugos con ese escritor al endilgarle nuestras propias limitaciones?
Cassany acierta cuando dice que “todos tenemos que leer y comprender para ejercer nuestros derechos y deberes”. Agrego que tenemos, también, que comprender que al leer nos convertimos en potenciales jueces, traductores y reproductores de los que escriben. Creernos en la posición superior de ser los verdaderos exegetas de lo que está oculto en lo que el otro dice en las páginas es un riesgo, una amenaza y, a veces, un delirio. Pensar así, quizás, nos haga más responsables con la interpretación. Esto quizás, nos permita más el encuentro con el otro y, por lo tanto, la producción de más humanidad.

lunes, julio 12, 2010

Guerra … las palabras y su peso

Las palabras tienen peso por si mismo. Por más que tengan diferentes significados suelen ser escuchadas y sentidas con uno sólo de aquellos. Guerra no habla, para todos y todas, simplemente de una discordia (como sería su etimología) ni tampoco de la simple “Lucha o combate, aunque sea en sentido moral (cuarta definición del Diccionario Español). Guerra es una palabra que implica, para la mayoría, combate, enemigos, enfrentamiento violento y siempre un tendal de víctimas inocentes. Utilizar guerra para un enfrentamiento de ideas no tan solo es un error, es un desatino, por lo menos. Sí, es una locura. Si eso se hace con cierta claridad intelectual deja de ser un error para convertirse en un acto perverso o, simplemente con malas intenciones.
Nuestra sociedad vive situaciones de muchas complicaciones donde el sustrato de las mismas se hunden en la negligencia –la desidia en este caso es una estrategia de la negligencia- para evitar la corrupción, la constante impunidad del poder de turno –el poder parece ser que se basa en la ostentación de la impunidad-, la evidente característica de ser juez y parte en la clase política –ellos deciden sus propios beneficios: económicos, de prescripción de sus delitos, de los casos en que es válido sus eximiciones de obligaciones -, la constante sumisión de la gente –por sus, a veces, excesivas necesidades- al humor, interés y manipulación de los que están arriba y la falta de independencia –total o parcial- de quienes deben estar a cargo de los controles. Esta lucha contra la desigualdad social, contra todo tipo de abuso es, hoy la madre de todas las luchas Es más, si hay que utilizar alguna vez la palabra guerra sería para el actuar contra esto. Eso sí Nunca jamás esto debe implicar ningún tipo de armas, agresión o violencia. Nunca una guerra en el sentido que entendemos porque es obvio que ello implica castigar a inocentes, débiles y proteger a quienes ostentan el poder.
Por ello digo que el matrimonio homosexual o la unión civil de personas del mismo sexo no es motivo de ninguna guerra sino de una ley que permita que todos y todas tengamos los mismos derechos con deberes ad-hoc (quizás la solución sea llamar a todos y todas uniones civiles y dejar la palabrita matrimonio para los que decidan usar algún culto, que todos y todas tienen derecho a procurar). Esto me recuerda algo fundamental a conseguir: el estado debe ser laico. Es hoy una obligación, una necesidad, un deber. Quizás con gente creyente y con una firmeza de fe, pero laico sin lugar a dudas.
Dejemos nuestros “combates” para las cosas que necesitamos. Dejemos nuestras “guerras” para hacer prosperar nuestra patria chica, que es, quizás la única que es válida
11 de julio de 2010.

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