martes, noviembre 23, 2010

Collage

Hoy fui feliz. Un momento, porque nunca es más que un momento. Luego, pensé que la difícil tarea de obtener momentos de felicidad es parte de nuestra humanidad.
Sé que, generalmente, no somos felices el tiempo todo. Vamos descubriendo, construyendo, sorprendiéndonos, acercándonos –a veces, lamentablemente, también huyendo- de momentos de felicidad. Esos pequeños instantes –que pueden durar mucho- en los que nuestro universo nos permite la alegría. Allí pensé que la felicidad, tal vez, sea aprender a saborearlos, compartirlos, vivirlos lo más plenamente posible.
Si uno recuerda esos momentos podrá hacer su propio collage de felicidad. Ese que nos permite abrigarnos, sentirlo y, sin dudas, es fundamental, para ofrecer a los demás un poco de felicidad. Un collage que tiene sentido para uno mismo, principalmente. Un excelente collage es el mejor, es decir, aquel que tiene colores, texturas, materiales y formas diferentes. La felicidad, seguramente, se asemeja a eso y por ello, sería lindo pensarla como un caleidoscopio, aún compartiéndolo cada uno verá una imagen propia que deberá encender las sonrisas.
Hagamos nuestro propio collage y dejemos que los demás también lo hagan y por ello no retaceemos nunca el ser ese color, esa textura, esa forma, ese material que permite que otro sea un poco feliz, un poco más, un poco mejor.

jueves, noviembre 18, 2010

¿Cómo estás? ¡Bien! o ¿te digo la verdad?

El ¿cómo estás? es, quizás, una de las preguntas más tremendas, simples y controversiales que los seres humanos hacemos. En esas dos palabras se entrecruzan, con igual valor, el protocolo, la profundidad de la intimidad y el desafío esencial del otro como testigo. La pregunta simple y elemental, es, en ocasiones, una de esas pruebas de fuego que tienen los humanos. ¿Qué contesto?, ¿A quien le contesto?, ¿Desde qué lugar le contesto? ¿Reduzco mi estado al momento del encuentro?, ¿Respondo por mi vida o por un periodo de tiempo reciente?, ¿contamos generalidades o decimos lo que nunca contamos?, ¿hablamos de una rutinaria actividad que realizamos?, ¿Caemos en sentidos comunes, en lugares comunes? ¿En qué posición nos ponemos para responder eso y para preguntarlo?
Contestar "bien" (o sus variantes) es, sin dudas, el atajo que mejor nos funciona. Nos permite elegir a quien contar nuestros pesares, si los hubiera. Reconocer a los testigos preferenciales que pensamos pueden ser útiles. Pero también, el decir "bien", es quizás, en ocasiones, la ofrenda que podemos ofrecer a quien nos pide esa fortaleza. Porque lo digamos, también, a veces preguntamos como plegaria para que el otro, responda un "bien" corto y sincero y me "habilite" a contar como uno esta. 
Decir bien, cuando no estamos no es, necesariamente, una mentira. Es abonar la idea que las palabras sólo dicen un poco de lo que sentimos y el resto, el otro, debemos sentirlo un poco mucho.
En el fondo. Responder así, tal vez pueda ser una profecía auto-cumplida. De tanto decirlo nos haga encontrarnos en la encrucijada de tener que ser coherentes con nuestro enunciado. Y, valga decirlo, también es una prueba eficaz para probarnos que hay personas que nos interesa nuestro bienestar y también se preocupan por nuestro malestar, aunque queramos ocultarlo

Testigos

No vivimos solos. Nuestra vida está llena de testigos. Voluntarios o involuntarios; constantes o circunstanciales; deseados e indeseados; reales o ficticios; conscientes o inconscientes; verdaderos o falsos; amados u odiados. La vida exige testigos. Personas que nos miran, escuchan, sienten, experimentan, disfrutan, sufren y un largo abanico de acciones y sentimientos que surgen de ese encuentro.
A veces, elegimos a nuestros testigos. Lo hacemos por la convicción de un sentimiento. Por la creencia que serán valedores de nuestra vida y que nos permiten, de un modo u otro, hacer de nuestra identidad una construcción segura, una forma de ser y de pretender. Un testigo es, quien nos hace humanos.
Dentro de ellos, están aquellos que son especiales, importantes, imprescindibles. Aquellos que nos facilitan el juicio que hacemos sobre nosotros mismos. Aquellos que hacen que nuestra vida merezca la vida ser compartida, contada, relatada, vivida. Sin ellos, nada tiene importancia.
Testigos de nuestra vida, testigos de otras vidas. Hay en esto, quizás, algo de lo que nos hace un poco mejores, un poco más vitales, un poco más felices.

martes, noviembre 02, 2010

Aparentar: ¿la clave, la verdad, la necesidad, el calvario?

Aparentar es una palabra que parece repulsiva. Es casi lo contrario a lo que la sociedad quiere. Aparentar es mentir, según parece, y de la peor manera, puesto que nadie es capaz de asumir tan abiertamente este hecho. Sin embargo, la sociedad funciona por apariencias. Toda la maquinaria que envuelve el andar cotidiano está llena de apariencias. Creo, que en realidad a los seres humanos nos gusta la apariencia. Podemos decir que no –eso lo permiten las apariencias- mientras aparentamos que lo que decimos es lo que realmente somos. Un poco como todos lo hacemos, entonces, “mal de todos, consuelo de tontos”. Jugá a ser mientras respetes las reglas. Sé cristiano, en apariencia, y nadie te cuestionará lo que haces. Sé democrático, sé académico, sé profesional, sé humilde, sé progresistas, sé tolerante, sé bueno; sé eso que esperamos. La indicación es, en definitiva: cumplí estrictamente las reglas, los rituales, los pactos, las normas sociales y después hace lo que se antoja. Sólo quiero la apariencia. Como vuelto me quedo con el poder decir que no importa la apariencia, que lo que importa es lo uno tiene adentro y todo esas cosas que hacen que uno se sienta tranquilo con su propia conciencia.
Aparentar. Es más que una opción es una forma de hacer que todo funcione mejor. Ya habrá tiempo de hacer que seamos como aparentamos. ¿Podemos hacerlo mejor? Sí, pero lo haremos después, seguramente, ahora dejemos las cosas como están. Después de todo, la humanidad se ha mantenido así desde siempre, ¿No?

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