sábado, diciembre 31, 2011

Merecimientos y agradecimientos



La vida es sencilla, a pesar que no somos simples. Somos extravagantemente complejos –me refiero a los seres humanos-. Somos seres necesitados del otro y es el otro el que, tantas veces, nos genera los dolores de cabeza más fuerte, simbólicamente hablando o sintetizando. Hacemos un mundo de cosas con los demás, para los demás, por los demás, a pesar de los demás, contra los demás. Ese “hacer” lo realizamos por ciclos, por decirlo de algún modo: un año o una relación, por ejemplo. Así, es lógico que al terminar los ciclos pensemos en la idea de habernos merecidos muchas cosas y otras no tanto por lo que hicimos o dejamos de hacer. La vida, que aquí valga como sinónimo de los demás en relación con uno, no es justa en tantas ocasiones. Efectivamente, los aplausos y los látigos no son repartidos por ningún juez infalible, sino por una rara mezcla de justicia aleatoria, inequidad arbitraria, circunstancias cuasi-perfectas y generosidad o egoísmos de quienes nos tocan en suerte en cada momento.
Pero esa fáctica realidad no quita lo que nuestro corazón sabe: hay personas que merecen más cosas que las que podemos darles; personas que debemos agradecerle por lo que han hecho en nuestra vida, aunque sea por el simple hecho de pasar por ellas en una esquina. Y también las otras, las que no merecen algo de lo que le hemos dado o de lo que han recibido y menos nuestro agradecimiento.
También está, esto es cierto, la lista de aquellos a los que públicamente podemos decirles: ¡gracias! y que al hacerlo sentimos que hay un poco de justicia divina cuando reciben beneficios que son originados por sus claros merecimientos. Pero, valga notarlo, hay esas otras personas que no han recibido de nuestra mano lo que merecen, por culpa de nuestras razones más diversas, desde el egoísmo, disfrazado de circunstancias, hasta por nuestras carencias no dichas pero si reales. Esas personas que no tuvimos oportunidad, por la razón que sea, de decirle Gracias por lo que nos ofrecieron,  cosas que hicieron que nuestra vida cambie o, quizás, sólo ese segundo de nuestra vida irremplazable, son parte de nuestras deudas vitales.
Como todo año que termina, uno se hace “promesas” de lo que valdría bien hacer. Ojalá utilicemos una de esas para pensar que este año que llega le daremos su merecido a cada cual. Y que este agradecimiento que parece tan inespecífico aquí, pero que es muy particular en mi realidad se convierta en miradas, tacto y cercanía para esas personas que nuevamente, deberemos agradecer en cada día por habernos permitido instantes de felicidad.

jueves, diciembre 29, 2011

En un día como este


En un día como este pasan muchas cosas. 
En algún lugar, quizás conocido, ella se casa con alguien. En otro sitio, él se separa con alguien. Al mismo tiempo, alguien nace, quizás ella o él. Sin lógica visible, también, en ese mismo instante, él o tal vez ella, muere. Alguien, quizás, en ese mismo segundo esté riendo a lo loco, y él estará llorando desconsoladamente, con lágrimas visibles o escondidas.
Así es la vida, tan cotidiana y tan llena de las mismas cosas que se suceden infinitamente en un orden aleatorio, como si fuera un metro que pasa y volverá a pasar pero que nunca será el mismo. 
Hilos que tejen redes, telas de arañas, o como quieran verlo. Telares invisibles donde surgen los colores como van saliendo. No tenemos la visión de todo, aún cuando jugamos a ser dioses.
En un día como este, pasan tantas cosas. Pero, a la mayoría sólo nos importan las que nos tocan de cerca, las que hacen que nuestra risa o nuestra lágrima aparezcan como perlas. Sí como perlas, esas que marcan nuestro andar particular por ser de uno. Vamos por la vida con un pasado de mojones y esos puntos donde anhelamos llegar, como si fuera nuestra idea de paraíso y que, quizás, sea sólo una quimera que nos permite el viaje, el camino, el compartir, la compañía. La lograda, la deseada, la perdida, la ambicionada, la esperada.
Un día como éste, lloraré o reiré por cosas que pasaron, y, sobre todo, por aquellas que pasan -siempre se ríe y llora en presente-. 
Quizás, luego de ello trataré de pensar de nuevo que mañana hay un nuevo día y que, casualmente, comenzará un nuevo año y volverán las oportunidades para que un día como ese pase de nuevo o no se añore, tanto, ese día que ya pasó.

viernes, diciembre 23, 2011

Navidad y sonrisas



La navidad, entre otras cosas, es innegablemente una época de sonrisas. No es que todos sonríen pero no creo que haya otra época en el año donde más personas sean proclives a sonreír y, sobre todo, personas con la intención que otros sonrían. Esos días, me refiero a la navidad específicamente y los días que le anteceden, es una época que provoca explayarse en la alegría. 
No vamos a negar las dificultades que muchísimos sufren, por lejos más de lo justo, personas que no la pasan bien. Sin embargo, en parte del mundo es una época donde surge una de las más maravillosas convenciones humanas: el intento fugaz, en muchos casos, sincrónico, intencional y activo de procurar que las personas que nos rodean sonrían.  A veces, coincidente con las que uno ama.

Dentro de ello, sea por la inocente ambición de ser tentados, la sonrisa de niños y niñas es uno de los manjares más buscados. Siempre es maravilloso ver a un infante abrir un regalo, por ejemplo o maravillarse con alguna cosilla que le sorprende. Para muchos que se permitieron y lograron ser padres, ver a un hijo sonreír, con la magia de la espontaneidad, con la inocente picardía que surge en la infancia, es una invitación a muchas cosas: a sentirse feliz, por un lado y, por otro, a rogar, a quien sea posible rogar, que esa sonrisa se mantenga el resto de la vida. Un imposible, lo sabemos, pero es lógico pensarlo.
Un niño que sonríe, también es, como un adulto que sonríe, lo sabemos. Hay, en ese gesto, tan sencillo una síntesis perfecta de aquello que atesoramos, anhelamos, amamos. Quizás por eso, pienso, la medida de nuestro amor –ese sentimiento tan peculiar- es el eco que nos produce ver, aún sin ser participes, la sonrisa del amado. Las fiestas, tal vez, sean universales por eso, nos recuerda que nuestra humanidad también está llamada a ser feliz, aunque nos opongamos con tanto ahínco.

jueves, diciembre 22, 2011

Tragedia y vida



Un colega más joven está en coma. Tuvo un accidente doméstico, de esos que uno piensa que no nos pasarán. Lo cierto es que está en una situación inestable y su vida pende de una esperanza – más familiar que médica dicen-. Que viva es difícil y, si lo hace, las secuelas posibles son fuertes para pensar. La cercanía del lamentable accidente hace que la noción de tragedia se presente con una carga emotiva muy intensa. Verlo en la terapia intensifica aún más la situación.
Afecta. Personas que le conocen están muy conmocionadas por el hecho. De repente, es como si caen, como un verdadero diluvio, las sensaciones, recuerdos y, sobre todo, las experiencias  de todo aquello que ya no se podría vivir más con él. 
La muerte, real o la que se presenta como próxima –todas inevitables, lo sabemos- nos muestra la evidencia de nuestra fragilidad, esencial mente humana, y nos describe, casi matemáticamente, la lista de cosas que no podremos hacer con esa persona. No importa cuánto hacíamos o no, importa que si considerábamos que esa persona era agradable, buena, simpática, o lo que fuera y que hubiese sido más rico para nuestra existencia no habernos privado de algunas ocasiones de compartir con él o con ella, un poco más de lo cotidiano.
Esta persona no es la única de las que sentimos que deberíamos haber hecho más esfuerzo para estar a su lado o permitirnos que, aunque de forma muy aislada, los encuentros se hubiesen sucedido con alguna sistemática regularidad. Lo cierto es que no son tantas las personas que pensamos que sería lindo compartir algo más aunque sean encuentros informales de música y canto, de películas y chistes, de reflexiones y delirios; de viajes reales o quiméricos; de discusiones pasionales; de cariños más vividos, de bailes que se aprenden o que se disfrutan; de juegos intensos y rejuvenecedores; de silencios y palabras, de intimidad y sueños.
Todos estamos obligados a abandonar esta tierra en algún momento. Todos se verán privados de alguna forma de la presencia real y compartible de algún otro. Esta realidad lapidaria tiene la otra cara. Aún tenemos tiempo de permitirnos el compartir algo más con esa pequeña selección que debemos hacer: esas personas que creemos importantes, necesarias, valiosas para nuestro andar. Eso, no implica reciprocidad, debemos decirlo. Es decir, siempre es posible que no seamos la persona que el otro o la otra prefiera para compartir. Pero siempre debemos disponernos a hacerlo, intentar hacerlo o, simplemente, ofrecerlo. 
La tragedia, nos puede tocar, pero antes y después siempre estará la vida que aún debemos disfrutar por nosotros y por esas personas que consideramos importantes y, tal vez, que nos consideran importantes.Esta es la vida.

miércoles, diciembre 14, 2011

Noticias


Dar una noticia es algo cotidiano. Noticias que son importantes y otras que son insignificantes. Algunas que mueven tu mundo o el mundo del otro. Están, también, las que nos emocionan –para bien y para mal-, las que nos golpean, nos destruyen, nos motivan, nos elevan, nos inquietan. Noticias que son claras, noticias que no entendemos. Noticias que nos alarman. Noticias que anhelábamos. Noticias que confirman lo que sabíamos; noticias que nos sorprenden, aun sabiéndolas. No existe un arte de dar noticias, sino existe una forma de considerar la noticia pero, lo que interesa, es el valor que le damos, le ofrecemos al anoticiado, por llamarlo de algún modo.
Efectivamente, dar una noticia es simple (el famoso mito de somos simples). Es abrir la boca y enunciar las palabras de significado convencional para decir algo: me compré un auto, me voy de viaje, me caso, nació mi sobrino, falleció mi padre, conseguí trabajo o alguna cosa como esa. No parece tarea complicada. Pero allí surge el otro, florece lo que sentimos con la noticia y con el anoticiado, leemos –aunque sea erróneamente la respuesta del otro- la ignoramos o le damos importancia. Dejamos que la noticia respire entre uno y el otro.
Contenemos, comunicamos, compartimos, nos liberamos. Todas son formas de dar una noticia. Pero, como todo, depende del peso y valor que le damos a la otra persona, a la que está al frente de uno y, sobre todo, la persona que nos permitimos sentir cerca.
El ser humano es complejo. Lo es, aunque podamos hacer las cosas simples. Llamar al pan, pan, y al vino, vino. Es simple, pero la interrelación con el otro no es sólo eso. Es ternura o lo contrario, es pasado o futuro. Es cercanía o indiferencia. Es sentimiento y más. Pero no es la complejidad lo que es terrible, comprendamos, es la complicación que construimos. La belleza del ser humano está en su compleja forma de comunicar, noticias por ejemplo, que nunca son sólo palabras sino el eco de nuestros sentidos, la esencia de nuestro pasado, la quimera del futuro, la certeza del otro.

martes, diciembre 13, 2011

Besar


Besar es una de las acciones más intensas y rutinarias que hacemos los humanos. Los labios, que no hablan en ese momento, expresan los sentimientos más diversos. En ese gesto se pueden manifestar desde la indiferencia, sin olvidar la traición, hasta esa alquimia perfecta que sintetiza un todo. No hay gesto que tenga la posibilidad de distancia y de intimidad, en el mismo movimiento, en idéntico comportamiento. Los labios que se acercan a otro cuerpo, sea donde sea que se depositen, está allí el poder de síntesis de la expresión humana.
Se besa con indiferencia, con intención, con aversión, con animosidad, con deseo, con dolor, con pena, con rabia, con locura, con desazón, con lágrimas, con sonrisas, con pasión. Se besa, con la intención de besar y también sin ella. Se besa en lugares ocultos para ocultarse y en lugares ocultos para encontrarse. No existe ninguna parte del cuerpo humano que no haya sido besada, aunque nosotros nos hayamos privados de alguna de ellas. Los labios son capaces de peregrinar por todos lados, generados en ese andar, tantas sensaciones, algunas repetidas y muchas diferentes. Lo curioso que muchas de ellas son el fruto no de lo que nuestros labios dicen, sino del eco que produce en ese otro cuerpo.
Algunos besos recordamos, algunos ansiamos, otros deseamos y volvemos a empezar. Entre el olvido y el deseo nuestros labios siguen el largo camino que nuestros besos ya recorrieron. Somos, sin dudas, seres de encuentros y por lo tanto, de desencuentros posibles. Los besos –sobre todo aquel beso- son esos faros que necesitamos.
Besar es, quizás, la tarea titánica que debemos hacer para acercarnos al otro. Esa sencilla capacidad que tenemos de poder intentar, y volver a hacerlo, ofrecer la intimidad donde se trasmite compañía, sentimiento y/o ternura.
Un beso, seguirá siendo, ese tatuaje que se hace con la tinta de nuestros sentimientos. Algunos, lo sabemos, son indelebles. Para los demás y para nosotros, aunque fueron hechos, allá, en la noche de nuestros tiempos.

domingo, diciembre 11, 2011

Fragilidad


La fragilidad identifica al ser humano en algún instante de su vida o en varias etapas de su andar por este mundo. Nadie puede (¿debe?) privarse de ser frágil en algún momento. El nacimiento de un ser humano lo introduce al mundo de la fragilidad y para que ella desaparezca hace falta que los demás nos lo permitan. Alguien debe protegernos, literalmente, para que podamos desarrollarnos. Sin el otro, estamos condenados, por esa fragilidad, a la desaparición.
A partir de esa inequívoca realidad nos podemos erigir en seres independientes, con una fortaleza que hasta ignora toda fragilidad. ¡Si!, los seres humanos se pueden constituir en seres que ostentan, con sinceridad, una fortaleza constitutiva que aparenta, en ciertos casos, innata. Pero la naturaleza humana, siempre cultural, está tejida sobre la fragilidad.
La fragilidad, además de ser constitutiva, es uno de los lujos que nos podemos dar. Digo lujo porque la fragilidad es una de las esencias que conforman lo que llamamos el amor. El amor como ese sentimiento que nos permite vincularnos al otro con la ambición de la intimidad, con el ansia del compromiso y el deseo de la pasión.
Es también, esa fragilidad, la que nos sacude cuando el amor, perdón, quien amamos, deja de hacerlo o, no necesariamente sinónimo, se va. Es esa fragilidad la que nos hace tambalear cuando el universo parece excluirnos de sus mieles y nos vemos rodeados de insensatez, por ejemplo.
Es, vale decirlo, esa fragilidad innata la que nos permite construir, curiosamente, perfección, esperanza, complicidad y, de ese modo, ser capaces de tejer diálogos que nos acercan a esos estados donde nos reflejamos en el otro, sabiéndonos siempre, diferentes al otro.
Ser frágiles es nuestra condición. Como también ofrecer a quien la ostenta la contención, la ternura y la presencia necesaria para que esa fragilidad inevitable no dañe.

Sexo (II)


En mi época adolescente existían los chistes que comenzaban con “no es lo mismo” y terminaban con un juego de palabras que incluía un doble sentido en su comparación. Todos esos chistes utilizaban el sexo como motor. Lo cierto que esa idea de “no es lo mismo” es clave en las cuestiones del sexo de todos y todas.
Básicamente siempre debemos diferenciar frente a una situación sexual cualquiera tres concepciones –niveles- que “no son lo mismo”: La primera, la concepción de lo saludable (esto es saludable o perjudicial para mi salud); la segunda, la moral (yo considero que esto es bueno o malo para mi, según mi escala personal de valores) y tercera, la del gusto personal (eso no lo disfruto o considero que no es de buen gusto para mi). Esta separación es muy importante para poder construir una vida sexual altamente positiva evitando que evaluemos experiencias con filtros equivocados, aún dándole importancia a cada uno de ellos.
Por eso, recordemos que esta evaluación que podemos hacer de ciertas situaciones es siempre personal, valga la redundancia, individual. Aquí surge, entonces, la cuestión importante: ¿como evalúa mi pareja esas mismas situaciones? Pregunta simple pero que causa, muchas veces, una preocupación muy grande pues se amontonan otras preguntas: ¿realmente puedo hablar de esto? ¿Pensará que soy un pervertido/a por pensar esto? Y las afirmaciones contundentes: ella/él piensa igual que yo. Esto solo puede verse de un solo punto de vista. Lo que está bien está bien y punto. Todas situaciones que nos encierran en nuestra forma de ver las cosas y reduce la posibilidad del diálogo.
Como vemos, lo que importa no es sólo reconocer que tenemos tres niveles de evaluación diferente frente a situaciones sexuales sino que lo que hace el cambio en nuestras relaciones es la capacidad de poder hablar de ello, negociar nuestras situaciones, aceptar las diferencias y procurar entendimientos a través de la comunicación.

Tener sexo puede ser fácil e instintivo (nos encanta esa palabra porque quita culpa, pero el “sexo siempre es cultural en los seres humanos”) pero aprender a disfrutar de él es mucho más que instintivo. Más implica hacer de esa actividad un redescubrir constante de nuestras emociones, transformarlo en un ejemplo de cómo vemos la vida, una síntesis de la procura del placer y la voluntad que ponemos para fortalecer los sentimientos que tenemos –no estamos hablando sólo de amor, valga aclararlo-. Todo eso exige mucho más que un simple acto, implica tomar conciencia que la sexualidad es una experiencia humana en la que todos y todas debemos aprender, mejorar y crear permanentemente y que el sexo, una de sus partes pero no la única, permite algo de eso. Quizás, pensando así, nos demos cuenta de la mágica posibilidad de comprender que el placer es un logro que nos puede conducir a la felicidad. Por ello, buscarlo incesantemente puede ser considerado un mandato de nuestra humanidad pero siempre  será una decisión personal.

domingo, diciembre 04, 2011

Momentos vitales


Las personas tenemos momentos vitales. Esas situaciones, siempre instantes, que vivimos y que atraviesan nuestra vida dándole sentido, profundidad y consistencia. Son como puntos ineludibles de nuestra existencia, nuestros mojones. Algunos son únicos, otros se repiten pero mantienen la unicidad en su forma de ser evocados, sentidos, vivenciados y, sobre todo, en la forma que se engarzan en nuestro “corazón” –lo sabemos, es la forma de llamar al espacio simbólico donde confluyen nuestros sentimientos y que permite que las emociones se expresen, las razones se movilicen-.
Casi todos esos momentos son los mismos para todos. Lo que se me vienen a la cabeza son, por ejemplo, nacer, es el primero, no sólo por obvio, sino porque nos nombran y contestamos aunque sea con ese llanto. Ese instante inicial que nos marca, aunque la memoria no nos ayude, a tantos, sobre su recuerdo. Luego pueden ser varios. Sin pretender ser exhaustivos se me ocurren: alguna fiesta familiar –o varias que se sintetizan en una para el recuerdo que hablo-; alguna farra, de esas que llamamos memorables porque nos permitimos ser felices sin pensar en nuestros límites; una travesura, seguro. Pocas síntesis existen donde se conjugan, tan clara y poéticamente, la inocencia y la felicidad.
La muerte de un ser querido, es inapelablemente fuerte e innegablemente real, somos mortales, pero esta verdad no quita que nos golpea siempre; el primer enamoramiento y el amor completo, que, pocas veces coinciden; la primera crisis, esas que marcan etapas y que las necesitamos como el aire. Aquellas conversaciones que nos dan la frase justa de la suma de los encuentros esenciales.
Esa masturbación adolescente hecha con necesidad, deleite y luego con temor que se den cuenta, sea por el rostro o por las sábanas. La primera vez que tuvimos sexo, en algunos casos, el orgasmo siempre, no el primero sino el que nos hizo sentir deseados y unidos; el desnudo que tuvimos descubriendo la soberana belleza que alguien encuentra en nuestro cuerpo, independiente de cómo el mundo ve nuestro cuerpo; esa risa enloquecida que nos asaltó a sabiendas que no podíamos contenerla; el nacimiento de un hijo – mi padre dijo que era igual a la suma de todos los amaneceres del mundo-; la vez que lloramos sin saber cómo parar; la vez que lloramos sin poder mostrar lágrimas; la vez que lloramos porque alguien nos contenía.
Lo curioso, de este listado incompleto, es que por más que todos y todas podemos vivirlo, nunca es una vivencia que podemos comprender el sentido total en el otro. Son esos instantes que llamaré vitales porque son parte de la vida de cada uno y de cada una. Sólo vale porque los tuvimos y porque, en varios casos, gloriosamente, podemos compartirlo con alguien. Aún en esos casos el instante es personal, maravillosamente personal y mágicamente compartido.
La suma de esos momentos vitales es donde nuestra humanidad aparece con su evidencia total. Eso es, sin dudas, la que permite, en muchas ocasiones, conseguir la felicidad que todos y todas nos merecemos.

sábado, diciembre 03, 2011

Llorar



Llorar es una de las expresiones más fuertes que tenemos los seres humanos. Lloramos por tantas cosas diferentes. Todos los que hemos llorado sabemos que no siempre es por dolor. Sabemos que es una forma de vaciar el alma, de pedir compañía, de añorar la compañía, de disfrutar la emoción que nos embarga, esa que sale sin contención y se vuelca en lágrimas que no pretendemos mostrar pero que no tememos hacer. Se llora por impotencia, por rabia, por tristeza, por sufrimiento, por dolor, por pena, pero también se llora por alegría, por éxtasis, por decisión, por sintonía, por sabernos humanos y capaces de hacerlo.
Llorar, sin embargo, sigue siendo tantas veces de una incomodidad tremenda. Pocas personas manejan bien el llanto del otro, de la otra. Ver a alguna persona, peor a quien se ama, llorar nos muestra la vulnerabilidad de quien se desnuda en lágrimas. Vemos esa fragilidad innata del ser humano expresarse de una manera que nos sacude.
Queremos evitar las lágrimas, tantas veces. Quisiéramos que no las haya, menos de producirlas. Pero las lágrimas son necesarias, vitales, inevitables en el vivir. He visto llorar y me he sentido impotente tantas veces. He visto llorar y juro que hubiese preferido no estar presente. Me he sentido responsable de algunas de esas lágrimas y, en otras, testigo. También he llorado. He dejado que me vean llorar, a pesar mío. He visto como las lágrimas han salido sin posibilidad de evitarlas. Igualmente me he visto contener muchas lágrimas y, no obstante, estar llorando frente a personas. Me han hecho llorar, con razones y sin ellas. He llorado de emoción sincera y completa. He llorado de pena y de alegría. He sido consolado y he sido ignorado. He hecho que personas se sientan incomodas, incapaces, inquietas, ansiosas por esas lágrimas. Yo también, a mi vuelta, me he sentido incapaz, impotente y sin saber que decir, ni hacer. He visto llorar sin saber como estar y apelé al abrazo como forma de contención de mares de lágrimas. Me he preocupado por lágrimas y las he disfrutado, aquellas que son de la alegría de la intimidad. 


Hoy, con todo eso en mente, reivindico el llorar. Reivindico el dejar libre el sentimiento y el haber podido, las veces que paso, contar con alguien que me vio llorar, asistió, con sus posibilidades y limitaciones, a ese modo de expresar las cosas que no siempre tienen forma de decirse de otro modo. Va en esto, la confianza que esas personas lo supieron respetar y que, de algún modo, atesorarlo. El llanto compartido de ese modo, también crea vínculos. 

jueves, diciembre 01, 2011

Sexo



Sexo con amor y sin amor. Sexo con calma y con nerviosismo. Sexo con deseo y sin deseo. Sexo con orgasmo y sin orgasmo. Sexo rápido, sexo con paciencia. Sexo público, sexo íntimo; Sexo soñado y pesadilla de sexo. Sexo con interés, sexo desinteresado. Sexo buscado, sexo pagado, sexo fantaseado, sexo amado. Sexo solitario, sexo en grupo, sexo en pareja, sexo con animales. Sexo  con fetiches, sexo con apatía, sexo con fantasía, sexo con imaginación. Sexo con ternura, sexo con violencia, sexo agresivo, sexo complaciente y complacido. Sexo de muchas maneras. Sexo con variedad, sexo sin variedad. Sexo coercitivo, sexo suplicado, sexo concedido. Son muchas las formas de tener sexo. Algunas de ellas se disfrutan mucho, otras no tanto y otras no.
Todas las personas practican el sexo, en algún momento de su vida –acepto lo temerario de mi generalización-. La mayoría de ellas lo realizan con una persona como forma más placentera. No la única, lo escribo sabiéndolo redundante. Lo cierto que tener sexo con una persona que acepta hacerlo con uno abre el juego de muchas maneras. Primero permite decidir con quién hacerlo y dejar que el otro también nos elija para hacerlo. Esto abre la puerta para, potencialmente, jugar (jugar con alguien siempre es más lindo), comunicar (el otro/ la otra nos da la opción de la riqueza en la comunicación), disfrutar (no por sincronía sino por el hecho mágico de descubrir el placer en otro rostro, lo que siempre genera placer), pensar (esto, sin dudas, nos alienta al descubrimiento, aún de esa parte de piel que aún no conocemos), imaginar (tal vez así poder recorrer esa piel que no conocemos o esa sensación que no tenemos), fantasear (quizás dejarse llevar por esa sensación que ambicionamos). En definitiva, permite permitirse todo eso y las infinitas opciones que esa paleta de “colores” permiten colorear.
El sexo seguirá siendo esa experiencia tan diversa que tenemos los seres humanos tantas veces en la vida y que, algunas de ellas, la transformamos en el encuentro que fortalece los vínculos que existen. Así, en ocasiones, es ese momento donde nuestro ser adquiere uno de esos tatuajes indelebles que sólo nosotros vemos por siempre y que tiene la forma de la vivencia esencial, aquella que se teje con el ser amado.

Vínculos saludables


La vida tiene la particularidad que no es ideal, generalmente. Vamos por la vida con lo que tenemos y nos debemos enfrentar con lo que nos sale al paso con lo que tenemos puesto. Andamos y descubrimos situaciones de las más diversas; algunas de ellas raras, enigmáticas, misteriosas y, vale decirlo, muchas simples. Vamos respondiendo a las mismas con lo que tenemos a bordo y con aquello que sabemos. A veces con buen tino y otras con los errores de principiantes, esos que cometemos los seres humanos tantas veces en una vida. 
En ese andar encontramos a muchas personas. Con ellas creamos, en ocasiones vínculos. Vínculos que nos ofrecen más o mejores herramientas y otros que nos quitan las pocas que tenemos o las rompen de manera que son inútiles para el futuro. A veces, soportamos vínculos que no son los mejores porque no encontramos formas de evitarlos. Otras, soportamos vínculos porque creemos que es una suerte de obligación. Otras, simplemente, asumimos como una obligación. También, es necesario señalarlo, creamos esos otros vínculos, los que nos ofrecen placer en todas las formas posibles y algunas conocidas. Así es la vida. Así fue y así será, para mí, para ti y para los demás.
Cada uno de nosotros seremos calificados, aunque de manera inconsciente en muchas ocasiones, como uno de esos vínculos saludables y otras, por lo contrario. Seremos indiferentes a los ojos de las personas y otras una suerte de ser imprescindible –nadie, lo es, vale aclararlo-. La vida, lo asumamos, se teje con vínculos. Es nuestro andar por la tierra quien lo obliga, lo permite, lo exige, lo suplica.
Los vínculos saludables no son, necesariamente, los permanentes –a veces, a pesar de nosotros-, sino aquellos que nos han permitido avanzar en el camino. Aquellos que han logrado sacar lo mejor de nosotros y de hacernos creer que el andar siempre vale la pena. Esos vínculos están basado en los sentimientos que consideramos los más positivos (el amor, por ejemplo). Esos vínculos, curiosamente, persisten en nuestro andar, aunque no estén. Persisten porque su presencia es buscada o, porque su recuerdo es ese espacio que nuestra memoria, nuestro espíritu nos ofrece como el oasis donde nuestra alma se permite descansar para avanzar un poco más, un poco más lejos, quizás para llegar adonde nos debemos. 

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