viernes, febrero 24, 2012

La muerte




La muerte nos muestra realidad. Tal vez por eso sea tan fuerte. Aparece de tantas maneras. Muchas de ellas conocidas, sin embargo, siempre imprevista, aun cuando se la espera de forma ansiosa. Quizás por eso las agonías son peores y la muerte es alivio.
Su aparición nos golpea con crueldad. De repente el vacío que se produce nos muestra una y otra cara de todo. De pronto los sentimientos se amontonan en los poros y también los de los demás que produce mareas en todos los sentidos. Vemos la desesperación en los rostros, en los gestos y en las palabras y frente a ello nos encontramos golpeados por eso que nos llega. Difícil de contener y sin mucho que se pueda decir para ser justos, exactos, lógicos, eficientes o lo que fuera. La muerte nos calla de forma impactante. Las palabras se repiten, los oídos se transforman en receptáculos que por momentos no quieren más nada y por otros solo reciben lo que se les ofrece sin procesarlos, solo para dejar que se liberen cosas.
La muerte nos ofrece humanidad, quitándola. Nos hace preguntarnos sobre lo imposible, sobre lo que no sabemos, nos confronta con los límites de lo imprevisible y con todo ello nos desafía a retomar normalidad con lo mismo, pero sólo con “casi” lo mismo. No existe forma de comprender, aceptar, enfrentar porque nos llega para decirnos que tantas veces no estamos preparados para ella. Quizás porque no exista una forma de hacerlo con real capacidad de convertirla en algo que podamos soportar.
La muerte siempre será una experiencia individual, única, irrepetible y que, definitivamente, nos invita a celebrar con más claridad la vida que queda.



Esto había escrito hace años. Esta semana, 50 personas muertas y más de 600 personas heridas sacudieron a la República Argentina. Fue un accidente de trenes. Dicen que era evitable. Dicen que dicen. Entonces, agregué a esas líneas lo siguiente:


Sin embargo, cuando la muerte es consecuencia de errores evitables, de desatinos de algunos, el luto debe, necesariamente, dejar lugar a la cruda realidad. ¿Por qué lo permitimos? ¿Porqué dejamos que las cosas ocurran? y, sobre todo, ¿Qué haremos para que no vuelva a ocurrir? Esta es la pregunta clave, la que hace que el dolor se restituya a quienes son cercanos y la acción, la verdadera, la responsable, la necesaria, la ausente en aquel momento se transforme en un intento serio -nunca desesperado- por hacer que algo sea mejor para los  que aún siguen en este mundo.





viernes, febrero 17, 2012

Osar



Osar. Hay en esta palabra dos nociones antagónicas. De un lado, el desafío personal y del otro lado, una intención brutal de homogenizar al otro. En el primer caso cuando la intención de la osadía nace de uno. En la segunda cuando reclamamos al otro que haga lo que nosotros creemos que sería osado. Esto incluye el querer poner como parámetro lo que uno cree, siente, evalúa.
Osar implica hacer algo que parece peligroso, terrible para la consideración general. Algo que rompe los moldes, que transgrede las normas que, para el caso, impiden algo que es valorado como importante para quien “osará”. Osar implica, o tiene perfume, el desafiar el orden establecido. Enfrentar las reglas que impiden algo que es lo necesario, en ese momento. Osar es arremeter contra quienes quieren imponer una visión y que no nos dejan llegar a lo preciado. Osar, es vivir diferente. Son ideas de ser osado. La percepción de osadía como sinónimo de ser uno mismo.
Pero, osar es también ser el salmón. Nadar contra la corriente del tiempo. Ir donde uno cree que debe ir, a pesar de los demás, de los “instintos”, de la masa o de los intelectuales. Ir contra esa corriente, aunque esto implica, -¡Oh, grandiosa humanidad!- el equivocarse de plano.
Osar implicaría ser capaz de ir también en contra de su propia soberbia de pensarse infalible; osar es reconocer la culpa, el error, el desatino, la pérdida. Pero no ante todos, sino antes los que se merecen el reconocimiento. No digo Dios. Esto es cosa de humanos y además, según dicen, el es omnisciente y sabe si la jodimos y si nos arrepentimos realmente. Así que dejemos eso para otra historia.
Osar a ser uno, a buscar esa identidad. A desafiar su propio razonamiento. A ver el horizonte y redescubrir colores, sentidos y valores. Osar a lo desconocido y, frente a lo conocido osar a volver a verlo y a descubrirlo. Osar a ser quien hace lo distinto, lo necesario, lo justo, lo adecuado aunque sea lo convencional, si amerita hacerlo. Osar a sacrificar algo por quienes son frágiles en un momento. No es ser héroe. Es intentar hacer lo necesario por la felicidad de quienes crees importantes, aún contra lo que puede pensarse que es lo bueno sólo para tí. Es pensar un poco en quienes nos rodean y que merecen un poco más. Pero osar es también pensar en uno. Eso sí, nunca el olvidarse que uno tiene que formar parte de sus decisiones, aunque esas decisiones no siempre sean las mejores.
“Gracias a la vida”, esa canción de Violeta Parra, inmortalizada en la voz de Mercedes Sosa, habla de eso. Uno agradece a la vida cuando se ha comprometido con esa idea de ir por el mundo (¡nómade soy!), encontrando a las personas del modo que uno puede. Sabiendo que, muchas de ellas, nos permitirán el avanzar mejor, el ser más felices. El superar las adversidades. En ese camino, osaremos amar (Ojalá). Amar que implicará siempre renunciar a algo. Ojalá siempre lo hagamos osando ofrecer lo que consideramos lo mejor para el/la amada.

sábado, febrero 11, 2012

Confieso que he amado



Neruda, el poeta que ha hecho pensar y emocionar al mundo, escribió “confieso que he vivido”.  Es una de las formas de decir lo único que vale la pena al pensar que la vida ya es casi pasado: confieso que he amado. Si, sin dudas, que nuestra vida en este mundo tiene que estar signada por el amor. Ese sentimiento que todos y todas pensamos que tiene un valor esencial y que, sin embargo, no sabemos definir con claridad. Pero también, lo señalemos, todos y todas lo experimentamos de alguna forma y creemos en él como algo que nos atraviesa varias veces en la vida. Si, sé que existen algunos que son reacios a ello, reaccionarios y hasta refractarios. Pero es, el amor, una evidencia omnipresente pero invisible. Lo describimos con palabras (por eso viene tan bien la poesía), lo desarrollamos con gestos (por eso viene tan bien el contacto), lo sufrimos con las lágrimas y el silencio (por eso la indiferencia es tan cruel).
Confieso que he amado (y que me han amado, valga decirlo). Es más que una declaración de fe. Es la experiencia masiva de haber realizado una vida donde hemos experimentado la fragilidad esencial en la intimidad, la pasión traslucida en la ternura, el compromiso ante la felicidad de otro/otra. Confieso que he amado es, también, la demostración de nuestra humanidad, de la creencia real que hemos pretendido lo mejor para alguien, es la convicción de la felicidad de alguien como brújula, es la intención de maquillar nuestras torpezas con los gestos posibles. Es la posibilidad cierta de sentir que aún podemos, a pesar de nuestros inevitables defectos y nuestros seguros errores.
Confieso que he amado, porque también confieso que amo y prometo que amaré. Efectivamente porque no es una idea de algo que termina. “Confieso que he amado” es un presente continuo. Es como una invocación para invitar a que procuremos que eso sea una constante que atraviese nuestra vida. Confieso que he amado es más que una descripción de lo pasado, es la sensación de saber que la vida sólo es presente y por eso vale en esta noción de algo que se renueva. Es así que, quizás, no tengamos otra opción y estemos condenados a sentirnos plenos. Reconocer que amamos, no es pasado, es el compromiso que aún podemos hacerlo, de tantas maneras pero siempre con el mismo fin, hacer que quien es amado esté un poco más vivo, un poco más feliz. Esté donde esté.

jueves, febrero 09, 2012

Los textos, las palabras, lo importante




“Queda prohibido” de Neruda, “Instantes” de Borges, “La Marioneta” de García Márquez, son algunas de las obras que, aprovechando la magia de internet, circulan desde hace años. Los tres textos tienen dos características específicas. La primera que apelan a lo que se debería hacer; son como una invitación directa a vivir lo mejor que tenemos. La segunda, que ninguno de los escritores citados fueron sus autores. La primera es de Alfredo Cuervo Barrero, el segundo de Nadine Stair o a Don Herold (hay controversia en este caso) y el tercero, del ventrílocuo mexicano Johnny Welch.
Los tres poemas apelan a la sensibilidad que está a flor de piel y para ello se basan sobre un factor humano esencial: la muerte. Al presentarla como inminente, aparece el lamento o la exigencia sobre lo vivido y surge el mensaje sobre la necesidad de repensar la vida y lo que uno debería haber hecho para ser feliz, (en el caso de instantes y la marioneta) y a buscar la honestidad personal (en el atribuido a Neruda) como el camino esencial a la felicidad cuando el fin se aproxima (idea que está presente en temas musicales tan conocidos como My Way o Je ne regrette rien).
Esos mensajes que resumí que, citando a García Márquez –cuando se refirió a ese texto atribuido a él-, son “cursis”, los textos tocan alguna sensibilidad en las personas. Apelan a ideas que son universales. Ideas que estos arduos trabajadores de las palabras, de los sentidos y de las imágenes escribieron, de alguna forma y, sobre todo, de otra manera. Si, escribieron, por eso son grandes escritores de modo más refinado, más sugestivo, más elaborado. Viene a mi memoria, por ejemplo, el poema de “Remordimiento” que efectivamente escribió Borges.
Entonces, ¿Por qué atribuir a esos autores lo que uno quiere decir? Porque es más fácil.  Así de simple. Es más fácil poner nuestras palabras en boca de personas que aparecen como irreprochables, aunque sea en su escritura. Pensamos que así el mensaje toma el valor que deberían tener. Eso lo hacemos muchos aprovechando que son lectores, algunos los citamos literalmente, otros lo plagian aprovechando que el público no siempre es gran lector.
Lo cierto que todo ser humano tiene la capacidad de decir algo que sea lo suficientemente elocuente, adecuado y necesario para que la idea, aún repetida, toque el sentimiento en otras personas y pueda, con ello, despertar el entusiasmo que empuja a la felicidad. Por ello no hesitemos en intentar decir, con nuestras palabras, lo que sentimos, aunque ya esté dicho, aunque ya esté escrito. De ese modo seguiremos recreando ese instante fugaz en que la inspiración y el trabajo es capaz de gobernar el espíritu y producir esos pequeños cambios que transforman la utopía en horizonte.

La Mirada (y la comunicación)



Los ojos son el espejo del alma. Es una expresión que la asumimos como una verdad desde hace siglos. Pero sabemos que toda comunicación, inclusive esa mirada, no depende solamente de nuestra capacidad de expresar las cosas –con lo que disponemos, por ejemplo, nuestros ojos, sino también de la capacidad de ser percibido por el otro. Toda comunicación es una interacción, aunque no siempre esta exista. Siempre es un intento de enviar un mensaje a alguien y que ese mensaje, expresado con las herramientas que pensamos válidas, sea escuchado tal como lo pensamos, lo creemos, lo sentimos. Pero el día a día nos muestra que no siempre conseguimos hacer eso. Los seres humanos navegamos, tantas veces, sobre mares de incomprensión porque las palabras no nos alcanzan –las que disponemos-, porque los gestos son crípticos, porque la capacidad de percepción del otro –desde la auditiva hasta la comprensión- no es la necesaria. En definitiva porque, tantas veces, no alimentamos la comunicación con el constante intercambio necesario.
Ahora bien,  esto le agregamos el hecho, aparentemente secundario, de la reacción del otro, “del comunicado”. De aquel al que le decimos algo para que tenga una reacción según lo que comunicamos. A veces el “comunicado” no percibe las cosas, independiente de nuestra claridad. El otro también tiene sus intenciones, sus deseos, sus miedos para escuchar. Con ese ida y vuelta, posible pero no siempre presente vamos por la vida comunicando y confiando que lo hacemos bien o mal, lo que fuera.
A esto, siempre hay que agregar el que ve desde “afuera”. El que observa como comunican las otras personas. Por ejemplo, la otra vez vi una mujer tocando la guitarra y mirando a su marido. Vi alegría y algo más. Pero es mi percepción. Donde lo que veo son una imagen y la asocio con lo que creo lo adecuado, lo justo, lo necesario, lo inevitable. Esto, independiente de lo que realmente comunican entre ellos –aún cuando puede ser lo mismo- va por otro carril. Mi percepción siempre es mi percepción. Es esa percepción sobre los mensajes que hace que uno actúe. Eso, necesariamente genera errores. Muchos errores. Así es la vida, asi de compleja, a pesar que sigue siendo fácil mirar y hablar.
Todo esto no quita que, sigamos pensando, deseando y confiando que siempre haya personas que cuando te miran a los ojos son capaces de ver tu alma desnuda. Será porque esa evidente fragilidad nos permite la intimidad donde la comunicación perfecta deja de ser sólo una utopía para ser un camino a realizar.

martes, febrero 07, 2012

Elegir



Vamos por la vida surfeando sobre elecciones. Tomamos nuestras tablas y nos montamos sobre olas que nos dan el vértigo, nos revuelcan, nos sacuden. Nuestra vida está frente a un vasto mar que contemplamos y que recorremos con suerte desigual y con diferentes participaciones. No todos llegamos a todos los puertos, no todos recorremos todos los mares, no todos nos quedamos en la orilla que creemos la justa. Somos diferentes. Somos seres que vamos por allí, intentando descubrir lo que pensamos que es la belleza, sobrevivir a lo que creemos que es un peligro, persiguiendo lo que sentimos que son nuestros sueños, transitando las crisis que nos tocan en suerte – o las que les damos importancia- y, en definitiva, haciendo el esfuerzo de conquistar nuestra felicidad.
Todo eso se hace en medio de una mezcla casera que surge de los materiales que disponemos, de nuestras propias experiencias, de lo que las personas que nos tocan en suerte encontrarnos, de aquello se nos ofrece y de los caminos que vamos tomando y de aquellos que no tomamos. Todo salpimentado por nuestras elecciones. Elegir. Tomar decisiones frente a lo que está al frente o pensamos que estará. Elegimos sin la certeza de lo que viene, sino con la convicción de lo que está. Elegimos de forma activa o de forma pasiva, pero la decisión nos aborda a cada paso.
Después constatamos el efecto de nuestra elección. Comprobamos que ella es cierta o equivocada. Saboreamos lo valioso de sus frutos o nos queda el gusto amargo que se desprende de ella. En algunos casos, ambos, los conocemos de antemano. Si, porque no se elige por lo que consideramos mejor, sino por lo que consideramos más justo, valioso, necesario, inevitable (el sacrificio también forma parte de las elecciones que tomamos de forma voluntaria aunque no necesariamente, valga aclararlo). Esto hace que las decisiones sean ese efecto personal que nos llega por la convicción de un momento.
Ahora bien, cuando la decisión no produzca el efecto que queríamos, sería importante que evaluemos no por el resultado sino por las certezas que utilizamos para tomar esa elección. Quizás así, nos perdonemos más por los errores y, también, seamos capaces de pensar las oportunidades de otra manera. 
Elegir es parte del vivir. Así de simple, así de complejo. 

miércoles, febrero 01, 2012

Distancia



Siempre estamos lejos de algún sitio, de alguna persona. Es parte del viaje que realizamos durante nuestra vida. Hoy, tan habitual para muchos, un viaje nos aleja de algo o de alguien –por lógica nos acerca de otro sitio o de otra u otras personas-. La distancia se puede medir en kilómetros o, tal vez, en millas, para algunos. Hoy podemos, internet mediante, saber la distancia exacta que separa nuestro cuerpo de alguien que está lejos. Pero esa exactitud no sirve de mucho puesto que la distancia surge de una matemática imposible. Digo imposible porque contradice uno de los axiomas matemáticos infantiles que aún recuerdo no se puede sumar peras con manzanas. Independiente de la certeza de esta premisa pensemos que, en realidad, la distancia que nos separa de otro punto toma valor por la conjunción de kilómetros, situación de uno, de los demás, sentimientos que albergamos y otras cosas que no podemos mesurar adecuadamente, aunque sopesamos generalmente.
Así, sin darnos cuenta las cosas se alejan y se acercan aunque no nos movamos mucho. Lo que está cerca nos parece lejano y lo que está lejos lo sentimos bien cerquita, en ocasiones. Esta matemática de la distancia, tan peculiar, tan personal, se hace con esos valores que uno anda atesorando en sus vivencias. Es, sin dudas, esas vivencias, que toman el valor “x” para lo demás pero que para nosotros es, claramente un “π”, un número conocido, memorizado y con mucho sentido.
Hoy estoy lejos de personas que son importantes. Esta distancia la elegí. Sin embargo, cuando los kilómetros se hacen evidentes, aparece esa variable que tiene que ver con sentimientos, con certezas que hacen que la distancia exacta sea igual al punto que hay entre uno mismo y su corazón.

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