viernes, abril 20, 2012

El derecho a ser otro


El 19 de abril se conmemora la revuelta del Ghetto de Varsovia. Escuchaba en un acto sobre esta fecha, tan esencial para la humanidad, que el comienzo de todo el proceso que condujo la barbarie humana a una ostentación única, degradante y cruel fue el llevar al máximo la negación de una de las dificultades inherente al hecho humano: la inevitabilidad de la alteridad. Una alteridad que nos impone la necesidad de saber que el otro existe y por eso soy y, evidentemente, que yo soy el otro para él.
El derecho a ser otro dado por la inevitabilidad de ser otro. El elogio de la diversidad, la mágica esencia de la  humanidad. Lo que nos permite ver el universo de diferentes maneras y así poder superar los obstáculos que surgen inexorablemente en la vida. Sumar perspectivas y construir, aunar esfuerzos y avanzar. Alimentar los debates y permitir el crecimiento de las razones. Ver más allá de nuestras narices y enriquecerse con las perspectivas. Eso es lo que ha hecho que la humanidad crezca, en definitiva el encuentro con el otro, como hecho complejo, fundante y esencial.
No existe, por ello, nada más estúpido, incoherente y deshumanizante que negar el derecho a ser otro. La humanidad existe porque el otro existe. Si a eso, le sumamos la incomprensión, la barbarie en su sentido más amplio, la puerta a la violencia –tan inevitablemente humana- se abre de par en par y el ser humano se empeña en su propia destrucción: porque devastar, aniquilar, exterminar al otro es, sin falsa retórica, destruirse a sí mismo.
La memoria nos permite no sólo pensar que la crueldad en su grado máximo existió. No sólo ayuda para comprender que el poder cuando dispone de armas –cualesquiera sean- son capaces de superar cualquier límite; la memoria no sólo sirve para poner en evidencia que cuando los demás no actúan, no controlan la destrucción en todo sentido es posible. La memoria también debe servir para pensar todas las herramientas, habilidades y 
destrezas para evitar que se agreda al otro por ser otro.
Nuestro compromiso con el NO-OLVIDO es fundamental para reforzar nuestra convicción que no podemos ceder ni un ápice en la defensa del derecho de ser otro. No es únicamente la diversidad como algo pictórico, es la única posibilidad que la humanidad reencuentre sus bienes más preciados: la alteridad como esencia, el encuentro como condición y, por lo tanto, la necesidad de la comunicación como antídoto eficaz para que la violencia sea excluida de nuestras opciones de una manera contundente.
Ni uno más. Nunca más. 

sábado, abril 14, 2012

Casamiento


 Casarse es un acto administrativo, un ritual, una fiesta y una ceremonia. A veces, eso coincide con el hecho que dos personas que se aman y que creen que convivirán juntos toda una vida decidan mostrar públicamente su deseo de convivencia próximo o, en la actualidad, ya realizado hace tiempo. Pero, lo sabemos, no siempre es así. Nuestra idea de casamiento resiste a las evidencias que esa validez social, religiosa o cultural no garantiza, ni mucho menos, que las personas que contraen matrimonio se mantengan unidas. Sin embargo, sigue siendo el matrimonio una ambición, un deseo y, en varios casos, el motivo de una alegría que se pretende eterna, válidamente deseable y, sobre todo, convencidos que es una decisión que implica desafíos, necesidades, compromiso, intimidad y más. También, lo digamos, en ocasiones, también coinciden que dos personas que se han casado permanezcan unidos, felices, convencidos verdaderamente, “hasta que la muerte los separe”.
Pero el casamiento sigue siendo, en algunos casos, una simple cuestión formal, de neto carácter administrativo para certificar una unión y garantizar derechos compartidos, ya tomados anteriormente a la ceremonia. En otros casos, el ritual –esto lejos de menospreciar lo describe- es un acto que va más allá de lo que la sociedad necesita, sino que se asocia, a una creencia concreta que se articula con una necesidad y que, en ocasiones, pretende ser una certificación de una decisión tomada de cara a un futuro que imaginamos, nunca sabemos, próspero, agradable y feliz. Una decisión que nos separa de otras etapas de nuestra vida, que nos proyecta a cierta idea de lo que viene. Un casamiento, siempre es un gesto que valida lo ya validado y que nos expone a un desconocido compartido guiado por un hilo conductor: la noción de amor que manifestamos.
En una película mala, remake de una buena, una de las protagonistas –encarnada por una actriz de una intensidad actoral impresionante- se responde a la pregunta porque los seres humanos nos casamos diciendo que los hacemos “porque necesitamos un testigo de nuestras vidas”[1]. Un testigo aunque, en algunos casos sea más una coartada, en otros alguien que nos salve y siempre, alguien que nos permita la dicha del encuentro.
El matrimonio sigue siendo el reconocimiento público de un encuentro entre dos personas con historias particulares que, seguramente incluyen sus silencios, sus no dichos, sus reservas que pretenden ser testigos uno del otro de una vida o de una parte enfrentando con lo que tienen o pueden las inevitables componentes del encuentro humano –alegría y tristezas como síntesis- y navegando en las crisis que aparecerán. Esto, siempre con las limitaciones propias que todos y todas podemos tener y que, tantas veces ni hablamos de cara a este momento.

Pensemos en la fórmula que se usa -que aún resiste-, en ocasiones, es la que dice “lo que Dios ha unido no separe el hombre”. Lo cierto que esta fórmula arcaica es válida mientras es válida. O en palabras de Vinicius de Morais:
 Eu possa me dizer do amor (que tive):
Que não seja imortal, posto que é chama
Mas que seja infinito enquanto dure.[2]
Por ello y por más, ¡Felicidades para los que deciden casarse hoy!


[1] Me refiero a la película Shall we dance? (¿Bailamos?) -2004- del directosr Peter Chelsom con Richard Gere, Jennifer Lopez y Susan Sarandon –la actriz que menciono. La película original es de Masayuki Suo de 1997, bajo el mismo título.
[2] Soneto de Fidelidade. Vinicius de Moraes, "Antologia Poética", Editora do Autor, Rio de Janeiro, 1960, pág. 96.


miércoles, abril 04, 2012

Injusticias lejanas y cercanas


Los seres humanos tenemos tendencia a ser impiadosos en la defensa de las injusticias lejanas. Somos, en esos casos, acérrimos defensores con los que atentan contra lo que defendemos, muchas veces, en la medida que eso se encuentre allá lejos. No escatimamos adjetivos para esos casos y, en esta era de Internet, abogamos por las causas con la celeridad que da el “enviar” de correos y spam pre-formados. Allí, en ese espacio virtual respondemos rápidamente a las causas que atacan la justicia en cualquier parte del mundo. No reemplazaron sino que incentivaron las antiguas mesas de café, donde esgrimíamos insultos y argumentos contra quienes eran capaces de afectar la dignidad de alguna causa que consideramos necesaria defender. Así, somos paladines de causas de justicia con un compromiso, podríamos decir, casi sin sacrificios y, en muchas ocasiones, sin mucho trabajo.
Pero ese mismo esfuerzo “ciclópeo” que realizamos para ver esas injusticias en el macro mundo no se refleja, muchas veces, en el día a día, donde somos mas comprensivos con las injusticias, menos rígidos en la defensa de los principios de equidad y bastante tolerantes con esas sinrazones que gobiernan los actos en la interrelación con los demás. Es como que en lo “micro” la aceptación de las cosas se puede permitir licencias, porque uno “comprende”, “entiende”, ‘explica”, “admite” de forma irregular. Así, no consideramos injustos los tratos que podamos ver basados en quien lo realiza tiene o no un problema, es más cercano a nosotros, o simplemente, estamos cansados para enfrascarnos en una discusión.

Para evitarnos la incoherencia utilizamos argumentaciones de las más variadas y diversas que por lo general, para disculpar nuestra conciencia o apaciguar nuestras mentes racionales, nos hacen creer que estamos tras una lucha mejor y superior. Así nos enfrascamos en discusiones tan generales como poco comprometidas con la realidad que vivimos, pero que nos permite disfrazarnos con mucha soltura de paladines de causas perdidas.
En definitiva es evidente que siempre es más fácil ser justos con lo que no nos pide el esfuerzo de poner nuestra piel, nuestro espíritu, nuestra tranquilidad en juego. Causas justas que no se ven, son más fáciles de luchar, sin dudas, pero así pagamos el precio que lo que podemos cambiar lo ignoramos. La humanidad sigue pagando el precio de nuestra “solidaridad permanente y justa contra los lejanos" y nuestra “indiferencia sesgada, excusada y disimulada con los cercanos".

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