lunes, agosto 13, 2012

Día del niño



Este domingo es el día del niño. Esos días simples que pueden ser un remanso, para imaginarnos capaces de esas cosas que hacen la felicidad. Cosas simples, que no necesitan más que un poco de disposición de ánimo, para sentir los ecos de la paz que puede nacer de un corazón que se permite creer que lo necesario, realmente necesario, es muy poco; creer que la alegría surge un poco de la sonrisa que uno presenta y otro de esas que el otro/a nos retribuye.
Ser como niños es un pedido que escuchamos tantas veces. Una especie de plegaria con algo de utopía. El ser humano insiste con que eso resolvería tantas cosas; pero, al mismo tiempo, sabemos que el mundo se empecina en hacer que la vida sea muy complicado, alejada de toda noción de infancia y, sobre todo, que exista un mundo donde una parte de los niños, que andan por el mundo, tengan que pensar en sobrevivir. Si, la humanidad está en deuda mientras haya niños y niñas que sufran privaciones, dejadez, violencia, hambre.
Algo, como humanidad, estamos haciendo pésimamente mal si las lágrimas de un niño aparecen por otra cosa que no sea por las trivialidades que una buena infancia hace derramar lágrimas: una caída jugando, una bebida que se cae, un golpe con la bicicleta, otro niño que no presta su juguete y esas cosas. Algo hacemos mal si antes esas lágrimas, que son necesarias para una niñez, no encuentran nadie que las pueda consolar con las cosas simples: unas palabras de cariño, un gesto de cercanía, un juego ingenuo o cosas como esas. Algo hacemos mal si las lágrimas aparecen por cualquier tipo de violencia, de abuso, de inequidad social, de injusticia y la respuesta es la indiferencia, el daño, la maldad.
Podemos explicar las cosas de tantas maneras –económicas, sociales, jurídicas, pedagógicas, hasta genéticas- eso hará que se alivien nuestras penas y podamos vivir tranquilos; pero, seguirá siendo incomprensible, que alguna infancia sea cegada por normas de cualquier tipo. Así de simple, un niño, una niña que sufren porque la corrupción existe, porque la impunidad hace proliferar las violencias, porque existe una industria que necesita sobrevivir, porque los que manejan el dinero aún quieren un poco más, un poco mucho más, porque las cegueras ideológicas imponen la muerte, la mutilación, el dolor, la intolerancia, en cualquier de sus manifestaciones. Todo se puede justificar, pero no quita, algo como humanidad hacemos mal.
Si, nos tomemos el día del niño como la oportunidad de oro de hacer que la infancia se manifiesta con toda su corte de maravillas. Dejemos que la risa, la alegría, la inocencia, la ingenuidad y el deleite de permitirnos el juego se presente sin temor y con la sincera intención de hacer que dure mil años seguido.
Al día siguiente, volvamos a ser adultos, creativos, inteligentes que saben que su responsabilidad, sea cual fuera, es hacer que la infancia se extienda como un manto infinito alrededor del mundo entero, con la magia de su simplicidad, con la alegría de su esencia y con la convicción de la imprescindible necesidad de su existencia total. 

domingo, agosto 12, 2012

Cocinar como disposición


Me he dado cuenta que me incomodan las personas que dicen “yo no sé cocinar” con aire de superación. Es más, lo dicen tranquilos, como si fuera un punto final de una anécdota. Es más, lo dicen con cierto orgullo y, por las dudas, lo enfatizan. Aclaro, no estoy hablando de personas incapaces de todo por múltiples limitaciones. No estoy hablando aquellos que no tienen capacidad intelectual, estoy hablando de profesionales que estudiaron carreras universitarias muy exitosas. No estoy hablando de aquellos que les faltan las manos o que por algún problema cualquiera tienen cierta torpeza manual. Estoy hablando de gente muy hábil con las manos: cirujanos, ingenieros, informáticos, artistas, etc. No estoy hablando de aquellas personas que no saben reconocer la diferencia entre lo vulgar y lo fino, que no distinguen sabores y olores, que su educación no les permitió acceder a la normas de la estética. Estoy hablando de personas que son creativas en un sinfín número de actividades y que son críticos con cualquier creación ajena.
El “no sé cocinar” es un reflejo de una característica llamativa en su forma de ser. Es un “no sé” especial. No es un “no quiero hacerlo”; eso es un derecho personal que cada uno tiene. Tampoco es uno “no sé” de no saber (maravilloso sería el mundo si existiesen muchos "no sé", en vez de esos errores nacidos de la incapacidad de decir "no sé"). Es un “no sé” de "no me interesa", no es tarea acorde para mí. Aclaro, no es el “no sé” sea un problema sino, que es un síntoma claro de la incapacidad que implica. Una incapacidad que no tiene que ver con inteligencia, con habilidades manuales y con creatividad. Es la incapacidad que más castiga al mundo: la incapacidad de la disposición, de la falta de servicio, del preocuparse por lo demás.

La cocina es de las mujeres, es algo que siempre fue aceptado, en la medida que esa cocina era un trabajo llamado “doméstico”. Cuando pasa a ser profesional se comienza a decir que los hombres son buenos cocineros, hasta llegar a afirmar que los hombres, en realidad, son mejores cocineros que las mujeres cuando están en la cocina, escasamente, de forma doméstica. Pero no estoy hablando de si el hombre puede cocinar o no y de sus habilidades, reales o no. Estoy hablando de otra cosa, de aquellos que no lo intentan nunca porque siempre tienen alguien que les “ponga las papas en el fuego”. Porque esas personas son las que se niegan, alegando una natural incapacidad, a aprender a cocinar. Tradición manda y años y años impidiendo eso terminan cumpliendo sus objetivos.
¿Por qué esto es un problema? En realidad, insisto, no es que sea un problema, sino un síntoma de un problema. Pensemos, para explicarlo, que el hecho de cocinar de forma doméstica es una manifestación muy precisa de la capacidad que tenemos los seres humanos para pensar en el prójimo. La disposición que tenemos, o no, para dejar cosas por los demás. La cocina es un esfuerzo vital: necesitamos comer. Pero también es aquello que nos empuja a pensar más en el otro que en uno, a pensar en la satisfacción momentánea, pero inminente. En la importancia de lo esencial y en el placer de lo compartido. Quien cocina todos los días para alguien tiene que pensar, ocupar tiempo, dedicación y también, muchas veces, estar en soledad en una tarea exclusiva para los demás.
Si observan bien, quienes no “saben cocinar” -que debe incluir la incapacidad para ayudar en la cocina también- son aquellos que tienen una limitación en algunas de esas características. Son personas que tienen un egoísmo pertinaz, aunque pueda ser disimulado. 

La cocina como cualquier actividad humana refleja el carácter, pero sobre todo la disposición con el otro. Tenían razón los sabios, el mejor lugar para conocer alguien es una cantina. Avanzo un poco más, creo que una de las actividades más ilustrativas sobre una persona surge cuando uno los  observa cuando es servido. En esas situaciones se podrá ver y aprender mucho más sobre su disposición al otro, a los demás, a la vida misma.
Quizás, por todo esto, que cocinar es mucho más que una cuestión de perfección gastronómica, es la forma de ver donde nuestra humanidad todavía tiene que aprender.

lunes, agosto 06, 2012

Aceptar al otro

El aceptar al otro parece ser algo cotidiano. Lo decimos con relativa frecuencia cuando nos confrontamos con alguien que muestra la diferencia. La diferencia en la forma o en el fondo; diferencia en la idea o en la palabra; diferencia en el sentir o en el hacer; diferencia en el color, en las actitudes o en sus conductas.
Lo curioso es que siempre el ser humano se define por que existe uno y algún otro. Más claro, sin el otro no hay existencia posible. Esta realidad, que algunos llaman alteridad, es quizás la clave más esencial de toda actividad humana y de todo lo bueno y de lo malo que se desprende de esta cualidad. El otro nos obliga, nos intimida, nos excita, nos atemoriza, nos empuja, nos lastra y más. el otro nos permite los sentimientos, los gestos, las caricias, los besos, los amores. Por el otro existe distancia, ausencia, compañía, dolor, bálsamo, recuerdos y olvidos. Aún cuando o ese otro pueda ser efímero, circunstancial y hasta ausente, hasta siendo ficcional, inventado, oculto, negado, despreciado e ignorado.
Identidad y diferencia surgen frente a ese otro al que debemos reconocer, no por haberlo conocido, sino porque buscamos algunos mojones que nos permitan saber donde  uno esta parado y, muchas veces, en relación a uno.
Luego de reconocer, algunos creen que conocen. Pero esto es menos importante que el paso siguiente que implica aceptarlo. El aceptar necesariamente conlleva el pensar, saber, sentir y/o creer que hay diferencias. He aquí, la cuestión más radical de todo encuentro.
Creo que no siempre que lo decimos realmente aceptamos al otro. Creo que muchas veces decimos eso como una idea de simpatía que nos produce la diferencia, A veces convencidos que es el paso necesario para crear la famosa empatía. Pero aceptar al otro es creer de un modo racional, real, sincero, y movilizante que lo que el otro valoriza, simboliza o expresa con sus propias modalidades –no tan lineales como las de uno, no tan claras como la nuestra, quizás como también, quizás, mejores, mucho mejores- no sólo es válido, sino, en ocasiones, deseable como hecho humano.

Tal vez, sea hora de comprender que no existe algo más difícil, complejo y, al mismo tiempo, aceptado como necesario, imprescindible como universal y declamado como fácil como es el hecho de aceptar al otro. Porque en esa experiencia se conjugan el universo humano con toda su limitación, toda su ambición y, valga decirlo, con el núcleo más honesto de todas sus esperanzas.

jueves, agosto 02, 2012

Consentir



La sexualidad es la manifestación de una interrelación de las dimensiones que posee el ser con las dimensiones de otro/a. Más simple la sexualidad es la manifestación de la interrelación humana. Cuando nos referimos a dimensiones estamos hablando de esos cuatro aspectos –y sus contenidos- que componen al ser humano: la corporal, la mental, la social y la espiritual –entendida como la idea de trascendencia que es característica propia de nuestra especie-.
En esa interrelación, el ser humano maximiza todas sus opciones cuando todo lo que pueda hacer está habilitado por la acción suprema de su condición de sujeto: el consentir. No existe acción que resuma de manera más completa la historia de la humanidad. Esto, en términos de compartir la idea de Camus que “la historia del mundo es la historia de la libertad”.
Consentir implica aceptar algo que se produce bajo mi decisión de ser algo en ese momento –protagonista, testigo, partenaire-. Ahora bien, la complejidad de consentir ha sido reducida, tantas veces, a la simplicidad de un artefacto con su on-off y nada más. El consentimiento es un proceso constante que nos permite, metafóricamente, el camino donde andamos. Así, nos permite, pasos largos, cortos, el quedarnos parados, el retroceder y las otras variantes que podamos imaginar.
Siempre se consiente a lo desconocido. Siempre se consiente a lo que va a pasar no a lo que sabemos –como certeza- sino a lo que suponemos, imaginamos, creemos, sospechamos, intuimos, ansiamos, y toda la cohorte de verbos que “casi” significan lo mismo pero que implican la sutileza del lenguaje y de la vivencia.



Consentir es, sin dudas, la acción principal que debemos desarrollar en una educación sexual integral. Es, tal vez, la herramienta más importante. La que garantiza todo el resto: desde la protección hasta el placer. Ahora bien es el útil que necesita las condiciones más particulares, las destrezas más completas y, la mismo tiempo, el útil que parece que es innato para todos y todas.
Consentir realmente es fruto de una suma de condiciones que representan la complejidad del ser humano y la delicada ingeniería que compone la sexualidad como conjunto de esas dimensiones que mencionamos.
A veces, es verdad, las consecuencias pragmáticas del consentir, sin ese destreza en el manejo, son positivas o inofensivas pero, lamentablemente, no siempre. Por ello es que el consentimiento sigue siendo una ecuación compleja en la que intervienen: nuestra conciencia, nuestro sistema de evaluación, la estima que tenemos de nosotros mismos, la información que manejamos, la conciencia de nuestros derechos, la capacidad de creer y exigir nuestras opciones, la habilidad que disponemos para manifestar nuestros deseos, la capacidad de comunicar sentimientos, la asertividad y otros elementos que no son innatos sino netamente culturales y, por ello, son fruto de la educación.Por lo dicho, definitivamente, consentir es la piedra angular de la sexualidad y, por lo tanto, es la habilidad esencial que la educación sexual integral debe desarrollar. Menuda tarea, menudo desafío, maravillosas posibilidades. 

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