martes, julio 30, 2013

Borrador sobre dignidad y belleza

Leonard Cohen cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias dijo que siempre intentó hacer su música dentro de “los estrictos límites de la dignidad y la belleza”. Nada más claro, contundente, difícil y complicado como declaración de vida.
 Muchos pueden subscribir esa idea. Aunque no todos pensarán, antes de hacerlo, si realmente tienen claro que significa dignidad y  belleza. Y, lo sabemos, definir aquello con lo que nos llenamos la boca no es tarea que sea fácil para todo el mundo, aunque sea tan simple. Es más, para muchos es una ley: cuanto más utilizan ciertas palabras grandilocuentes, menos se preocupan en saber que significa. (tal vez no sea una buena ley para todos pero si para los políticos, en general).
Por esta idea es que, tal vez, me permito este borrador. Un intento simple de querer definir que es eso que Cohen dice y que pretendo subscribir. 
La dignidad la podría definir, simplemente, por la capacidad de permitir la integridad de una persona, aún en la carencia absoluta, en la falta manifiesta. La belleza, cada cual tendrá su medida pero, permítanme definirla como el descubrimiento fuera de uno de una integridad sin carencia para el que observa. 
La dignidad se ofrece, la belleza se recibe, podemos decirlo de un modo sencillo. La dignidad nace del interior de uno y se presenta como una verdadera declaración ante el mundo, la belleza existe fuera de uno y se descubre –recordemos que uno, también es “el fuera de uno” de otros. La belleza radica no en la perfección sino en la sensación que un momento particular se llena por un instante fugaz pero perenne. La integridad parece ser más una lucha cotidiana contra lo que afecta al hecho de ser humano: la crueldad, la desesperación, el odio, la violencia, aunque es, nuestra especie, quien la reproduce como una constante.


sábado, julio 27, 2013

Inevitabilidad

Lo inevitable nos cerca. La muerte es inevitable. Pero también el amor. Lo curioso que en ambos casos lo hacemos solos, aunque haya alguien más allí. Morimos cuando morimos. Amamos cuando lo hacemos. A veces, eso coincide con los demás y es, sencillamente maravilloso, dan prueba una humanidad entera que lo ha vivido. No es la reciprocidad quien define el amor aunque ella sea de las experiencias que son sencillamente grandiosas. Pero no es por que amamos que nos aman y tampoco al revés.  Pero cuando lo hacemos, es inevitable hacerlo. No se puede dejar de hacerlo. Es esto, tal vez, una de las pruebas irrefutables que es inevitable. No depende que alguien nos devuelva ese sentimiento. Si, es mejor. No estoy haciendo gala de ningún tipo de sentimiento de dolor y pena, el amor no lo incluye, aunque el vivir si -he ahí una diferencia esencial. 
Muchas veces o pocas, tampoco importa mucho, uno se da cuenta que ama. Lo hace de una forma que no puede explicarlo -no hablamos de enamoramientos, flechazos, calenturas y demás-. Pero aún cuando eso surge por ver a alguien aunque no nos vea, lo percibimos como una realidad completa. Que nos aborda, nos abarca, nos delimita.
Si, el amor es inevitable como la muerte. Ojalá cuando esta última nos llegue nos encuentre con la certeza de haber hecho lo primero, porque eso implicará que aunque nuestro amado no esté ya con nosotros o si, la sensación de amor siempre estará.
Lo inevitable, insisto, nos cerca. No nos resigna -que no lo haga- sino que nos hace comprender que aceptarlo debería ser lógico y por ello, sólo importará como estamos cuando nos lleguen esas "inevitabilidades". La muerte nos llega a todos, el amor no siempre, aunque todos podamos ser amados. Pero si llega, lo repito, es inevitable. Así que las esperemos -metafóricamente hablando- con la actividad dinámica de la paz interior o trabajando, aunque cuesta, para conseguirla.


miércoles, julio 24, 2013

La impunidad y el poder

La impunidad siempre ha sido una característica reprobable del poder. La impunidad para decir, hacer, atacar, destruir, matar, silenciar, ultrajar, etc. Para muchos ciudadanos se ha transformado en “la característica”. De este modo, la impunidad es la representación más contundente de un poder abusivo que afecta a los demás. Ellos, los que tienen poder, pueden lo que los demás no pueden y nunca van a ser condenados por lo que los otros lo son, por lo menos, y esto lo demostró la historia, mientras tengan el poder.
Para cualquier persona esto que enuncié es una verdad no constatada científicamente pero si, demostrada hasta el hastío en el día a día. Una impunidad que se consigue de muchas formas, pero sobre todo imponiendo razones e interpretaciones para mostrar que en realidad esta vez no es impunidad sino justicia. Bush es, sin dudas, el ejemplo más contundente e indiscutible de este procedimiento: no sólo está impune por los delitos de lesa humanidad cometidos en poblaciones civiles, sino que además ha generado un discurso omnipresente que lo que hizo está más que justificado por “los terroristas”.
Por eso, el poder, lo primero que hace es demonizar. Encontrar un culpable fuera de discusión. Alguien que permita producir disculpas por los supuestos actos de impunidad del poder. Así, en realidad estoy haciendo esto porque antes estos o aquellos hicieron algo peor, curiosamente, cuando tenían impunidad, y así el ciclo del poder se reinicia: intenciones puestas como buenas, abusos elaborados como excepciones, impunidades justificadas como necesarias.
El poder siempre implica un desafío tremendo para cualquiera, porque conlleva el riesgo de la injusticia como efecto secundario real. Evitarla implica más que tener un discurso contra las injusticias posibles es velar, con firmeza, para no caer en las trampas del poder: permitirse las impunidades porque en este caso no es impunidad sino necesidad por un bien más justo.
El principal esfuerzo de una revolución real no es sólo luchar contra el poder abusivo establecido, sino evitar reemplazar ese poder por otro poder, de cualquier especie, que este basado en la impunidad como norma, la opresión disfrazada de cualquier manera, el silenciamiento de los que piensan diferente y de un esfuerzo sistemático para convertir en demonio a los adversarios.
Por ello, creo que el único desafío real de nuestra sociedad es desarrollar los mecanismos reales y no los discursivos para procurar y garantizar los medios para evitar que los que tengan el poder nunca tengan la impunidad del poderoso.

Domingo, 08 de Octubre de 2006

sábado, julio 20, 2013

Día del amigo

Soy contrario a estos días de celebración. Me parecen una de esas simpáticas, necesarias y “vale-todo” fechas que se nos exigen. Si, para la ocasión escribo sobre eso. Mea culpa. Pero no saludo ni tanto, ni poco. Es como que da lo mismo. Mis amigos, los que son mis amigos y amigas, no precisan un día especial. Los que no lo son, pero creen serlo, se pueden sentir ofendidos, como prueba que no lo son. Los que alguna vez pensaba que eran amigos, encuentran excusas en estos supuestos olvidos. Finalmente, aquellos y aquellas, que deseo que sigan siendo mis amigos no lo serán porque estas fechas existen sino porque también lo desearán.
También, puedo pensar que hay personas que siento como mis amigos y que la distancia, el tiempo y algunas que otras circunstancias que guardo como tesoro y, en ocasiones, como castigo, me impiden saludar.
Hoy, en esta realidad sólo pasa lo que pasa. Sé quiénes son y quienes serán siempre. Independiente de lo que pueda llegar a decir. Valga que sienta que hemos tenido tanta intimidad que nunca lastimó sino consoló. Aunque no existan confesiones grandilocuentes ni nada de eso. Aunque sí, la verdadera sensación de sentirse acompañado hasta el tuétano (me encanta esa expresión).

Por mis amigos y mis amigas. Donde estén y aún sin decirles nada sólo deseo que hoy, como siempre sean felices  o, por lo menos, caminen hacia ese deseo.

jueves, julio 18, 2013

El cactus




El cactus en lo alto de la montaña. El cielo azul in-vocante y el mar azul convocante. Él, impávido. 
Hay, sin dudas, belleza en su presencia y magnificencia en su forma de estar. Toda la fuerza que surge de su aparente inaccesible belleza y la contundencia del mensaje que se puede escuchar: estamos solos y por ello, innegable, completa y necesariamente necesitados de la compañía. Necesitados de otro que nos mire, de otro que miremos, aunque sean como esos cactus, pasajeros a la vista de tantos pero reales y concretos. Sólo pocos lo miran, sólo pocos lo comprenden. Pero ellos siguen estando.
La naturaleza sigue brindando metáforas que se vuelven elocuentes para los seres humanos. Sigue siendo ella, con sus detalles de formas, colores, sabores y demás quien inspira la poesía, por ejemplo. Sus detalles, repetidos desde siempre y renovados aún para siempre, han permitidos que seres humanos, desde casi el inicio mismo, buscaran formas para decir, explicar y encontrar en ello metáforas que nos digan las mismas cosas de siempre pero que todo el tiempo parezcan nuevas.
Si, el ser humano intenta explicar la belleza con las palabras. Es parte de sus posibilidades y la belleza, entonces, radica en ese intento de entrelazar palabras para que tengan un sentido. Luego con ello hacer que la interpretación que ofrezca sea agradable, consistente, eficaz, efectista o lo que fuera. Tal vez por ello, sigo pensando que lo marca la esencia humana es su capacidad de interpretar. Viendo lo mismo es capaz de dar sentidos distintos, de colorear de otro modo aquello que muchos ven. Interpretar, una forma de leer lo que nos rodea,  lo que nos llega, nos toca, nos afecta, nos inquieta y, luego de devolverlo de otra manera, muchas veces, a los demás.
Interpretar la acción que, creo, nos define principalmente como humanos y que nos pone frente a la decisión central del encuentro con el otro con la pregunta simple: ¿qué hacemos con la interpretación que tenemos en relación al otro? ¿La comunicamos?, ¿la imponemos?, ¿la compartimos?, ¿la discutimos? Y con la del otro ¿qué hacemos?: ¿la aceptamos?, ¿la discutimos? ¿la negamos?, ¿la despreciamos?, ¿la destruimos? Si interpretar nos hace humanos, lo que hacemos con esa interpretación define nuestro trayecto como humanidad



Sobre artistas



El arte no inmuniza de la crueldad pero si crea una buena excusa. Pensaba el otro día. Es decir, hay una forma de parecer cualquier cosa. Si tomamos cualquier profesión podemos ver sus formas y “jugar a ser eso”. De forma seria. Aparentar. Parece que somos “the best” en esa profesión haciendo ciertas cosas, forzando los estereotipos. Porque todas las profesiones, actividades y demás tienen estereotipos. Sea de lenguaje, formas, vestimentas, rituales, palabras a utilizar. Estereotipos que, obviamente, se utilizan de verdad. Sin embargo que llevados a una suerte de pantomima se utilizan para parecer un poco más.
Por supuesto el aparentar no implica saber, conocer ni ser. Pero, en muchos casos y, sobre todo, cuando la urgencia no aparece, hasta funcionan. Una suerte de fraude “psico-socio-cultural. Gente que dice que hace, que habla un poco mucho –en ocasiones que calla las palabras y dice con los gestos estudiados, preparadas-, para parecer un poco mejor de eso.

Pero volvamos, en esta ocasión, al arte. Uno ve a algunos que según su apariencia son artistas, es más algunos de ellos son realmente artistas, hasta buenos. Sin embargo eso no impide que puedan unos tremendos hijos de puta. Poner la sensibilidad a beneficio del arte, producir, con ella, una obra de una calidad espectacular que refleje con total claridad el sentimiento de un conjunto de personas que sean capaz de llorar, reir o extasiarse ante esa obra no quita, bajo ningún punto de vista, que esa persona sea un verdadero y completo ser brutal, cruel y demás. Algo así como que Picasso afectará al mundo con su Guernica y todo lo que implicaba no quita para nada, que era un soberano hijo de puta con sus mujeres.

La cuestión que asociación existe entre ello? Y, por otro lado, lo más grave, ¿Cuántos llamados artistas utilizan el arte como excusa? Me explico, puede ser que ciertas personas que son verdaderos ignorantes emocionales en sus relaciones sólo logren, por una verdadera incapacidad, expresar su sensibilidad en su obra. Tienen una suerte de discapacidad enorme para no enfocar su sensibilidad que para otra cosa que para la producción artística. Otra cosa, es esas personas que utilizan discursos, formas, rituales y demás como una coartada para producir daño, discriminar, afectar, destruir al otro. Estas personas son las peligrosas. Generalmente, vale decirlo, son personas que saben manejar “el relato”, “las formas” y se aprovechan de la necesidad y fragilidad de sus víctimas.


Quizás valga enseñar un poco más de eso cuando hablemos de arte.


martes, julio 16, 2013

Tengo un amigo homosexual


Esta frase es, lo que se dice, una auténtica pelotudez (zoncera, imbecilidad, macana, estupidez, o cualquier palabrita que implique lo mismo) en muchos casos. En algunos es, simplemente, un tibio intento de ocultar una homofobia, una forma de discriminar. Esto a pesar que es tan común. Estoy seguro que muchos de los que la pronuncian no quieren discriminar y no son “tan” homofóbicos pero también que algunos si.
¿Alguna vez ustedes dijeron a alguien tengo amigos heterosexuales? Sería la primera pregunta a hacer frente a esta afirmación dibujada de libertina. La segunda sería más compleja: ¿ustedes elijen a sus amigos por su tendencia sexual o simplemente son sus amigos y lo demás no siempre lo hablan? Porque no andan diciendo por allí lo que en la vida sexual de cada uno se hace como tema de referencia… tal vez sería interesante: Me masturbo…ah, yo tengo un amigo que se masturba. ¿Qué importancia tiene la actividad sexual?
Si, claro, ustedes dirán que en realidad eso pretende decir no voy a excluirte de mi círculo, por más que seas “eso”. O, tal vez, “soy tan tolerante que tengo amigos como vos”. No hay forma que esa frase tenga un valor positivo.
De nuevo el tema prioritario es ¿a quién vemos cuando vemos al otro? ¿Vemos a una persona que dice, hace y cree en cosas y que muchas veces pueden coincidir o no con nuestra forma de ver el mundo y otras no? O, ¿sólo vemos a alguien que no nos cuestiona, nos interpela, nos inquieta por qué no se adecua a nuestra visión del mundo?
Esta alteridad esencial define nuestra humanidad y nos condena a darnos cuenta que necesitamos del otro, el cual, necesariamente siempre será diferente para enriquecernos, que hará cosas iguales a nosotros para deleitarnos y que en definitiva, será lo suficientemente diferente para que así podamos encontrar los caminos del encuentro, de las posibilidades y de la alegría.
Una cosa más: Qué suerte que cada uno pueda vivir su vida sexual como le plazca. Caminos que podemos transitar o no, pero que nos permite la sencilla magia del encuentro, lo que hace que seamos, con ello, todo lo humano que nos permite esta esencia



lunes, julio 15, 2013

La duración del placer

Un estudio reciente del Journal of Sexual Medicine asegura que siete minutos son suficientes para tener relaciones sexuales completamente satisfactorias. Recordemos, también, que el orgasmo promedio dura entre 3 y 12 segundos. Sólo 420 segundos y un 1% de ellos para el goce. ¡Diablos! Podemos decir, tan poquito. Un nuevo hecho científico desnudado –que bien esta palabra aquí-. Ya lo sabemos. Pero, lo cierto, es que nadie anda cronometrando en sus relaciones –bueno, algunos pero es otro problema-. Es más podemos agregar que si cronometramos seguramente el placer no aparecerá.
Si uno piensa los encuentros amorosos que tuvo –si queremos ser cuidadosos con el lenguaje- o sexuales, en ocasiones coitales, – si llamamos a las cosas de manera más concreta-, lo que nos queda en la piel, en la retina, en la memoria, o en donde albergamos nuestras sensaciones de placer están asociadas al momento vivido y no al tiempo que se ha utilizado. Así, sea que tuvimos una noche casi perfecta –nunca lo es porque siempre hay una noche más para poder vivirla aún mejor- o si fue un escarceo rápido en un instante fugaz –en algún lugar físicamente incomodo pero suficientemente excitante para intentarlo- lo que resta en nuestras sensaciones escapa al conteo de segundos, se filtra en la piel y ocupa los sentidos donde los placeres se traducen de tantas formas diferentes.
Lo cierto sigue siendo que no importará nunca el tiempo que dure sino la consistencia de esa red en la que nos permitimos abandonarnos. La que nosotros tejemos y, sobre todo, aquella que conseguimos tejer con la compañía con la que nos permitirnos un instante o una vida de placer.
El placer siempre llega cuando nos permitimos el lujo de estar en ese instante donde la intimidad, aunque sea en silencio se construye de una manera tan particular que no se repite más. Tal vez, esas veces, son las que uno siempre recuerda, y queda, como tatuaje, que va recubriendo cada pedazo de esa piel interna que tenemos.

El encuentro permite llegar a esos caminos de la satisfacción y por allí encontramos los senderos que nos pueden conducir al placer. No se trata de caminarlos como turistas, sino descubrirlos como habitantes de ese espacio. Hacerlo es mucho más que dedicarse, es permitirse la locura de ofrecerse, de ser y de estar, aunque sea pasajeramente, como la vida misma.

Relaciones y límites


Las relaciones, me resultó evidente estos días, se definen por límites. Como los que nos rodean. Algunas veces son claros y contundentes. Como marcados con muros y con puestos fronterizos que exigen visados para poder traspasar las barreras. Otras veces, como lo de las comunidad europea, un espacio común que se puede recorrer tranquilamente, aunque sea aparentemente. También los hay como esos que separan provincias u estados, donde el límite no es nada preciso y tampoco importa tanto, -hasta que importa, pero eso es otra cuestión-. Así, existen límites que si uno los atraviesa no son un problema y otros, que al hacerlo es una declaración de guerra. Aquellos donde uno es realmente un extranjero para el otro y otros donde un es acogido con un acto de entrega del otro. Limites que marcan, establecen, señalan y dan derechos o imponen deberes. Limites donde la guerra surge, el conflicto se hace un riesgo permanente y otros, donde la simplicidad de los limites está en la intención de los gestos.
¡Sí! Las relaciones se pueden definir por límites. Limites corporales –a qué parte del cuerpo del otro y del mío puedo tocar, por ejemplo- límites de la palabra que cosas puedo compartir, decir, preguntar, inquirir- límites de las emociones –aquellas que podemos mostrar y no- límites de todo tipo que marcan, sobre todo, como somos y como nos permitimos el encuentro. Cada persona tiene sus límites, cada persona tiene su forma de considerar el mundo, de ver las cosas y, con ello, de hacer que todo sea un poco más simple, o más complejo.
Las relaciones implican, en este sentido, el contacto con límites donde todo o nada pasa. Límites que deberían depende siempre de dos. Nunca de uno. Este juego permanente, constante de buscar espacios comunes, de guardar espacios propios y de permitirse el lujo de ser dueño de ese lugarcito donde uno es el simple soberano de su decisión. En definitiva es allí el secreto para poder compartir. El tener algo que es de uno sólo y por ello es capaz de ofrecerlo con la generosidad que sólo da la exclusividad de poseerlo. Aunque lo de tantas veces.

Vivan los límites, abajo las fronteras. Bienvenido el andar. 

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