lunes, abril 27, 2015

Fascinación


Hay cosas que producen fascinación. Como si algo mágico nos hipnotizará o, simplemente, porque tenemos en nuestra cabeza una idea previa que tiene mucho peso. Así, la figura de algo o de alguien nos genera tanta expectativa, en la previa, que en el momento que, finalmente, podemos encontrarnos frente a ello realmente, sentimos que el universo se hace presente. Está bien, en principio que sea así. Es una de las definiciones de “fascinación”: atracción irresistible.
Nos fascinamos por aquello que nos evoca algo y, sobre todo, por aquello que creemos nos invoca, profundamente, a lo que sentimos como propio: un deseo, una ambición, un pensamiento, una filosofía, un destino, un sentimiento, una emoción. O, en ocasiones, la idea que hemos construido, aún fuera de toda realidad, de aquello o de esa persona.

Ciudades, obras de arte, actores, experiencias, encuentros, paseos son algunos de las tantas cosas que nos producen fascinación. Cabe aclarar que estoy hablando de aquellas que se gestan en la mente previamente al encuentro y no las que se desencadenan espontáneamente por un “tête-à-tête". Sin embargo, hay otra definición para “fascinación”: engaño o alucinación. Aquí es importante actuar para prevenir y prevenirnos. En las ocasiones, por ejemplo, donde la fascinación surge por una idea previa idealizada y que creemos (aceptamos, actuamos) que debemos confirmar, casi a toda costa. Así, no tiene valor lo que hacemos, decimos, sentimos o experimentamos porque ya está traducido, previamente, a la emoción que debemos sentir. No la dejamos fluir libremente. La fascinación es importante porque es el reflejo, aquí y ahora, de una instancia de cooperación intensa y actualizada.
En segundo lugar, tenemos que comprender –implica aceptar- que las emociones son personales y por ello podemos no fascinarnos igual que el vecino, ni que el resto de la humanidad. Que la vida es dinámica y por ello muchas veces lo que nos producía fascinación en algún momento ya no lo hace o, ¡que lujo que sea así!, al revés: lo que no nos tocaba, un buen día (mediante la suma de experiencias, años, vivencias, crecimiento, maduración y conocimiento, -o algo de todo ello-) aquello que nos resultaba sin valor alguno, nos cautiva y nos fascina y, con ello, nos produce la expansión de nuestras emociones.

Sí, no hay problema en la fascinación pero si la dejemos que fluya libremente. No la obliguemos a aparecer, seamos crítico con nosotros mismos para ello y, al mismo tiempo, nos permitamos la experiencia placentera de sentirnos fascinados. Quizás, a partir de ello, seamos capaces de ser más activos en lo que importa, ofrecer y recibir el famoso don del encuentro, de la disponibilidad del espíritu y de permitirnos la elocuencia de nuestro ser.

viernes, abril 17, 2015

Historias


Las personas contamos historias. A veces, esas historias que contamos son las nuestras. Las que sentimos que hemos vivido. En ocasiones, también, son las historias que compartimos con alguien. Es decir, no nos atenemos a los hechos sino a cómo vamos reconstruyendo los hechos. Es decir, contamos nuestras vivencias. Lo curioso es, que esas vivencias que contamos, pueden o no coincidir con la del otro. Pero aun así, sigue siendo nuestra propia versión. Es más, hasta pueden variar de los hechos, un poco o un poco mucho, pero eso no quita que sea como sentimos que la hemos vivido.
Contamos historias pero no como un hecho definitivo sino como impresiones de nuestro andar y, sobre todo, en el momento que la contamos. Lo hacemos dándole importancia a alguna u otra cosa, de una forma u otra. Valga decirlo no siempre somos constantes en nuestros juicios (por más que todos afirmemos que sí). Es en la sutileza que aparecen esas divergencias. No siempre tenemos el mismo juicio sobre el otro. No siempre damos valor a las mismas cosas y, tampoco mantenemos nuestra certeza.
A ver, veamos. Recuerdo que cuando adolescente vi una película con la que prácticamente “lloré de la risa”. Una comedia que no me dió pausa en la carcajada. Era un gag tras otro. Años después, decidí verla de nuevo para rememorar esa sensación de regocijo por si mismo. Evadirme un rato y sumergirme en la risa. Sólo logré esbozar alguna mueca. Yo no logré encontrar la gracia en aquello que yo mismo había visto como el súmmum de la comedia. Si, los años, las experiencias, los momentos y lo que sea hicieron que lo que era, ya no era más.  Todo cambia, aun lo que parece un punto de referencia para nosotros.
Ahora me pregunto: ¿Qué pasa cuando en una relación las cosas se van al garete? ¿Qué parte de la historia nos queda todavía como válida? Si, lo primero es saber ¿Por qué se va al corno la relación? ¿o tal vez, en qué condiciones? Si, puede ser pero esas preguntas prueban, independiente de las repuestas posibles, que las cosas son susceptibles de cambiar y que nuestro juicio sobre ellas depende de “verdaderos caprichos” de nuestro entender, que la mayoría de las veces certificamos que son razones. Lo que quiero decir es que valorizamos las cosas en términos de cómo nos queremos proteger, tal vez. Así, quien era nuestro amor eterno pasa a ser el responsable de lo que se perdió o cosas como esas.
Luego, claro está contamos la historia siendo indulgentes o lo contrario con el que se fue, con el que dejamos, con el que nos distanciamos. La contamos no en términos de como pasó, sino en función de lo que nos hace mejor en ese momento (y aquí, hay un abanico posible de opciones). No está mal que lo hagamos así, curiosamente. Es la forma, insisto, que tenemos de protegernos y de avanzar, quizás.

Lo cierto que el amor y el desamor siguen siendo los peores consejeros para determinar los hechos pero siempre serán los únicos que validan las vivencias que tuvimos, las que tenemos y las que deseamos. El resto, son solo cuentos que relatamos para sentirnos mejor o peor o, simplemente para desahogarnos. Ahora bien, ¿querés que te cuente mi historia?




sábado, abril 11, 2015

Desamor

 El desamor es lo que puede aparecer cuando amamos. Un buen día, esa distancia que se introdujo en los intersticios y que se hizo enorme “aos poucos”, como dicen los brasileros, toma la dimensión de abismo y ese otro, con quien compartíamos, cama, diálogos, comidas, sexo, preocupaciones, protección y demás,  es alguien que no queremos cerca. Como si de repente la historia que había con esa persona no sólo es historia antigua sino que esta desfigurada. Sólo quedan interpretaciones de hechos, situaciones leídas de otro modo diferente, donde hay culpables y se acumulan las pruebas de "lo que no funcionaba". Así, entonces, el desamor aparece; toma cuerpo y es lo que dicta nuestras acciones, nuestras palabras, nuestras actitudes, nuestro enfado, nuestra indiferencia. Dejamos de amar y, por lo tanto, ese otro ya no nos motiva en varios sentidos. Ni en interés, ni en deseo, ni en preocupación, ni en compañía. Ni en nada.
Cuando eso pasa, me preguntó ¿cuál es el límite que nuestro desamor aún debe considerar? ¿Qué actitud aún debemos a esa persona con la que hemos compartido algún tiempo, digamos 15 años, por decir un número? 
Sí, todos sabemos la respuesta. Hay que actuar con respeto, mantener el cariño o, por lo menos, ser cuidadosos. Pues, la verdad que eso son lindas palabras y mejores intenciones pero que no van a transformase en acciones, necesariamente. Así cuando dejamos de amar actuamos como nos sale y medimos el efecto sobre el otro en función de contextos, personalidades, influencias de los que nos apoyan y alguna que otra cosa. Y luego, si llegarmos a ser crueles en el camino o duros o distantes o si hacemos daño, aún sin quererlo, todavía tenemos las palabras para justificar que lo que hicimos era lo mejor, que no sabíamos hacerlo de otro modo y un largo de pequeños retazos de palabras que sirven para expiar la “culpilla” que podemos llegar a tener, en ocasiones solamente, nunca por haber dejado de amar, sino por la forma en que actuamos frente al desamor. 
Amar siempre tiene el riesgo de dejar de amar (aunque se pueda pensar que quien ama, ama para siempre). Eso es parte de lo que puede pasar, ¡c´est la vie! Así que bueno que sufran los “desamados” y es parte de lo que pasa, podemos pensar en el fondo. 
Si, se sabe, el desamor produce un dolor profundo, intenso y destructor para quien aún ama. Duele el alma que antes era besada y duele con esa intensidad de abismo y de desasosiego que viene incluido. Pero, aun así, aunque sepamos qué puede pasar, sigue siendo la experiencia fundamental del ser humano saber y poder sentir que: “estoy amando”. 

domingo, abril 05, 2015

Oración mundana

Padre nuestro y madre nuestra que estás en los cielos o, con suerte, bien cerca.


Santificado sean tus nombres, o, por lo menos reconocido, por mí, en tus dones siempre.



Que no haya reinos sino encuentros con la mirada, las sonrisas, el gesto, la palabra y lo que se nos ocurra.


Que se conozca tu voluntad y que, ojala, podamos hacerla un poco todos los días, por los demás, aún sin saber que es tu voluntad.

Que se haga tanto en cada gesto, como en cada intento, como en cada intención, como en cada acto, como en cada palabra.

Que cada día podamos comer, beber y saborear, comida, placer, arte y compañía (y dar un poco de eso a alguien)

Que los que están aquí, en nuestro día a día, nos perdonen nuestras faltas y no nos cobren las deudas pero que, a estas, las podamos pagar a justo precio y no a precio sangre. 

Y, que esto mismo, lo hagamos un poco mejor con las deudas de los otros.


Ojala caigamos en ciertas tentaciones, esas que no hacen daño sino producen placer, sentimiento y entrega.

Libranos de los males de los años y danos la juventud en el corazón.


Libranos de los males que no podemos afrontar y permítenos la aventura del bien.


Que así sea....o algo parecido por lo menos






miércoles, abril 01, 2015

Oler la baja estima



Thomas Hobbes afirma que «el hombre es un lobo para el hombre». Una metáfora que no quita que sigamos siendo seres humanos –lo que implica un salto cualitativo en la evolución, un salto irreversible-. Pero lo cierto que existe una parte en que la metáfora es válida, a pesar nuestro. Los lobos huelen algo en las presas que les permite orientarse a aquellas que tienen el menor riesgo para ellos. No elijen cualquier presa, huelen aquella que tiene la fragilidad cierta, la debilidad inherente, la incapacidad de defenderse en el mismo plano que ellos. Es decir, no se exponen voluntariamente a recibir una golpiza o la muerte. 

En los seres humanos también pasa eso. La gente no huele la sangre pero si huele la baja-autoestima. La huele en todos lados –sea consciente o inconsciente- y al hacerlo se aprovecha. Ataca de la forma que aprende y que sabe que ganará. Desde pequeño se aprende ello. El niño/a aprende casi instintivamente –el ser humano siempre es cultural y no natural- donde y como influir sobre sus familiares y de quien aprovecharse –en un sentido ingenuo pero no menos eficaz para sus intenciones-. 
Esto, es importante decirlo, pasa hasta en las mejores familias. ¿Qué quiero decir con esto? Que surge naturalmente en cualquier relación. No es sólo propia de aquellas con desconocidos con quien nos une una relación de desconfianza, donde la necesidad de sobrevivir nos exige que seamos más astutos que el otro. Tampoco en aquellas que aparecen por circunstancias –laborales, de viaje o lo que fuera- donde el contacto se reduce al máximo y uno puede procurar no exponerse más allá de lo estrictamente necesario. Surge en todas las relaciones. De un modo llamado inconsciente –término utilizado porque nos permite soslayar nuestra responsabilidad directa-.
Lo que estoy planteando que en las relaciones de los seres humanos nos exponemos a partir de la nuestra auto-estima y que el otro, la otra, lo huele –de forma reciproca. Esto es inherente a nuestro ser humano. Podemos, sin dudas, llegar a proteger al otro cuando la percibimos, eso nos hace humanos. Pero el equilibrio es tenue, la línea que nos separa de ver al otro como presa es siempre delgada. Estar atento a esto y considerarlo nos permite ser más humano.
Estimular la estima en los demás nos expone, indudablemente, pero también nos hace esperar -con real convicción- que nuestra humanidad se supere. Tal vez, sea el camino que nos falta desandar para hacer que el amor no sea sólo un comodín para paliar nuestras diferencias sino una posibilidad real de encuentro con el otro.

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