domingo, febrero 15, 2015

Juegos y juguetes sexuales

El juego es divertimento. O debería serlo. La parte lúdica jamás debería ser ninguneada por la competencia que surge en algunos juegos. Jugar debería ser una condición de probabilidad en todo encuentro. Aclaremos, el juego implica participantes que optan por jugar. El juego no incluye engañados/as a participar de algo que no quieren –o no debería hacerlo-. Existen, por lo tanto, en el juego: la decisión, el interés, la curiosidad, la diversión, la imaginación, la creatividad, la inocencia, la ingenuidad, el entusiasmo, el tiempo, la tranquilidad y las reglas (todo eso o un poco de cada uno de ellos). Para jugar, a veces, se utilizan juguetes, que hacen que el juego tome una dimensión donde la imaginación nos puede conducir a nuevos rumbos.
Así, podemos afirmar, tranquilamente, que  juegos y juguetes, desde siempre permitieron que las relaciones crezcan, cuando deben crecer, que se hagan sólidas cuando son capaces de ello. El juego no tiene que ver con la edad sino con la disposición. Sin dudas que cada edad tiene sus juegos y que está bien que sea así. Pero el jugar, el hecho de encontrarse con el otro para que conjuntamente opten por divertirse con un momento de esparcimiento eso no tiene edad, a pesar de aquellos que pretenden medir madurez por los juegos.
Lo sexual, lo sabemos, es una dimensión donde el juego existe. Es más es donde el juego debería ser alentado, como una particular necesidad para alcanzar o aumentar las cuotas de placer, satisfacción y deleite que, en sí mismo, el sexo puede producir. No hablamos, obviamente, de obligación de incluir juegos y juguetes sexuales, sino de permitirnos que los mismos puedan ser una opción que la elijamos y que, si la hacemos, la disfrutamos. Esto implica que no nos privemos  ni nos obliguemos, sino que nos autoricemos a las posibilidades que disponemos para contribuir a nuestro placer lo que, en parejas estables o  casi estables, ayuda, a mantenerlas, fortalecerlas y enriquecerlas. Obviamente, no es esto lo que las funda, sino la intimidad que permite desarrollar el intercambio, el compromiso y el sentimiento.
Los juegos sexuales son, como bien se deduce, actividades lúdicas donde lo sexual juega un papel preponderante. Como todo buen juego siempre tiene guiones, reglas y, en ocasiones, juguetes ad-hoc. Surgen de la imaginación propia o prestada  (bendito internet hoy para ello). Son formas de encuentro que uno va probando hasta el adecuado para uno. Esto implica que, este juego no me gusta o aquel me gusta menos pero este si me encanta. Después, cada uno/a tendrá la flexibilidad para probar nuevas experiencias según lo que su cuerpo, su mente, su moral le permita. Porque, insistamos, un juego es una actividad consentida por uno que debe poder ser detenida cuando no es satisfactoria. Una aclaración, lo consentido deja afuera el acepto lo que el otro quiere a pesar que no quiero para que no crea que soy una persona reprimida, por ejemplo.
Sin dudas que las fantasías sexuales, como escenarios pensados para practicar algo sexual, tienen un papel fundamental en los juegos sexuales. Fantasías que nuestra imaginación crea con los elementos que contamos o aquellos prestados que podemos leer, ver, escuchar en diferentes lugares –hoy tan accesibles por la web-. En esas fantasías, disfraces y juguetes forman parte de una suerte de arsenal que permite el deleite. Sin dudas, que puede colaborar para que el placer se potencie y que decidamos avanzar un poco más allá del límite donde pusimos el mojón de nuestro pudor, aunque sea por una noche –o una tarde-. Lo cierto que los juegos sexuales –con el uso o no de juguetes- siguen siendo un recurso que sirve para alentar nuestro encuentro con el otro/la otra a partir de las sencillas premisas que son tan elementales, consentir a jugar, jugar con reglas y aceptar que son juegos para que los que participan siempre ganen. Nadie pierde en los juegos sexuales, sino, no sería juego, sería castigo. 
Es lindo permitirse el placer, es más, es necesario. Esto siempre implica un otro -permanente, circunstancial, elegido, preferido, conocido, desconocido, etc-, con el que nos damos el lujo -y lo permitimos- de la disponibilidad para jugar, quizás, para sentir, seguramente y para compartir un momento donde la intimidad tiene algo de nosotros. 

viernes, febrero 13, 2015

Día de los enamorados

En ciertos países el 14 de febrero, imposición del marketing y los negocios, se celebra el día de los enamorados. Días hechos con el fin de aumentar las ventas, estimular los encuentros “especiales”, por lo general, de parejas heterosexuales. Es decir, las publicidades apuntan sobre todo a este estereotipo, el que incluye, generalmente, la idea de juventud radiante y feliz. Las notas periodísticas, por su parte, seguramente incluirán la consistencia y duración del vínculo. Algo así, como parejas que están juntas después de 70 años con la misma pasión, etc., etc.
Así, ese día se transforma en una sutil forma de hacer especial un día y entrar en una suerte de fiesta conjunta. Es simpático. No lo dudamos. Es una buena excusa en muchos casos y eso es algo bonito. Pero, a veces, se puede transformar en una simple obligación impuesta por “los de afuera”. Nada peor para los enamorados, sin dudas.
A ver, volvamos. Estar enamorados es una experiencia que todos y todas deberíamos pasar, sin dudas. Más allá de los cambios bioquímicos relacionados esa sensación de sentirse “bobos” frente a nuestro deseo tiene su encanto. El darnos cuenta que los gestos más simples lo podemos transformar solo por la disposición hacia el otro y convertirlos en recuerdos. Así nos entregamos a pequeñas locuras y a gestos totalmente simples y espontáneos. Cuando uno se enamora intenta el juego y se abona a la risa. Se permite el ridículo un poco, en ocasiones. Se da el lujo de fijarse en detalles y ofrecerlos como regalos. Está sensibilizado al otro de un modo que se resaltan colores, perfumes, músicas, gestos. Si, vaya que sí.
Enamorado es un estado que por ser tan maravilloso es efímero, o debería serlo. Luego, el amor, es otro asunto. Ese necesita la vida para sentirlo en su plenitud. Se hace en lo cotidiano y se permite lo extraordinario. Existe, porque nos permitimos y nos permitimos porque existe.
Enamorarse es lindo. Tiene algo de jovial, independiente de la edad. Tiene algo de primaveral, independiente de lo externo. Tiene algo de frívolamente delicado y, sin dudas, se asocia a las circunstancias. Nos permite el ejercicio del placer y nos invita a la expresión. El amar, por su parte, tiene la consistencia de nuestro ser. La decidida sensación de nuestra artesanía. Se construye inagotablemente con lo que vamos teniendo.

Si, feliz día de los enamorados, para los que están en ese momento. Para los que aman, ya lo saben, no es un día, es un poco más, la eternidad.

miércoles, febrero 11, 2015

El tacto

Leo una columna sobre el erotismo virtual. En ella se cita a otro columnista de Boston, Richard Kearney con su editorial “Losing our touch”. En definitiva me quedo con la idea de la importancia del tacto. Pienso en el tacto como caricia. Esa que nos permite desde la inocente caricia que muestra el cariño maternal hasta aquella que nos muestra la satisfacción del encuentro amado. Pero si pongo como extremos estos dos no quiero hacer economizar en la cantidad de caricias que podemos generar. Si uno piensa un momento seguramente encuentra muchas caricias realizadas y hasta puede identificar en ellas, una variedad de sentido, expresiones, deseos, sentimientos, intenciones.
La caricia, la artesanía del tacto, es mucho más que un gesto. Siempre es un vocabulario expresando, tal vez, la idea más simple y compleja de la humanidad: el otro no sólo existe sino que nos permite la existencia.

He sostenido varias veces que es el momento el tiempo que mide nuestra humanidad. El momento como intimidad compartida con el otro, profunda o circunstancial. Ese momento, seguramente, se puede medir en la capacidad que tenemos de ofrecer y recibir una caricia, no como otra cosa que como el gesto que nos hace transitar la distancia infinita y necesaria con el otro y, al hacerlo, nos permite la mágica posibilidad efímera, pero, quizás constante, de saber que siempre el otro puede estar cerca.



miércoles, febrero 04, 2015

La necesidad



La necesidad tiene cara de hereje, decía mi abuelita. O tal vez no decía pero da la sensación que esos dichos viejos deben ser escuchados de la voz de los mayores. Pero plagio aparte, lo cierto que es una evidencia. Es por necesidad que hacemos cosas que nos elegiríamos tantas veces. Por necesidad nos vemos obligados, en ocasiones, a pedir lo que no pediríamos, a sacrificarnos por algo que nunca pensamos hacer. En rogar migajas de pan o de cariño. Si, la necesidad siempre tiene una cara de lo que lo que no pensamos, quisimos, deseamos, esperamos, imaginamos para nosotros. Eso, curiosamente, nos da humanidad. Porque la necesidad implica que el otro puede ayudarnos, puede hacernos sentir mejores, o simplemente hacernos pasar el chubasco, que siempre hay.

La necesidad no obliga a hacer algo que, quizás nunca haríamos. Ojalá que ello nos lleve al camino del placer y a saber que siempre la vida nos da la posibilidad de satisfacer la necesidad de otro. 

martes, febrero 03, 2015

Amar, ser amado




En la vida, podemos sentir, contar, callar o gritar de maneras bien diferentes las cosas que necesitamos que nos sirven. Si es verdad, pero termina siendo importante una sola cosa, que todos lo sabemos. Es decir por más que en el camino optamos por diferentes pasos, procuramos estímulos, variados o, tal vez, los mismos.  Por más que hacemos muchas cosas, quizás hasta nos permitimos crear. Deambulamos o marchamos. Encontramos caminos hechos o somos ese caminante que reconoce “que no hay caminos”. Nos quedamos en el terruño una eternidad y otra más o, nos hacemos inmigrantes de la vida. Seguramente nos encontramos y nos desencontramos. Lloramos y reímos, aunque sea una vez o un millón. Nos afanamos en conseguir casa, auto y, hoy, quizás, ese gadget que “seguramente” nos va a servir. Comemos lo exótico o, en ocasiones, sólo la pizza, porque es fácil y nos da seguridad. Bebemos, agua o saboreamos vino con delicadeza y hasta con conocimiento. Tenemos sexo, con uno o con alguien más o, aceptemos, con nadie. Deseamos. Eso siempre. Trabajamos o lo intentamos. Nos deleitamos con la música, aunque sea la del supermercado o de esa bailanta. Bailamos o nos animamos a ello. Vemos películas que nos hacen olvidar algo o nos dejan pensando en eso mismo. Discutimos, debatimos o, en algunos casos, ni eso. Todo y más en una vida. En esta vida. Pero en definitiva, la naveguemos como queremos, al final, sólo importa si hemos amado

y sido amados. Como bien lo escribe, Raymond Carver en el "último fragmento" (Late Fragment):


¿Y conseguiste lo que querías de esta vida? 
Lo conseguí. 
Y ¿qué querías? 
Considerarme amado, sentirme amado en la tierra.

And did you get what you wanted from this life, even so?
I did.
And what did you want?
To call myself beloved, to feel myself beloved on the earth.

¡Qué lindo, mágico y cotidianamente bueno es esto! 

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