sábado, diciembre 31, 2016

Deseos 2017

Se terminó el 2016. Un año enterito donde hicimos mucho de un poco, poco de algo, y nada de algunas cosas. Como nos pasa todos los años, aún aquellos que son redonditos en acciones. Ahora bien, hagamos como hagamos nuestro balance, con las carencias y certezas de lo hecho, la cuestión es que lo terminamos al año, que quiere decir algo muy simple: al día siguiente, como cualquier momento de la vida, un nuevo día empieza. Lo sabemos todos, pero pensamos que tiene un valor especial si es el año el que comienza. Creo que vale la pena pensarlo así. La verdad que nada cambia, mañana será domingo, como lo fue la semana pasada y solo deberemos acordarnos de poner el "7” donde poníamos el “6”, cuando la ocasión lo disponga.
No obstante esta evidencia, es saludable, práctico y maravilloso sumergirnos en esa cálida sensación mágica que un año nuevo implica que algo (o todo) puede ser diferente. En definitiva, es la vivencia real que deberíamos tener en cada segundo: que el próximo puede ser mejor que el vivido. 
Pero aceptemos el reto de pensar que el año que viene, quizás, nos permita conseguir lo que falta. Algo así como creer, sin ser muy ingenuos, solo la dosis exacta, que exactamente a continuación lo que sea necesario se encaminará positivamente hacia lo que deseamos. La ecuación se repite, inexorablemente, aunque haya años en que no lo pensemos detallado.
Veamos, estos son mis deseos para este 2017 (estoy seguro que varios no he pensado y se agregaran en el transcurso del andar. No hay que andar acotando tanto al deseo). Pero va mi listado incompleto. Creo que son tremendamente humanos, con unas gotas de elixir de dioses, si existiesen. Son un abanico que me cubre, desde aquello donde lo corporal sobresale hasta aquello donde el espíritu está en el centro. Siempre todo presente, aunque sea viendo de costado o haciéndose el tonto.
Deseo un año donde cuide un poco más a mi cuerpo, no maltrecho pero si "baqueteado". Un poco más de gimnasia, quizás, pero por lo menos que el balance entre lo que como y lo que gasto me dé un mejor equilibrio. Ahora bien, reconozco que la dinámica de mi cuerpo no la pienso en términos de gimnasio, aunque no viene mal, la pienso en mas baile, caminatas y sexo. Así que deseo alguien que me siga en el baile, me anime a caminar aunque no esté a mi lado y esa mujer que me vuelva a hacer peregrino de sus sabores. Siempre rodeado de besos y de caricias, dos gestos que son el hilo sólido hecho del gesto efímero.
Deseo que el trabajo me encuentre inspirado y que la inspiración produzca más trabajo. De ese trabajo que eleva el espíritu y que, al mismo tiempo te hace sumergirte en el cotidiano. La vida merece un poco mucho de las dos para que su complejidad se pueda vivir simplemente. Qué dé el dinero necesario para que la cabeza esté pensando en cosas más importantes que los problemas que aparecen porque está faltando.
Deseo que mi mente siga delirando un poco sin que sea psicosis y si inspiración. Que las conversaciones tengan esa dosis de locura que nos hace raros para muchos y distintos para pocos. Que el humor se geste en la nada y se transforme en una constante que no solo produce risa sino disponibilidad.
Deseo que el arte, tan esquivo para mi y para tantos, se permita encontrarse conmigo. Se dé el lujo de intercambiar con los artistas y así poder confabular ideas y armar revoluciones, las buenas, las intelectuales. Ojalá, exciten a alguien y alteren a varios. Si, las ideas siempre escandalizan a algunos. Esos no importan, prefiero imaginar la indiferencia de esos y, principalmente, al compromiso de estos.
Deseo que el espíritu se haga un viaje, a donde confluyen los universos, esos espacios donde vale la pena pensar que la eternidad es una forma de emborracharse de entusiasmo para hacer esta vida siempre mejor.
Deseo viajar con cuerpo, mente y espíritu. Para ello, tres destinos ansío con entusiasmo, un número indefinido de libros –y de arte- donde sumergirme y, por supuestos, esos senderos de sensaciones que vos y yo conocemos (si, también te incluye).
Deseo que la naturaleza me acoja como lo hacia el mar en las tardes-noches en que sentías, al mismo tiempo la esencia de estar solo y estar contenido. Saber dónde está el horizonte y donde estaba tu lugar. La naturaleza solo da energía cuando la inmensidad y la belleza no son circunstancias sino mensajes en tu ser.
Deseo ser tan efímero como puedo ser, tan etéreo como valga la pena y, al mismo tiempo tan cotidiano que siempre merezca una buena conversación, acompañada por café, vino, agua, whatshapp o sábanas.
Deseo que el encuentro no sea obligación pero si una necesaria intención transformada en placer en todas las formas que conocemos y esas, que aún debemos descubrir. Contigo y con los demás. Que esas personas, con las que quiero encontrarme y las otras, las que aún no lo sé, que todas estén de maravillas para que el encuentro sea festivo en el momento donde el universo vale ser vivido. Por ello que vivan los bancos de plaza, como siempre dije. Porque hace rato se me antojaron una síntesis del encuentro.
Deseo volver a ver a esas personas que me están faltando. Que sus caminos lleguen hasta donde llegan mis caminos para así que el “momento” alcance para nuevas flores que emanen esos perfumes que te hacen sonreír el alma durante el tiempo exacto que andamos necesitando. 
Deseo varias experiencias nuevas que rompan la rutina y que no se las busque por buscar, se las encuentre por hacerlo y que sean tan simples en lo excelso para sorprenderme de no haberlas intentado antes.
Deseo que mi familia encuentre caminos nuevos sobre cariños viejos y que mis amigos y mis amigas sean capaces de saborear todos sus deseos para este tiempo.
Deseo que seamos felices. Consciente que para ello, a veces, sólo se precisa ver las cosas desde ese otro lado, de aquel lugar donde la vida tiene el sentido que lo tiene y no el prestado. Aprendiendo que sólo vemos el universo desde una de las formas posibles y que hay otras que, quizás nos enriquezcan un poco más. Nos la permitamos.
Finalmente, deseo que él sea un poco más feliz, en su felicidad hecha con lo simple y construida con el detalle de lo cotidiano y al hacerlo avance un poco más en intentar “emplear el inexorable minuto recorriendo una distancia que valga los sesenta segundos”, como aún lo sigo intentando.

Y, si es mucho lo que deseo, deseo seguir deseándolo un poco más.

viernes, diciembre 30, 2016

Deseos para este fin de año y lo que sigue





Uno anda deseando cosas todo el tiempo, o debería. Lo hace de muchas maneras. Algunas veces las dice. Otras se las guarda y las deseas con más intensidad. Desear es uno de los verbos más activos que tenemos. 
No sólo habla de pensar, sino de imaginar. No solo habla de hacer sino de proyectar. 
No solo habla de intentar sino de buscar. 
No sólo habla de esfuerzo sino de placer. 
No sólo habla de uno, sino del otro.
Lo sabemos, el deseo motoriza la acción, moviliza el espíritu y nos permite una libertad de inhibiciones. Aunque seamos justos, también lo contrario, paraliza, nos limita, nos afecta, nos inquieta.

Pero bueno, sea como sea, pensemos los deseos como viene bien a la época. O sea, en positivo. ¿Qué deseamos para este año que comienza? Casi siempre se reduce a tres o cuatro cosas: paz, salud, dinero y amor. Con esos grandes títulos incluimos la vida misma. 
La paz que nace de la serenidad del espíritu ante las inclemencias inevitables que nos depara el andar por la vida. Como ven hablo de simplemente que se apacigüen esas guerras que tantas veces nos metemos o nos metieron en otra época; la salud que conlleva el equilibrio que nos vendría bien tener para que nuestro cuerpo sólo sufra lo que nuestra mente soporte plácidamente y que no nos impide la satisfacción del cotidiano en nuestro medio. Pueden ver que la salud no es solo no tener enfermedad (ojala quien corresponda nos evite ese camino) sino poder disfrutar las cosas cotidianas de un modo que no nos pese nada. Y, si es posible que mucho más. 
El dinero nos permite lujos que no debiera ser tanto para todos, que son aquellos que surgen del cotidiano que nos tranquiliza y nos facilita romper la rutina. Como ven no hablo del dinero obsceno sino del suficiente.  
El amor y otras pasiones. Esto ya es absolutamente enorme y completamente necesario. Hablo de besos, de caricias, de encuentros, de orgasmos, de afectos, de compañía, de “te perdono, te quiero, te agradezco, te amo” (bah…es más simple decir Ho’oponopono, para quienes lo entienden.). Habla de risas compartidas y de lágrimas acompañadas. Habla de la vida, de momentos saludables, de vínculos riquísimos. Habla de pasado, de presente, de futuro. Pues bien, deseemos para uno todo esto sin sentirnos egoístas y nos comprometamos con ese deseo. Quizás, allí esté la posibilidad cierta de hacer que todos podamos construir juntos un año lleno de paz, salud, dinero y amor para todos y todas.

martes, diciembre 27, 2016

La vida es simple o....

La vida es simple, me dicen. Como una forma de recriminar algo, ya que no hay que hacerse problemas frente a algo o a pensar de cierto modo. Hay, para mi, en esa afirmación la sutil mentira que intenta ayudar. Pero, lo sabemos, no resiste el análisis. La vida de la ameba, quizás, sea fácil. Sólo se trata para ella de nacer, crecer, reproducirse y morir. Lineal y nada más. Pero, por su parte, la vida del ser humano es compleja en si misma. Es un cúmulo de cosas, de relaciones, de estímulos, de interacciones, sólo, mencionando algo de todo lo que esa vida incluye. Así, a nosotros, los seres humanos nos pasan cosas cotidianas, geniales, aburridas, espectaculares, reales, imaginarias y el listado se hace inmenso. Nos topamos, a diario, con decisiones de todo tipo: tontas, circunstanciales, trascendentes, maravillosas, impredecibles y más. Se lo ve, por mencionar algo, en la sutileza del arte (me contaron que Sábato se pasó una noche eligiendo donde poner la coma en un texto) y Picasso, creo haber leído, decía que en la primera línea de su dibujo estaba el todo (no sé si lo leí o lo imaginé).
Así es, el ser humano tiene ejemplos cotidianos y constantes que la vida es compleja pero nos aferramos al deseo absurdo que sea simple. Lo decimos como si fuese una salvación. Sobre todo, lo decimos frente al que piensa (aunque piense tonterías sin valor). Pero lo completamente cierto e irrefutable, junto al hecho que somos mortales, es que la vida es compleja. Pero esto no como un mesías o un lector del mensaje de las estrellas. Lo digo por la simplicidad de haber vivido como cualquiera de los que leen esto.
Piensen, por favor, en la suma desordenada de las torpezas y aciertos que tenemos (¡sí!, me gusto esta frase) hace que seamos conscientes de esta realidad innegable: la vida es compleja. 
A ver: desde que nacemos, necesitamos a otro y ya este hecho, el tener a otro agrega complejidad a la vida de cualquiera. Ese otro, en ese momento, imprescindible, no es moldeado por nosotros, sino al revés. Y lo que nos toca en suerte define senderos que luego, en tantas ocasiones, nos obligará a persistir o a renegar del mismo. En el medio nos desafía el agobio o la alegría y aparecen pérdidas y nuevos descubrimientos. La vida es la suma de todas las cosas que pasan con el simple hecho de andar por la vida. Así, la compararon con todo y con nada. Con arte, con estelas en el mar, con un escenario, con lo que quieras.
El principito, que muchos hemos leído y casi todos hemos escuchado nombrar no es simple por más que su mensaje sea tan directo y evidente que enamora, en tantas ocasiones. O, ¿alguien vio alguna vez un niño venido de un asteroide?
Lo que sí está claro es que frente a lo complejo del hecho de vivir podemos hacer todo más complicado o llevarlo por el camino de la simplicidad. He aquí, sin dudas, la clave que todos apelamos cuando repetimos eso que la vida es simple. Ser menos complicado en una vida compleja necesita más dedicación. Eso si que es un desafío hermosamente humano. Para ello, mucho tiene que ver el dejar que las cosas fluyan y sumergirse en el placer del encuentro, en la serena sensación de saber que aun compleja, la vida nos regala la posibilidad de preguntarnos, de responder, de reír, de sentir, de viajar –a Costa Rica, por decir algo o al simple espacio de nuestras propias imágenes oníricas-, que una buena conversación -que siempre contempla una dosis de seriedad con otra de delirio-; que el final de las caricias sean siempre el comienzo de esa misma posibilidad, que el tiempo corra salvo cuando lo convertimos en momentos compartidos, que la naturaleza sólo exista cuando la saboreamos un poco, por más que no necesite de nosotros para estar.

La vida es simple. Sin dudas: nacer, crecer, reproducirse (o no) y morir. Pero el ser humano viviendo eso es otra cosa. Es una maravilla que tiene las dimensiones de todos los seres y que está tallada sobre un lienzo que es capaz de adaptarse y con ello de hacer lo mismo haciéndolo aún diferente. La complejidad es una de sus riquezas es lo que garantiza la diversidad, la belleza, la creación, las relaciones, la majestuosidad elemental del placer, la compasión, la tristeza como instante y la alegría como estado, la mágica posibilidad de descubrir que estamos vivos a pesar de las tragedias inevitables y la constante capacidad de poder caminar, la esperanza que nos motiva al leer las cosas cotidianas y simples. Definitivamente cada una de esas cosas son complejas pero, no quita, podemos vivirlas simplemente y, lo bueno es que logramos hacerlo y para hacerlo, eso seguro, no necesitamos hacerlo complicado.

domingo, diciembre 25, 2016

Comunicando

Hacemos lo que queremos. Nos gusta decir eso. Nos hace “adultos”, “maduros”, “únicos” y, también, “geniales y seductores”. Pero la verdad que lo hacemos como podemos en función de historias de vida y de las circunstancias que nos tocan. Y al hacerlo así, no lo hacemos “asa”. No hay mucho secreto, el pollo lo cocinamos como lo hacía la abuela o como leemos por internet. No de las dos formas, o, a lo sumo, como una forma nueva que nos sale sobre la marcha (con mucho, poco o nada de conocimiento específico). Así es la vida de los seres humanos. Vamos eligiendo caminos por lo que fuera y después contamos (nos contamos, algunas veces, nos mentimos) como fue la forma que elegimos.
Somos ese manojo de torpezas y certezas que nos moviliza. Somos el camino que vamos dejando atrás, ya pisado y el sendero que sigue –del cual siempre nos permite el cambio. El pasado solo nos autoriza a resignificar lo ya hecho. Nos olvidamos de eso.
A mi modesto entender, las redes sociales (que no negaré nunca su valor ni importancia) nos dieron una buena coartada para este olvido. Así, trasmitimos mensajes que nos llegan y nos vuelven a llegar. Tal como adolescentes de antaño, solo copiamos y enviamos lo que no nos animamos a decir (por lo menos cuando adolescentes, teníamos lo artesanal de transcribir a Bécquer o a Benedetti). Y como sabiendo que estamos haciendo una simplicidad, lo llenamos de signo de admiración para que parezca efusivo o, sino, largamos sentimientos que no se justifican y que, si el mundo es justo, nunca tendremos que probar en la vida real. 
En este conjunto el plan sale genial porque la mayoría asumimos que de todos los derroches de “te quiero mucho, sos genial, sos una persona maravillosa y todo eso que repartimos como caramelos” son cosas que se dicen en el mundo virtual tienen otro valor que aquel que nos animamos a decir al otro, cara a cara, viendo los ojos y expresando desde el sentir, que siempre es honesto, aunque nos equivoquemos o, luego, lo cambiemos (si, el desamor existe).
A ver, sigamos compartiendo chistes, gifs ingeniosos, música –siempre estimulante-, videos sensibleros, cursis y penosos. Lo alternemos con humor espantoso, porno incómodos y todo lo que quieran. Eso es parte de lo actual. Lo único que quisiera es que les quitemos un poco de signos de admiración y de preguntas a las comentarios para que sean más acordes con la ortografía que aprendimos y que “defendemos” como podemos. Y, también, que nos animemos a defender nuestras ideas y valorizar nuestros sentimientos un poco más. Así que escribamos en redes sociales los sentimientos hacia alguien siempre que seamos capaces de decirlos cara a cara. Aprovechemos para hablar todo lo que podamos pero que nunca eso apague el deseo necesario de hacerlo frente a frente, café, cerveza, vino o agua de por medio.

En el fondo sigamos usando las redes sociales como hacía la abuela o como nos salga pero, como diría el viejo Sábato, hagamos un esfuerzo más activo de “recuperar cuanto de humanidad que hayamos perdido”, aún utilizando las redes sociales.

viernes, diciembre 23, 2016

Encuentro festivo

Se celebra navidad, se celebra Hanukkah. ¡Qué bueno! Si, porque, a veces, la vida nos permite esos días donde vemos a la felicidad en donde está realmente:  en pequeñas cosas, fáciles de conseguir, en una comida compartida, en la evocación de una creencia que tiene mucho de niñez, en juegos simples, en saludos que surgen sinceros antes cualquiera. 
Como si por un día, a muchos y muchas, la vida nos alcanzaría con lo poco que hace la felicidad: compartir, encontrarse, disfrutar lo que haya y pensar, por un momento, que todo puede ser mejor porque hay un poco de paz y buenos sentires rodeándonos.
Si pensamos en estas fiestas, surge claro que son fiestas del encuentro no con cualquiera, con aquellos que son necesarios por más que podamos estar con todos y pasarla bien. Siempre hay alguien imprescindible en las fiestas. Aun podemos hacer la fiesta pero sin ellas "hoy un poco menos de todo". 
Son fiestas de evocación, son fiestas de alegría, son fiestas de creencias, aunque no las compartamos. Allí están todos los años para permitirnos un momento de cercanía e infancia. En las dos fiestas se insiste en la comida como una forma de celebrar, en poner la gala en la mesa, iluminar –siempre una vela (o nueve) y niños que esperan el juego (el driedel o los cohetes); y está, simplemente, la risa con lo que haya y, por eso de lo que llamamos "magia" siempre aparece en estas fiestas; y, luego, los regalos.
Efectivamente, llegan estas fechas y hay una suerte de magia que aparece. A veces, es colectiva –nunca tanto como las películas- otras es, quizás, solo individual. Renovamos, en ocasiones, por un instante la creencia de nuestra infancia. Así, agradecemos o pedimos. De forma colectiva o de forma queda, para no alertar que ya no somos creyentes. Pero allí estamos, pidiendo de un modo u otro que Dios o Yahvé (o el cosmos o la pachamama o la nada etérea) que las “bendiciones” recibidas se mantengan y las que aún no llegaron aparezcan. Pedimos con palabras y rituales o con una parte de nuestro cerebro  -utilizando  bromas o silencios-, sea como sea, si pedimos o rogamos que eso pase: que lo bueno continúe y que lo malo se vaya.
En ese entorno, nos encontramos con el otro, el presente y, tantas veces, con aquellos que están ausentes pero son aquellos que necesitamos cerca. La vida, la distancia, la muerte, la separación en tantas ocasiones producen la distancia inevitable, la ausencia que ocupa mucho espacio.

Pero, aun en esas situaciones, hay una felicidad que nos dirige, que nos estimula, que nos busca, que debe traspirar nuestra mente. 
Así en esta fiesta, sean cual sea la creencia que tengas, ojalá el encuentro te convoque pero, sobre todo, que tu sentir sea invocar que las personas que amas se sumerjan en la alegría de saberse amados, de sentirse felices y capaces de ser niños. 










Manual del regalo


Navidad y los cumpleaños tienen el problema de los regalos y al mismo tiempo, el placer de los mismos. El problema surge porque elegir un regalo es una prueba muy dura. Dura tarea, casi olvidada por algunos que encontraron dos salidas honrosas a este laberinto: no hacer regalos o pasarle la obligación al obsequiado con la famosa pregunta, “¿qué quisieras de regalo?”
Terrible pregunta. Que al recibirla nos entierra en disquisiciones de todo tipo. Y el obsequiado pretender salir de la encrucijada a través de respuestas desgastadas: "cualquier cosa", "no te preocupes", "no es necesario", "un detalle" o la más simple y alejada de la realidad: “nada”. Pero esas frases, tan vetustas y sin sentido no nos liberan sino que nos convierte en parte del suplicio que es elegir un regalo.
Claro, no podemos responder lo que deberíamos: no me compliques la vida. Es tu decisión pues es tu regalo hacia mí. Así que resuélvelo tu. Tú lo debes elegir y tiene que producirme placer. Si no has conseguido saber lo que quería a través de nuestras conversaciones, a ti de decidir.
Pero, irremediablemente, caemos en la trampa. Respondemos con evasivas, pero respondemos. Allí nos encontramos en medio de una situación complicada: decir que queremos que nos regalen.
La última vez que me paso me dije que no podía soportar esta afrenta a la sorpresa sin decir algunas cosas al respecto. Es necesario reaccionar sino, ¿qué sentido tendrán los papeles de colores y los moños si ya no habrá sorpresas? ¿Cómo podremos jugar con nuestro deseo si lo que pedimos se concretara sin tener que pasar por ese “ir y venir” que solo el deseo produce?
Me resisto a ello. Pero al mismo tiempo comprendo que no todos piensan así y por ello uno termina, a veces, con regalos inconsistentes que se amontonan o que no tienen ningún recuerdo escondido en su contenido.
Por lo dicho voy aclarando: para mí, ni relojes ni joyas. Los primeros no van con mi filosofía, esa que entre títulos, manuales y otras cosas intenté escribir, la del momento, no como pasajero, sino como íntimo. Los segundos, no van con mi porte, no me concibo tras oro ni plata, pero lo digamos, no es humildad sino una cuestión de piel blanca donde el oro queda vulgar y la plata inconsistente.
Tampoco me regaléis ni libros, ni CD. Recordar que los libros son para comprar o prestar. Es mejor decirle a la otra persona leí este libro, me gusto, léelo; o sino, toma, te presto este libro, aunque el prestar sea entendido por muchos como donación (debo hacer la salvedad y reconocer que hay dedicatorias que bien valen esos regalos y hasta construir bibliotecas). Por su parte los CD son un regalo que tiene que ver con lo material, es dinero que el otro gasta por ti y listo. Después de todo hoy los computadores y sus grabadoras resolvieron en parte el entuerto. Además, una canción recuerda a alguien porque el azar te reúne con esos sonidos. Siempre produce más nostalgia, emoción, alegría y dolor (repartidos desigualmente) cuando ese sonido nos sorprende en la radio, que cuando desempolvamos un disco de otra época.
Definitivamente no a las bufandas, ni a las corbatas, ni a los pañuelos. Claro que no. Las primeras me sofocan, las segundas las ignoro “respetuosamente”, salvo necesidad de los demás y los últimos los utilizo para fines no tan pulcros como puede ser un buen recuerdo.  Los echarpes es una buena opción, pero deben ser de colores que no los creen para mí. Tampoco quiero lapiceras, se pierden en los rincones o por lo menos no aparecen cuando en un rincón perdido uno quiere confesar, en resabios de papeles, una idea que solo se dice en los rincones donde las lapiceras no aparecen.
Entonces, ¿Qué nos queda? Para responder pensemos que un regalo es algo que se desea. Pueden ser algo que es caro o sino, algo que es practico o sino, un detalle que habla de mensajes, de recuerdos, de expectativas y de momentos compartidos.
Para saber el deseo, es importante haber compartido un momento, nunca mas bien definido como una intimidad compartida, allí es cuando se aprende el color de los ojos cuando desean, el anhelo que persigue un corazón, la ansia de un viaje que se construye. Los regalos caros, casi no son regalos, pues no se piden, se exigen (salvo algunos niños que todavía no reconocen que esos papelitos de color son el objeto del deseo de algunos indeseables). Los regalos prácticos son equilibrados, a la mitad de las personas les produce incomodidad pedirlos y al resto les parecen necesarios, pero no saben como expresarlo, por incomodidad. Los últimos, los que llevan mensajes, no se pueden enunciar se deben descubrir con la sorpresa y el aliento contenido cuando el papel se rompe con una pizca de desesperación y un anhelo que nos pide ser niños por un segundo más.
Por eso, no preguntes que quiere alguien como regalo, sondea tu ánimo, equilíbralo con tu día, tradúcelo en el otro, acomódalo a tu billetera y apáñate como puedas.

martes, diciembre 20, 2016

Tejiendo límites

Vemos el mundo como queremos, como podemos, como lo construimos. Como nos sirve. Y eso hace que podemos saber que existe otra forma de verlo, de sentirlo, de construirlo.
Vemos el mundo con los retazos de la realidad que elegimos y con ello podemos imaginar que otro mundo podríamos ver con lo que no utilizamos. Y, ¿si nos animamos? Puede ser ese mundo un mundo mejor que todavía no nos animamos a ver?
Pero, recuerda que aún viéndolo como quieras deber dar el todo en esa visión, el todo que disponemos en ese momento.  Los limites siempre los tendremos, lo que debemos esperar es que nunca sean contención. Así que no te cuestiones lo dado. Piensa que la vida está hecha de caminos y que ellos son caminos largos. Donde siempre hay aciertos, errores y tantas cosas.
Todos tenemos límites, que muchas veces logramos superar. Límites que la vida nos hace o nos deja.
Y vamos ofreciendo ese todo, cada vez. Y cuando nos encontramos con esa persona que nos perfecciona intentamos que el límite vaya un poco más allá para que podamos dar un poco más. En ello navegamos en errores, caminamos por caminos equivocados o nos paralizamos. Pero lo que marca el amor es el intento, a pesar de todo de seguir empujando nuestros límites.
Hay un horizonte que está allí, para que podamos verlo; aquel al que se llega por esas sendas tan laberínticas que están en el frente de nuestra historia, aunque, en ocasiones, le demos la espalda. Aunque tantas veces sólo hagamos el camino largo para llegar al único lugar donde debemos llegar.
La memoria no es el camino, es lo que nos permitimos. Así ella nos salva o nos condena. La memoria es la vida contada como dios o como lucifer. La memoria son sólo los tatuajes que defendemos de nuestro olvido, sea para preservarnos o para castigarnos. La memoria, tantas veces incierta, nos protege o nos agrede. La memoria no son fotos, sino esa historia que tiene las letras de las estelas en el mar.
Son esos retazos de lo vivido, de lo soñado, lo que elegimos para tejer la manta que nos cubre y redactar el mantra que repetimos para salvarnos, aún en la condena.

miércoles, diciembre 07, 2016

Merecimientos

Para bien o para mal recibimos los que los demás consideran que merecemos. No recibimos, muchas veces, las cosas por lo que hacemos, aunque la hagamos bien o, en ocasiones, mal. La medida más exacta del merecimiento es una suma rara de percepción, situación y distancia que el otro tenga con uno. Esta premisa elemental nos hace ruido pero es, fácilmente probable, si vemos los famosos merecimientos. Valga el siguiente “botón” como muestra: los premios se los dan ciertas personas a otras por sus merecimientos, según la lectura del "jurado". Si tú mismo te das el premio suena, mínimamente, a algo sin sentido.
Esto no quita, lo intentamos sin intentarlo, en ocasiones, con alma y vida para recibir lo que merecemos. A veces, la lotería da el número correcto. Esto pasa mucho en las cosas cotidianas. ¡Sí!,  ¿quién no experimentó el amor? Allí vemos que quien lo vivió y vive sabe que el amor tiene una generosidad tal, que hasta atribuye méritos que uno no lo tiene o que no aparecen a simple vista. ¿Será, tal vez por esa manía del amor de ver lo oculto? O, tal vez, ¿por abusar de la idea de lo integral? Así, por ejemplo, te ven bello aunque no respondas a ningún canon serio; o, te considera la personal ideal, escondida tras los serios defectos y cosas como estas, que los demás ven con tanta claridad. Y, aquellos que experimentamos el desamor, alguna vez, supimos que muchas de las supuestas virtudes, sobre todas las que merecían caricias al cuerpo y al alma pasaron a ser cosas olvidadas, frugales u horribles. Todo basado que lo que antes merecía el todo, comenzó a merecer la nada.
La verdad, aunque nos duela, es que los demás nos hacen merecedores de las cosas, en ocasiones con variables tan aleatorias, tan circunstanciales, tan “absurdas e injustas", en ocasiones. Valga decirlo, aunque algunas veces, puedan durar maravillosamente una vida entera. Por eso que, en definitiva, nuestro testigo, nuestra testigo, rogamos que sea que los gestos reales siempre ocultan la profundidad del sentir que tenemos.
Antes eso, uno sólo puede intentar dar lo mejor. Sentirse convencidos que en cada gesto, en cada acción, en cada pensamiento, en cada entrega, en cada encuentro, en cada noche, en cada día, en cada caricia, en cada beso, en cada momento entregará el máximo real que dispone, en ese instante, procurando que ese sea la forma de hacer que el único merecimiento que importa llegue puntual al momento adecuado: aquel donde uno o el otro lo necesitamos.
Sí, sólo hay un merecimiento que vale la pena recibirlo: sé que me has dado el máximo, aún en tus días de limitaciones. A veces, (¡ojalá!) eso coincida con nuestra mejor idea de nosotros.

Pero si eso no llega, lloraremos, quizás, pero aún así podremos darnos cuenta que nuestra paz no es por los merecimientos sino por el día a día donde pusimos el máximo de nuestros posibles. 

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