sábado, noviembre 19, 2016

Educación

 La educación es un derecho de las personas, del cual nadie debería ser privado. Lo sabemos. Los padres y madres tantas veces luchamos contra niños que, por algún capricho, no quieren ir a la escuela e insistimos en la importancia de hacerlo. 
Lo hacemos porque estamos convencidos que la educación es un bien intangible, una de las herencias fundamentales que podemos darles, la clave de la independencia y autonomía. Creemos que es el modo de hacer que nuestros niños tengan raíces y alas. Así, aspiramos que la educación siga el compás de los tiempos y que se actualicen los contenidos, las formas y la creatividad para conseguir que los educandos reciban la mejor información y, también, que adquieran “habilidades para la vida”, como también que fortalezcan aquellos valores más positivos para el grupo humano al que pertenecemos.
Se ha podido ver por el crecimiento exponencial de situaciones de violencia que la “ideología machista”, que tanto ha perdurado en la educación, no es un buen modelo educativo. No sirve para ayudar a las personas a ser más felices; no ayuda para nada en prevenir situaciones de violencia y, tampoco, para conseguir que haya más equidad, inclusión; ayuda aún menos a aprovechar la riqueza de la diversidad humana, que es el epicentro de las mejores posibilidades para una humanidad plena.


Quiero insistir que la educación sexual integral es un camino real para mejorar las posibilidades de ser mejores y, entre otras cosas, de prevenir la violencia. La educación sexual es hoy un camino muy concreto, bajo constante análisis y estudio, que permite integrar no sólo conocimientos, sino fortalecer valores deseables, urgentes, necesarios e imprescindibles y, también, para desarrollar habilidades para que los educandos tengan mayor posibilidad de vivir y de construir un mundo mejor. Resistirse a esto es lógico en aquellos que defienden una “ideología machista”. De ellos esperamos eso. La pregunta esencial sería “Los que no la defendemos, ¿seguiremos paralizados al respecto? O, finalmente, exigiremos una educación sexual integral que, entre sus considerandos, está el recuperar mucho la comunidad educativa. Este próximo 25 de noviembre es el día de lucha contra la violencia contra la mujer. Tal vez sea un buen momento para exigir que la educación sea el camino como siempre pregonamos para conseguir que la violencia machista se pueda eliminar.

jueves, noviembre 10, 2016

Caricias



Adoro las caricias (tanto, casi, como besar; bueno besar es acariciar con los labios). Pero hoy realzo (por culpa de uno de esos tantos videos compartidos al hartazgo por whatshApp como una suerte de autoayuda) a la caricia. Es interesante como ese gesto tiene una diversidad expresiva que nace de la ternura o de otras cuestiones pero que, siempre, necesita del otro.
Hay en la caricia una sencilla sensación, sea pasajera o permanente, de ofrecer al otro un instante que se acompaña de la noción de generosidad. Efectivamente, damos una caricia. La ofrecemos. Sea con las palabras, sea con la mano, sea con el tacto, sea con lo que fuera. Una caricia es un don que se entrega y que se puede percibir de muchas maneras. Pero es algo que se entrega.
Lo curioso es que tantas veces, la caricia es, también, la posibilidad que tenemos de sumergirnos es un mar de sensaciones inmensas construidas por la síntesis creativa de los sentidos.
Hay en la caricia un ofrecimiento y con ello la dignidad de reconocer al otro un status maravilloso de ser. Por más que podamos disfrazarla en ocasiones. Estoy hablando de caricias como gesto y no actitud arbitraria. La caricia no tiene violencia ni en la ejecución ni en la percepción. Lo digamos claramente, la violencia invalida a la caricia. No existe caricia, aunque se haga lo mismo, cuando existe violencia. Dicho esto, volvamos a nuestro tema.
La caricia es un gesto de una simplicidad absoluta y de una traducción instantánea. Se hace con lo que tenemos y se entiende con lo que se lo recibe. Así, a la caricia real, la sentimos primero en la compañía que se manifiesta en ese gesto y que, imperceptiblemente, nos abriga un poco por la calidez que produce.
Podríamos, en una pseudo-clasificación decir que hay dos tipos. Está la caricia que nace de la ternura y expresa, sin decir nada, una amplitud de emociones volcadas hacia la otra persona por el otro. Estas cumplen su cometido en esa acción breve, casi circunstancial al mismo tiempo que permanente. Es la que se la sueña imposiblemente infinita. Está la otra caricia, la que se hace en la intimidad y se hace intimidad. Aquella que recorre el camino desde el inicio hasta ese final que se abre a todo el infinito posible y siempre efímero.
He acariciado de muchas maneras. Lo hice con la intención de trasmitir ese gesto que tiene la elocuencia del momento. Lo hice de modos diferentes pero siempre con la intención que el otro lo perciba.

Acariciar es una forma de acordarnos que el otro nos permite la magia del encuentro y que nos hace comprender que necesitar al otro es, en ocasiones, el único camino a la libertad que nos hace volar, nos hace sentir, nos hace ser.

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