lunes, enero 23, 2017

El humor, el baile y las parejas


Sin pretender ser una regla elaborada sobre las parejas, creo que dos comportamientos humanos muestran el comportamiento proclive a la felicidad y la armonía en una pareja: el uso del humor y la capacidad de disfrutar el baile. Son dos actividades que, sin dudas, pueden hacer la diferencia entre la felicidad de dos personas y una relación conflictiva. Vuelvo a insistir, esto no es una regla ni matemática ni sexual, sino una simple lectura sobre reracionamientos.
¿Por qué? Primero, porque ambos comportamientos necesitan del otro para ser conjugados en su mejor expresión; segundo, porque solo funcionan bien con armonía creciente; tercero, para que sean comportamiento adecuados precisan independizarse de los demás, cuarto, consiguen sus mejores resultados dejándose ganar por la confianza en el otro y, finalmente, siempre mejora con la práctica.
Pero avancemos un poco más y veamos algunos elementos particulares y unos falsos amigos de esos comportamientos.
El buen humor es reconocido como una capacidad de reírse de situaciones variadas, algunas realmente cómicas pero también de utilizar la risa como un antídoto eficaz frente a las rutinas y a los conflictos. Debemos hacer la salvedad que no es lo mismo reírse de todo, que no poder nunca hablar temas serios, cosa que esta en las antípodas de los comportamientos favorables para una pareja. El buen humor necesita cierta sincronía entre lo que me produce risa y el saber utilizar los recursos con el otro. Hacer reír es diferente que el buen humor. Uno puede ser gracioso, puede tener una batería magnifica de chistes que producen la carcajada, pueden ser realmente cómicos en sus gestos o comportamientos, pueden utilizar la improvisación como un destapador de risas. Eso son condiciones innatas en algunas personas. Yo me estoy refiriendo a otra cosa al buen humor frente a situaciones cotidianas y, sobre todo, frente a los conflictos.
Una pareja funciona cuando se tiene a buscar un equilibrio permanente entre partes desequilibradas, podemos resumir. Dos personas que procuran vivir juntas tiene, necesariamente, diferentes momentos de ánimo en su interrelación. Ese desequilibrio (sea en más o menos) tiene que procurar mantenerse a flote, para ello no podemos desconsiderar esos estados de ánimo que llegan y debemos crear antídotos para hacerle frente. El humor, sabemos, puede relajar una situación, pero no olvidemos que no es una actitud individual, necesita siempre de la otra persona. Muchas parejas no tienen esa posibilidad por algún tipo de rigidez mental. Así, por ejemplo, frente a un conflicto que está por explotar uno de los pares procura aliviar la tensión con una broma, con un comentario “tonto” (se hace la primera parte), si la otra persona no capta el mensaje inmediatamente (ojo que estamos yendo a terreno frágil) y reacciona positivamente, recurriendo al humor dispuesto sobre la mesa como una salida, se pierde una oportunidad y se entra en el conflicto. Todos sabemos que cuanto más se entra en zona de conflicto, más se vuelven rígidas las estructuras y más difícil es salir en las veces posteriores de esas zonas de rispidez.
Por eso debemos procurar entender el humor como un recurso eficaz a ser desarrollado, que no implica jugar a payaso en una relación (enhorabuena por los que tienen el talento natural de serlo, realmente), sino en aprender que el humor particular de cada uno es una herramienta fundamental para que la felicidad sea un proyecto realizable siempre.
Con respecto a la danza debemos recordar que no estamos pensando en eximios bailadores de cualquier cosa, sino en parejas que encuentran un ritmo y una cadencia propia donde los pasos se permiten conjugarse de forma que se disfruta el movimiento, el encuentro y la alegría de centrarse en el equilibrio entre dos personas. Una pareja que sabe bailar de forma conjunta, que encuentra placer en los movimientos y que sabe que en ese contacto está parte de su sincera cercanía tiene una herramienta importante para descubrir que una pareja es pareja porque son siempre dos personas que procuran funcionar de forma conjunta y nunca porque son una sola. Ahora bien, recordemos que la danza permite que uno pueda estar en contacto con otras personas, nunca debemos pensar que eso significa otra cosa. Que una pareja sepa bailar es una muestra de algo positivo, pero tengamos cuidado, mucho cuidado, en creer que eso representa algo más que un elemento secundario. Lo que fortalece a la pareja es la comunicación y no otra cosa. Si nos confundimos corremos el riesgo de convertir un elemento secundario, circunstancialmente importante, en algo imprescindible.
Nunca debemos confundir los elementos importantes de una relación con los elementos necesarios y secundarios. La anécdota siempre es secundaria, lo trascendental que ocupa las anécdotas para manifestarse es lo importante. Por ejemplo, la danza o el humor son elementos de anécdota, lo que defiendo es que ellos permiten mostrar lo importante que es la capacidad de una pareja de reconocer al otro, procurar la armonía y de fortalecer sus sistemas de comunicación. Pero para que ello pase, tiene que haber pareja, intención de estar, deseo de sentir y placer de la compañía.

Defendamos estos elementos secundarios, procuremos encontrar los nuestros y los desarrollemos pero, recordemos siempre que una pareja son dos personas procurando encontrar el equilibrio dinámico hacia la felicidad utilizando recursos secundarios sobre la única base imprescindible el deseo de compartir algo de la forma más completa que puedan. 

viernes, enero 20, 2017

Sexo oral

Dentro del repertorio de actividades sexuales que disponemos está el sexo oral. ¿Qué es? Una pregunta tonta. No obstante, la veamos. Es practicar sexo con la boca. Sería la primera respuesta. Pero, salvo en chistes poco certeros, se podría decir que incluiría, también, el hablar de sexo, aunque, claramente, no imaginamos eso cuando deseamos, pedimos o hacemos sexo oral. Nos imaginamos que la boca procura los genitales para que la excitación y, en muchas ocasiones, el orgasmo aparezcan. El sexo oral es una de las actividades ideales para preliminares, para parte del medio o para un buen final o, valga decirlo, para recomenzar. Es algo que se puede hacer con la calma de lo compartido o hasta con cierto frenesí de la llegada.
Es uno de los caminos  que forma parte de la intimidad del placer y de las maravillas del placer de la intimidad. Como alguna vez sugería, en temas sexo no se trata de dar indicaciones. Seguir un manual no es lo mejor, pero escuchar sugerencias siempre es un buen recurso. Siempre y cuando sirvan para descubrir formas de hacer el camino, de percibir que senderos conocidos por nosotros, y los otros, existen para el placer, la comunicación y la compañía. Ayudaría para poder ver el alcance que puede tener una actividad tan intensa para hacernos volar y, al mismo tiempo de sumergirnos en el agua cálida de placer. Sí, creo que, a veces, el placer es una laguna paradisíaca, o puede serlo.
Pero bueno, para llegar al sexo oral hay varios caminos pero, sugiero que, alguna vez por lo menos, uno debe optar por el camino largo. Aquel que comienza usando la boca para decir palabras que permiten la excitación y el tomar confianza para recorrer los senderos maravillosos del gozo. Una buena charla, rociada de palabras que tienen algo de odalisca. Para los que andan queriendo saber los caminos podemos simplificar que hay que ir de esos labios hasta estos otros labios y, permítanme decir que sí parece más evidente en la mujer, vale para todos. Ya me explicaré. Si comenzamos con las palabras no es para terminar sin ellas, ellas nos acompañan todo el viaje. Son parte del equipaje imprescindible para el placer. Pero como todo, con un ritmo justo, con una cadencia necesaria, con el contenido adecuado. Es como uno de los hilos con que se hilvana el gozo.
Los labios deben buscar a los otros labios y besarlos de tal modo que se sienta que la pasión es una invitación y al mismo tiempo sentir que los labios besados están hablando de esa pasión e invitándonos. Luego, hay que comenzar el peregrinaje. Digo peregrinación porque el camino largo es eso. Se sabe dónde se quiere llegar pero sabe que la forma que se llega también es importante. No es sólo andar rápido sino andar bien. La piel en el medio debe ser recorrida casi puntillosamente. Labios, lenguas, palabras y manos, deben ir con el ritmo que manda el paisaje. Sin urgencia y sólo con los sentidos prestos a descubrir ese movimiento del cuerpo, aquel andar de la piel, esa respuesta del otro. Parece poco el espacio a recorrer, sin embargo es el camino que pierde la dimensión en la medida que nos olvidamos del tiempo que pasa y nos concentramos en el diálogo de las pieles y los sentidos.
Pero allí estás, llegando al pubis, están
 tus manos en las caderas, quizás, y sabes que allí está la meta que buscabas. Tus palabras, tus labios y tu lengua está allí, envolviendo al otro presente y el otro, está recibiendo con todo su ser movimientos, deseo, intención y entrega. Es como que esos otros labios también están hablando, tanto varón y mujer, ya han trasmutado, si has seguido el camino largo, a los genitales en algo más desarrollado que también dice. Y espera tu presencia pidiendo más, y haciendo que el cuerpo te diga más. Allí utiliza alternativamente, sin prisa, pero sin pausa, palabras que celebren el encuentro (comprendiendo que ya todo es traducido a melodías de intimidad. Por eso sé soez, sé directo, sé presente, sé sentimental pero habla, di que te gusta recorrer el camino y estar allí y jura, en ese momento que lo harías más por ti. Hazlo escuchando la voz que te devuelven deseo y presencia); también utiliza tu mirada que busca la mirada, que recorra el universo de la piel disponible y procure el rostro que te está siguiendo. No te olvides de usar las manos para abrirse camino, para ordenar el sendero y para sentir el pulso inquietante de la otra piel y, al mismo tiempo que pueda percibir tu propio ritmo; Recuerda que tus labios estén allí, no sólo con lo obvio, sino conversando quedito con los genitales que se ofrecen y, así, imagínalos hablándote. Que tu lengua, explore con la calma de aquel que ve la fragilidad y ve la fortaleza. Sacia tu sed, sin apuro pero sabiendo que el néctar preciado del gozo está allí.
Hazlo hasta que sientas o te digan que el placer los baña entero. Allí abraza, hazte aún más presente y recibe toda la presencia. Retoma tu pulso y sigue hablando, cuenta en voz queda, las maravillas que viste en ese cuerpo cuando gozaste y, finalmente, agradece lo que el camino te ha dado.

Si alguna vez logras hacer eso, estoy seguro, que el placer será esa energía que hace que los momentos sean siempre una intimidad compartida que nos ayuda a ser tan humanos como necesitamos.




martes, enero 17, 2017

Experiencias sexuales

La vida sexual de las personas incluye un abanico enorme de cosas. Va desde lo que experimentamos hasta lo que descartamos. Va desde lo que vimos en algún sitio hasta lo que somos capaces de imaginar. Va desde la actividad solitaria hasta la grupal. Va desde lo que hablamos hasta lo que callamos. En esa amplias opciones que disponemos, hacemos lo que podemos, lo que sentimos, lo que queremos, lo que deseamos, lo que nos permitimos. No hay una receta, hay sugerencias. 
Siempre pensé que la clave es el consentimiento. Esa capacidad de elegir hacer sexualmente hablando con lo que tenemos frente (desde lo que está frente a nuestras narices o aquello que está en nuestro cerebro) y hacerlo con la certeza que podemos elegir el camino a recorrer pero, sobre todo, hasta donde recorrerlo y con quien (valga remarcar que el otro, la otra, los otros, las otras tienen la misma capacidad). He aquí la verdadera seguridad que nos ofrece la actividad sexual. Dejo expresamente de lado, como experiencia sexual la actividad violenta, la que se ejerce como ignorando que frente a uno hay otra persona que debe consentir. Porque lo que hacemos sexualmente con otro sin que haya consentido, eso, no es actividad sexual, es un crimen.
Pero volvamos a las experiencias sexuales que consentimos y hacemos con un otro que, a su vez, consiente. Dentro de ese repertorio existen varias que somos capaces de hacer (como especie el infinito, como seres individuales aquellas que nos permitimos). De un modo u otro creo que existen varias características que deben aparecer. Deberían estar todas juntas pero no es excluyente. Así, sin pretensión de exhaustividad, anoto las siguientes: si partimos de la idea de consentimiento como piedra angular, es clave que el encuentro con el otro (sea circunstancial o renovador) sea una condición. Si parece obvio pero encuentro no es sólo cuerpo presente, por más que existen actividades que sólo buscan eso, un cuerpo para disfrutar. Encuentro es la "reciprocidad" (que jamás implica hacer lo mismo) en la entrega. Es ofrecerse un poco o mucho y que el otro lo haga. 
Para esto, es necesario la segunda característica: la disponibilidad, esta característica me parece una piedra angular. Cuando nuestra disponibilidad es mayor, es más alta la posibilidad que el encuentro sea fructífero (a nivel del placer, a nivel de la satisfacción). Aclaro, disponibilidad no es lo mismo que disponible. La disponibilidad es una actitud de apertura a recibir al otro. Es una capacidad (por lo tanto de se desarrolla) para que una persona sea capaz de superar los obstáculos que siempre pueden aparecer frente al otro, con la intención de entender (de manera amplia o circunstancial), aceptar (por poco o mucho tiempo) y de usufructuar el contacto con el otro de un modo positivo. Lo tercero es la comunicación como una forma de escuchar, principalmente. Es el desarrollar nuevas formas de decir las cosas y de escucharla en el otro. Ver los matices de los estímulos que se producen y animarse la maravillosa sensación de hablar, de decir lo obvio procurando nuevas formas de decirlo. Es escuchar el ritmo de la piel, la cadencia excitante de los sentidos, la sólida constancia de los labios, la siempre misteriosa y clara elocuencia de la mirada, la versatilidad que usa el deseo, la inconstante, pero perseverante expresión del momento vivido. 
Finalmente, lo último, que hoy anoto, es la búsqueda incesante, decidida, permanente del placer como parte del encuentro. No obsesiva. Es saber que el gozo, no es sólo un fin sino un camino a realizar Por más que el gozo final sea maravillosamente deseable. Saber que el gozo se va haciendo permite que uno puede experimentar nuevos senderos, aún repitiendo caminos conocidos.
Animarse a experiencias sexuales nuevas no es andar experimentado lo que está fuera de nuestro alcance físico, mental, social o espiritual -aunque bravo los que lo hacen-. Es intentar nuevas formas de encuentro a partir de la experiencia del placer que ofrece el camino. Nos animemos a lo nuevo por el camino maravilloso del encuentro, de la disponibilidad y de la comunicación. Quizás, así, la satisfacción sera siempre más integral y más activa.

viernes, enero 13, 2017

Confesiones

Sabemos que las redes sociales son un lujo de esta época y que puede favorecer la comunicación. Recibir fotos, guiños, (“emoticons”), comentarios y demás de personas que importan y que no están “aquí y ahora” es esplendoroso. Para ello, muchas veces hay que pagar el recibir fotos, guiños, frases poco ingeniosas, humor repetido, emoticons infinito de personas que te importan poco y nada y a las que vos, realmente, tampoco le importas, por más que lo oculten sobre corazones, besos, palmadas y un montón de “te quiero” con un número imbécil de signos de admiración.
Sin embargo, hay algo que siempre me hace ruido en todo esto. Es cuando se prefiere que la confesión que nos desnuda se haga por whatshApp u otra red social. A ver, estoy hablando de esa confesión que nos desnuda, fragilizandonos. Esa que cuando uno puede hacerla frente a la presencia del otro también genera una fragilidad en quien escucha y que por ello nos genera una sensación tan humana de cercanía. Porque la confesión es una forma de comunicar que implica tiempo y presencia. Efectivamente, cuando alguien nos confiesa su pena, su estado de fragilidad nos obliga a estar presente de un modo que nos exponemos al estímulo intenso de lo que nos cuentan. Si alguien nos cuenta algo difícil para él, intentamos poner cara de póquer o, ojalá, ser empáticos y sabemos que nuestro rostro, nuestro cuerpo presente, nuestros gestos o su ausencia, no son menores. En la pantalla podemos mandar emoticons de compañía mientras organizamos una fiesta en paralelo con otra persona con mejor ánimo en ese momento, ni decir que podemos ir al baño al mismo tiempo que nos cuentan un pequeño drama griego.
Si, lo sé, lo aceptamos porque es lo que hay. Pero no quita, la confesión cara a cara nos obliga de otro modo, nos hace presentes de una forma ancestral estar junto al otro cuando el otro expone su fragilidad. Nos obliga a hacer. La pregunta imprescindible es si no estamos perdiendo algo al reservar la “confesión” del otro a una circunstancia. A algo que, por lo general, pasa en redes sociales, y menos en la vida cotidiana.
Podrán decirme, hasta quienes ocupan mucho el whatshApp, que no es así, que el encuentro sigue siendo lo más habitual. No hay estadísticas fiables y si las hubiese, todos pensamos que somos la excepción. Pero, sería bueno preguntarnos sobre eso, ¿cuándo fue la última vez que nos ofrecimos para escuchar una “confesión” al modo antiguo, donde uno prestaba el oído, prestaba el corazón y sólo intentaba consolar la fragilidad expuesta? ¿Cuándo fue la última vez que vimos al otro no como una actualización que ya contada quedo vieja, sino como una persona que nos ofrece su fragilidad y precisa nuestra escucha integral?

Recordemos que, quizás, una buena confesión que ayuda, necesita el consuelo de unos ojos que nos miran, una caricia hecha con el tacto  y un abrazo bien real. Que se la va a hacer, es la vida de los humanos capaces de construir las redes sociales y tan necesitados siempre del contacto.

jueves, enero 12, 2017

Decir la “verdad”

 
La gente confunde franqueza con decir la verdad. Emitir opiniones sin filtro, una franqueza brutal no es ser sincero en sí mismo, aunque muchas veces uno lo sea. Es fijar posiciones, es construir murallas y establecer los límites. Curiosamente no va al encuentro del otro, sino establece los lugares que se pueden ir y aquellos a los que no. A ver, es buenísimo ser francos. Ser directos. No dar muchas vueltas. Ojalá todos podríamos hacer eso y al hacerlo, estoy seguro, que la práctica continua seguro que produciría el efecto necesario de fortalecer el espíritu y la mente para no dar por la crítica más de lo que la crítica vale.
A eso no me opondría nunca. Conviene abrir la boca para decir las cosas directamente que hacer silencios y grandes vueltas para no decir nada. Sin embargo, la comunicación es siempre con el otro, no con un espejo. No con un público que debe escuchar al orador. El otro, como uno, siente, cree, ve, percibe, analiza, canaliza, inhibe, acepta, rechaza lo que le viene en suerte como puede. ¿Debemos tenerlo en cuenta para ser francos? O, básicamente, ser francos, ¿es lo mejor que nos conviene y lo mejor que podemos ofrecer?
Una aclaración pertinente, lo contrario de “ser francos” no es “mentir”. Mentir es una operación específica del raciocinio. Es abrir la boca para decir lo que no es con la intención de producir un efecto en la conversación. La mentira es intencional y tiene valor porque afecta la conversación para llevarla a un lado u el otro. Es más podemos ser francos y decir mentiras que todavía no sabemos que lo son.

Es decir, la franqueza es una virtud, sin dudas que surge de comunicar de manera directa y simple lo que una situación nos produce, nos estimula, nos genera. Decir nuestra opinión con la convicción que es una opinión y, por lo tanto, saber que podemos equivocarnos. En esta realidad completa y total está la esencia de una forma de ver al otro, que está presente para intercambiar, para escuchar, para responder y, con suerte, para que así podamos construir nuevas formas de ver el universo que nos toca en suerte.

domingo, enero 08, 2017

Detalles

Cuando nos sentamos a descansar un poco del camino realizado, a tomar aire y respirar un poco de lo vivido, allí, la memoria se detiene en hechos simples. Allí, son los pequeños gestos los que aparecen, son esos detalles que nos hicieron sonreír, reír, llorar, gritar y compartir. Recordamos, quizás lo espectacular del escenario –para quien ha tenido la suerte de viajar o de vivir fuera- o, para otros, el escenario es el de siempre. Pero no recordamos ese escenario sino los detalles en que nos sentimos tremendamente humanos y que el resto era circunstancial.
Detalles como saludos especiales, un café compartido, ese amigo y aquellos otros también, un atardecer que nos deslumbró, un abrazo que fue capaz de unir nuestras partes rotas, una risa espontánea, un juego que nos hizo olvidar la edad y recordar la niñez, una conversación simple sobre alguna cosa tonta con alguien que ya no está porque decidió, porque decidiste o porque muerte lo hizo contra ti, una lágrima cursi por una película aún más cursi, ese verso de poesía dicho, una música, un baile que sentiste que volabas, una caminata sin sentido, la emoción contenida en los músculos y la emoción contenida en los ojos –que no son la misma-, un brindis, besos –siempre muchos, siempre multicolores, siempre con aire de alma-, una carta que revisitas –porque leer algo leído es, tantas veces pasearse por esos lados-, un mensaje escrito para alguien o también ese mensaje simple escrito en un papel cualquiera que recuerdas, una llave que te dieron que no habría puerta alguna pero sintetizaba un futuro que ya se fue, esas fotografías perfectas para ti solamente, varias lágrimas, ese personaje que te cautivó, un viaje imposible, hecho o aún deseado, ese viaje repetido desde el 68 hasta que puedas, una cabalgata por donde corresponde, el pasto que pisaste, un regalo que te iluminó el rostro y ese que hiciste que te sentiste rey, un niño que te miró y te hizo una pregunta con la serie ternura de la inquietud infantil, todo de ese niño que te llama papa, aquella fiesta, ese baile, esa compañía, ese deseo que no se pudo hacer, ese otro que se hizo cotidiano, esa ausencia que te acompaña, ese mar donde eras tú y nadie más, esa terraza donde piel y luna hablaban contigo y con ella de testigo, esa comida simple hecha rápidamente y disfrutada, esos asados que ya no son pero que fueron, esos lechos donde reposaste gozado, gozante, esa flor y todas las demás, los versos leídos y los otros que intentaste escribir, la palabra dicha, la palabra escuchada, el piropo recibido y aquel que diste a ella y que sonrío, ese silencio incomodo, ese beso que no fue, las caricias que sobraban y faltaban, ese “te amo”, las estrellas inconmensurables, la música en tu cabeza, la música en los oídos y la música en el alma, esa réplica imposible, esa réplica que quisiste decir, las carcajadas salidas de la nada y basadas en ese humor que solo vos y alguien más entiende, un circo, ese gozo conseguido tantas veces pero ese gozo en particular, el libro que te recuerda humanamente sensible, aquella persona que recibió la mano de ese modo que aún perdura su generosa disponibilidad, el encuentro imposible, el encuentro posible que no hiciste realidad, esa ducha cerca del lago, la piscina donde te sostenía la calma, la piel desnuda y tu desnudez como aceptación, los textos escritos y borrados, tal vez alguno de los que soñaste escribir, esa caminata sobre la arena y la otra sobre el bosque, ese abrazo al bosque cercano, flores de nuevo, las del suelo y las del florista, una nota que nunca viste leer y esas que se leyeron mal, las lágrimas, nuevamente, que nunca derramé, las ansias de decir lo no dicho aunque sea repitiendo palabras, una película infantil, y esas otras que siempre vuelvo. 
Una cena con poco, una navidad con muchos, una sonrisa de dientes blancos, un almuerzo de alegrías, una torta o, tal vez más, los juegos de aquella niñez y de esta otra, el dulce aroma de las cosas cotidianas. La piel, la imaginada, la deseada, la circunstancial, la esperada. La compañía de la soledad, la simple compañía del momento y la compañía sorprendente que se hace realidad cotidiana.
Sí, es una lista desordenada, de esas que se hacen aquí y ahora y que se pretenden exhaustivas y faltan los detalles, porque surgen del momento. Pero en definitiva si ves, uno evoca como detalles de la vida momentos compartidos simples y sencillos. Al hacerla, las emociones saltan por doquier. La nostalgia se hace presente y te das cuenta que tu vida se resume en pequeños detalles que ordenas de forma aleatoria, que recuerdas cuando recuerdas porque lo necesitas y que, en definitiva, sólo valen su peso en oro si son vivencias que te dan un poco de paz, un poco de la sutil emoción de sentirte vivo.
La paz, aún con nostalgia, es que lo que evocas de tu vida se resume en el recuerdo, siempre desordenado, caótico, sesgado, limitado, pero siempre a hechos que te hacen sentir que tu vida es un manojo de momentos positivos que te permitieron estar. No es el resumen de la felicidad, es una síntesis dinámica y permanente de emociones compartidas. 









miércoles, enero 04, 2017

Memoria

¿Qué recordamos de lo vivido? Es la pregunta y al mismo tiempo incluye un hecho anterior evidente e importante: no recordamos todo. Seleccionamos en función de una lógica tan particular que siempre es sesgada. Hace tiempo decía que la memoria, quizás, no olvida. Ella nos ordena, nos acaricia y, en ocasiones, nos perdona.
Recordamos selectivamente y al hacerlo toma cosas de lo que hemos vivido y deforma la realidad poniendo énfasis en un detalle o en otro. Así es, siempre. La hipótesis es simple. La memoria son resabios de las impresiones que la vida nos hace y el recordar es revivir lo vivido con las emociones que tenemos en el momento, con la intención que nos produce aquel momento y con el interlocutor a quien contamos.
Así, sin pretenderlo quizás, castigamos o bendecimos contando nuestra historia. Daniel Schechter escribió un libro que se llama los “siete pecados de la memoria” donde muestra que cometemos errores con nuestra memoria. Que es común. Es algo que me parece lógico, nunca recordamos como vivimos. Esto es una maravilla. Las vivencias no son tatuajes de lo hecho (aunque lo vivido nos produzca tatuajes), son inscripciones de lo vivido que es la suma infinita de emociones anteriores y actuales, de sensaciones viejas releídas en el instante que se cuentan, son formas de reconciliarnos con el pasado o de distanciarnos de él.
Recordar no es zambullirnos en la realidad es traer esbozos de otro tiempo y acomodarlos para que cumplan su objetivo en este instante. No, no mentimos, nos permitimos un poco de lujo o de piedad con nosotros mismos. Así, tengo fotos de otra época que veo y recuerdo momentos vividos y me producen sensaciones nuevas que no tenía en esa época y que, quizás seleccionó las emociones. También otras fotos que no recuerdo ni personas, ni sensaciones, ni nada.
Esto es, sin dudas, una maravillosa experiencia y, al mismo tiempo un mensaje espectacular: la vida es presente, presente que se ha ido, presente que no ha venido y esté presente, el único donde se puede reír y llorar. Somos historia viva. Somos este momento que estamos viviendo, somos originarios de aquellos momentos vividos y somos forjadores de estos, que están viniendo.

La memoria evoca vivencias con el sutil filtro de nuestra urgencia, de nuestra necesidad, de nuestro juicio, de nuestras limitaciones. La memoria nos duele, nos abraza, nos acaricia, nos condena, nos perdona y al hacerlo perdonamos o castigamos a quien recordamos, a quien evocamos, a quien olvidamos. 
Borges, con más sencillez y claridad, nos lo dice de forma tan clara: "la memoria del hombre no es una suma; es un desorden de posibilidades indefinidas".
O sea, sepamos que no somos justos, no podemos serlos, pero si misericordiosos, tal vez. Así, sera que un día nos damos cuenta que al serlo, no es el otro el que saca partido, sino nosotros porque la memoria es nuestra y, por ello, nuestra evocación nos golpea o nos acaricia. DE ese modo podremos garantizar que siempre haya lugar para la tierna sonrisa que nos hace respirar siempre. 

domingo, enero 01, 2017

Sexo

El sexo es una actividad elemental en los seres humanos. A pesar de los adelantos sigue siendo la forma casi universal que elegimos para procrear, por ejemplo. Pero también la forma más contundente de pensar en “intimidad”, por más que esta sea algo mayor y que no siempre incluye desnudos ni actividad genital, algo que olvidamos muchas veces.
El sexo es también, tal vez, una de las actividades más deseadas cuando lo experimentamos de forma positiva. Como si quisiéramos repetirlo de forma constante o, para no ser tildados de “adictos”, cada cierto tiempo bien razonable. Es lógico, si lo pensamos, el sexo es un encuentro que puede tener la síntesis perfecta de la suma de los placeres.
Trato de justificar mi afirmación. Veamos el camino. El sexo comienza en el encuentro con el otro que elegimos –hace rato o por este momento- digamos que comienza en una actividad “social”. Una comida, un baile, un “café”. Así, antecede al desnudo la curiosa oportunidad de ese hecho social. Tenemos que compartir un momento y pensando en lo que viene, nos disponemos positivamente para que sea “rico”. Así liberamos prejuicios y procuramos danzar con más de cuerpo y menos de control “del que dirán”. Tal vez la comida, donde no intentamos ser chef pero si cocinar como disposición, una de las maravillas de la cultura (la que sea) y que luego en la mesa nos preocupamos de saborear, no de hincharnos porque hay. Todo eso regado con deleitarnos con alguna bebida en la dosis de paladar y no de somnolencia. En eso, motivado por el deseo y, ojalá, mostrando nuestro mejor yo, hablamos con la intención que el otro le interese, nos escuche y nos acompañe. Dejamos fluir el humor, como uno de los caminos más esplendorosos que tenemos.
En ese andar, podemos llegar al sexo por el camino que tiene más paisaje, más aromas, más sensaciones. Dejamos caer una caricia, esa que roza y anticipa, nos animamos a la risa que convoca y a esa coreografía no pensada que manda el lenguaje no verbal, tan reclamado y tan poco escuchado.
Todo a fuego lento, sin ánimo de apurar pero sintiendo que estamos allí, “a punto caramelo”. Sin aguardarlo pero sabiendo que llega, aparece el gesto que abre esa puerta, donde la caricia va un poco más allá, aun haciendo lo mismo; donde el beso se hace intención recíproca y ansias traducidas, donde la piel emerge ofrecida y buscada y donde la certeza tiene poco valor y el andar la seguridad de estar. El mapa del cuerpo conocido se hace guía para ese cuerpo real que está allí. Buscamos los espacios conocidos y si, se es inteligente, uno se deja guiar para esos otros lados. No hay nada como dejarse mostrar por el baqueano y, lo sabemos, el otro te puede señalar los tesoros de su cuerpo o, si no los conociese, garantizar que son esos que tú creías.
Allí estás, intentando el gesto simple y efímero de “orgasmear” haciendo lo repetido pero transformándolo en único. Dejar fluir el instante y sumergirte en el placer o intentar hacerlo con todo vos. Luego, terminar pero sabiendo que aún continua porque el sexo no se termina aún, abre esa opción que sigue (siempre opcional) a que el cariño se expanda, el sentimiento se escuche de otro modo y la quietud de los cuerpos retozando sea la forma más trascendente paz y serenidad. Definitivamente, podemos sentirnos dioses en ese momento e, inmediatamente tan humanos. Porque aun llegando al éxtasis perfecto, “propio de los dioses”, sabemos que queremos hacerlo de nuevo, “propio de los seres humanos".
Es sexo. Maravillosamente humano. Tan fácil de hacerlo que se puede disfrazar de tanto, tan especial para sentirlo y que, al mismo tiempo, es imposible disimularlo; tan riesgoso de ser monótono y aburrido, como tan certero de ser incansablemente novedoso.

Ojalá, el sexo sea siempre una de las formas de encuentro de los seres humanos. En ello también radica la esperanza de un futuro de paz, amor y alegría.

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