miércoles, junio 28, 2017

Diversidad

El ser humano se define, entre otras cosas, por la diversidad. Forma parte de su capacidad; es más, hasta podríamos decir que es su vocación. Por eso de mayor diversidad, mayor riqueza, mayor humanidad. Efectivamente, si lo pensamos, los peores crímenes, los que más detestamos son fruto de la destrucción de la diversidad. Desde los genocidios hasta la destrucción del medio ambiente pasando por la violencia que nos invade lamentablemente.
Por eso creo que exaltar la diversidad nos hace proclives a dar pasos hacia adelante, a crecer como humanidad, en definitiva, de tomar el riesgo de ser mejores y más felices. Antes que los trasnochados de la razón salten desaforados valga aclarar que exaltar la diversidad no implica otra cosa que comprender que el otro es otro, porque lo es. Que esa alteridad nos obliga a buscar las posibilidades del encuentro y, al hacerlo, podemos construir universos de posibilidades de ser más uno mismo, nunca jamás de ser el otro.
La diversidad implica que el otro, al ser él mismo, o sea, no sea como yo, la diferencia es una realidad posible. Así, que exista un otro que no piense, no sienta, no crea, no busque, no desee como yo es un hecho cotidiano. Algunos pueden ver el problema en eso, pero, ojalá también sean capaces de ver que por esas diferencias inherentes a estar vivos estamos “divinamente condenados” a procurar puentes para acercarnos a los demás. Puesto que con ellos somos capaces de construir oasis de paz, serenidad y creatividad, entre tantas cosas. El amor, lo recordemos, consiste en aceptar lo diverso del otro para permitir que sea un poco mejor recordando siempre que somos el otro para los demás. 
Un día nuestra especie humana se superará. Será mejor, dejará de lado la violencia y hará una acción concreta para neutralizar todo tipo de odio contra el otro. Ese día, si llega, entre otras cosas, la humanidad toda, tendrá un orgullo real de su diversidad.

Mientras eso no esté, sigamos bregando por ese futuro mejor para la humanidad. Para hacerlo, doblemos el esfuerzo de luchar contra todo tipo de discriminación del otro, fomentemos la diversidad como manera de ser, reclamemos leyes más justas y equitativas para todos los seres humanos y, porque creo firmemente, exijamos una educación sexual integral YA, que es una de las verdaderas garantías que tendremos que la diversidad sea una forma de ser uno mismo, siempre y que la humanidad sea aquello que siempre soñamos.



domingo, junio 25, 2017

Seres eróticos




Somos seres sexuados. Eso lo sabemos, aunque queramos negarlo tantas veces. Pero ese hecho casi “natural” de tener genitales tiene la inexorable dimensión cultural que es parte imprescindible de los seres humanos que, tantas veces, nos cuesta asumir. Es decir que, aparte de ser sexuados, somos seres eróticos. Esto implica mucho más que sólo tener genitales y un cuerpo que se acerca o se aleja de algún canon de belleza, por ejemplo. Ser seres eróticos implica que somos pasibles de deseo, de desear, de procurar deseo, de generar deseo, de buscar lo deseado, de ansiar ser deseados, de evitar el deseo, también.
Es así que nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro ser debe hacer frente a dos hechos inexorables: tenemos genitales y estamos llamados a hacer algo con lo erótico. Lo “terrible”  sería que el ser humano, frente a estas dos cosas, no siempre muestra la mejor cara de su inteligencia ni sensibilidad. Así, apela, por citar uno de sus recursos no mejores, a la censura, no sólo la pública, sino de la personal, y sobre todo aquella que se transforma en personal innecesaria.
Nos concentremos sobre el hecho de ser seres eróticos, por definición. O sea seres capaces de buscar los senderos del placer de varias formas tanto para uno como para los demás. Al pensarlo así varias cosas surgen como ideas. Me voy a detener, en este momento, en uno en particular: el hecho de ser deseables. Si, nuestra presencia (en ocasiones, nuestro recuerdo) estimula el deseo. Esto, curiosamente, los comprobamos más en los demás. Vemos, escuchamos, recordamos, sentimos a otro (claramente, otra) que nos estimuló el deseo de alguna forma. No todos tienen la capacidad de verse como ese otro para los demás. Verse, aceptarse y disfrutar el hecho de ser quienes generan un deseo que no siempre se pueden concretar. Pero somos eróticos también por eso.
Nuestro cuerpo, nuestras formas, el perfume “especial”, esa vestimenta, ese movimiento, esta mirada, la sonrisa, todo gesto, o sea la excusa que sea, estimula la cuerda sensible del deseo en alguien. Una cuerda que muchas veces no se puede concretar, por lo que fuera. Cuando somos conscientes de ello dos actitudes surgen, a primera vista, afianzar la autoestima y procurar deleitarnos por eso que generamos y, la más común, sentirnos tontamente culpables o responsables.
Ser eróticos implica que nuestro ser puede generar, por cualquiera de sus dimensiones o las formas de manifestarse, un estímulo de carácter sexual en el otro. Un estímulo que, en ocasiones generará una respuesta. Ojalá esa respuesta sea la que nos permite canalizar nuestra energía sexual para lo que creamos mejor que, en definitiva es el placer como posibilidad real, el encuentro como necesidad imperiosa y el sentir como vivencia íntima y compartida.

Creo que no podemos evitar ser seres eróticos. Entonces, nos preocupemos en potenciarlo para nosotros, en fortalecer nuestras formas de hacer que esa capacidad nos permita la felicidad, el encuentro, la maravillosa sensación de sentirnos únicos para el universo y para esas personas que son capaces de saborearlo así, un segundo o una vida. 

jueves, junio 22, 2017

Relaciones con la verdad



Los seres humanos tenemos una relación muy humana con la verdad. Así tenemos relaciones amigables, sinceras, odiosas, distantes, ciegas, intensas, relajadas y demás con eso que llamamos la verdad. En el fondo seguimos siendo como somos ante ella: algunos seremos neuróticos, otros obsesivos, un poco, perversos y habrá un grupo de psicóticos, que se reservan, por una ignorancia popular muy simpática, como los únicos que la dicen. Si fuese así, en la historia habría habido muchos “napoleones” más que el petiso corso.
Lo que quiero decir es que tenemos una 
relación ambigua con la verdad. De entrada confundimos nuestra opinión, 
aún la sincera, aquella dicha sin fingimientos, como la verdad. Nos olvidamos que los seres humanos somos seres que interpretamos los hechos. No es que somos dioses que vemos la desnudez desencarnada de las personas. Interpretamos las cosas con mayor certeza que otros, sin dudas, en ocasiones. Así esas opiniones cuando las decimos con “total franqueza” (una virtud sin dudas) sigue siendo una opinión y no la verdad, aunque, valga decirlo, acertemos de cabo a rabo en ciertas situaciones.
De vez en cuando, lo reconozcamos, podemos ser más descriptivos y realmente acercarnos a la verdad "universal", al decir hechos bien contundentes y expresivos que casi todo el universo coincidiría si contase con todos los elementos. Así, por ejemplo, que el médico diga que hay un cáncer o que alguien diga que está lloviendo, son verdades que casi todos podríamos reconocer por más que no veamos al principio.
Sin embargo, no se trata de la verdad de lo que decimos, eso insisto, sino que la misma depende de varias variables. Por ello, no podemos garantizarla a nadie. Entonces, ¿qué hacer? Pues no sé. Yo, por mi parte, creo que los seres humanos podemos y debemos garantizar dos cosas (Bueno, varias, pero a los fines prácticos de esta entrada, me quedo con dos).
La primera es la franqueza. Que se asocia con la sinceridad y que nos habla de decir las cosas sin fingimiento. Lo que, curiosamente, implica también el quedarnos callados para no burlarnos de nosotros mismos. Decir las cosas con franqueza, paradójicamente, es el hecho que nos expone y nos da fragilidad. Al no ser dioses, poseedores de la verdad, la franqueza implica el riesgo de equivocarnos y la pregunta, por lo tanto, es: ¿qué somos capaces de hacer cuando,  nuestra franqueza está equivocada? ¿Somos capaces de insistir en buscar la verdad en lo que ya dijimos?
La segunda cosa que es bueno garantizar es el acompañar. Decir “nuestra verdad” sobre el otro, implica mostrar la desnudez o la fragilidad que puede tener. Eso es contundente y por ello, la pregunta sigue siendo, ¿cómo acompañamos al que le decimos la verdad? Esta es la virtud que debería acompañar a la franqueza. A ver, no siempre podemos acompañar al otro pero, en esos casos, ¿cuán perspicaces somos para ver que esas persona sacudida por nuestra verdad esté acompañada?
Es el riesgo del otro. Es lo que hace la diferencia. Ser francos no alcanza cuando el otro es importante para uno por la razón que sea, familia, amigo, amante, conocido, paciente. Tenemos que ser cuidadosos no en escatimar la “verdad” que vemos, sino en comprender que poder decirla, o sea, tener el derecho de hacerlo, implica la obligación de velar por esa persona que nos permite la confianza de hacerlo. 

Entrada destacada

Deseos 2020

Este año es bisiesto. Como cada 4 años, dirán, pero esta vez lo noté. Un día más, un año diferente. Una ilusión de creer que lo excepcio...