lunes, septiembre 30, 2024

Sobre Chicanas

 La palabra chicana se instaló en vocabulario hace un tiempo. Generalmente se usa en relación a
la política. La chicana es tomada como un recurso que busca desestabilizar al oponente, en una discusión, para poder mejorar la posición en la disputa, sin necesidad de utilizar una capacidad argumentativa. No es una estrategia de construcción, valga decirlo, sino se orienta a hacer lo necesario para ganar la discusión, sin tanto esfuerzo intelectual aplicado a la causa. Por eso, la chicana se define como una “artimaña o maniobra de mala fe, generalmente con el fin de dilatar algo en el tiempo”.

Ahora bien, si se trata de ganar una disputa intelectual, me gustaría diferenciar dos tipos diferentes que se pueden usar y que es bueno no confundirlas. Una es, realmente la artimaña que ignora el argumento que la otra persona plantea, o sea, la que ataca a la persona. Lo cual puede ser hostil o, también, de tipo benevolente en su apariencia. Pero, el objetivo es el mismo: usar un ardid para desestabilizar. O sea, puede ser decir que el otro es un imbécil (la chicana agresiva) o, simplemente, decir con mucha calma que estas siendo emocional (tipo benevolente). Lo que busca no es contradecir el argumento de la discusión y, por supuesto, no tiene ninguna intención de construir consensos o conocimientos. Lo único que busca es generar un efecto que altere al que enuncia al argumento. Es curioso, pero la chicana benevolente parece un gesto amable, tal como el sexismo benevolente, ya que se disfraza con un barniz positivo, pero es, claramente, un lobo con piel de cordero.


Esa artimaña, por definición, elude la discusión argumentativa. Esto es clave para pensar este tema. Ahora bien, no es una chicana si el adversario intelectual aprovecha mi mal razonamiento, la mala construcción de mi argumentación. Por más, que ello haga que se diluya la discusión. Es un error de argumentación que la otra persona utiliza en el momento. Un caso típico que debe ser entendido como fruto de la capacidad de razonamiento o de rapidez mental, tiene un ejemplo paradigmático en el debate del aborto en Argentina. En un intercambio
Alberto Kornblihtt le dijo a un contrincante del debate: "No, no está bien. Está mal" e hizo que la otra persona quedara en offside y se diluyera en su argumentación. Fue tan notable el gesto que produjo remeras y el autor lo canalizo en un libro que llevo por título esa frase como un despliegue intelectual. Otro ejemplo de esto fue la pequeña historia que circulo cuando se habla de bares inclusivos que, sólo tenían la inclusión en las palabras y que el contrincante intelectual utilizó una anécdota ficticia para poner en evidencia que la inclusión sólo parecía ser una pose y no generar cambios sociales necesarios para hacer una sociedad inclusiva.

Defiendo estas posiciones y, por ello, creo que acusar a quien te hace la pregunta incomoda, basándose específicamente en la argumentación fallida diciendo que es una chicana, es un error garrafal. Hay que defender todo intento de crear mejores razonamientos.

La chicana es una artimaña, es una forma repelente de impedir el debate, eso es seguro. Pero es menester diferencias de esas ocasiones, cuando somos limitados argumentativamente y, eso puede ser aprovechado, inteligentemente a nivel de las ideas, para contradecirme. Las chicanas son malas y perjudícales. Su objetivo es desestabilizar al contrincante emocionalmente como único argumento, lo que impide construir conocimiento, generar debates productivos y, por supuesto, oblitera el crecimiento de pensamiento crítico, tan necesario en la actualidad.

Básicamente la chicana se aleja del pensamiento crítico y la ausencia de este nos impide crecer como personas y como sociedad. Reinstalar el debate social como una forma de crear mejores argumentos es hacer un compromiso real con el futuro. Una sociedad, una pareja, una institución que se autoriza a un debate de idees, de pensamientos, de objetivos, de intenciones ya hace un enorme avance para conseguir ser saludable. Volver a debatir ideas, desterrar las chicanas y crear consensos. Tan simple y tan poderoso para hacer que las utopías sean la realidad que ansiamos.

jueves, septiembre 19, 2024

Amamos como podemos

 

La primavera se acerca aquí en el sur. Dado ello y como se la suele asociar con la noción de
amor, pensé en eso, en el despertarnos al amor y a todo lo que asociamos con ello. Pues, eso me hizo pensar en que amamos como podemos, ni siguiera como soñamos o aprendimos. Porque soñamos amar como el verbo, que alguna vez leímos, nos dice: pleno de virtudes y casi sin defectos. Pero, muchas veces, o sea, generalmente, sólo lo hacemos como nuestra humanidad lo consigue. En el medio acertamos y nos equivocamos con esa obvia realidad de nuestra esencia. Lo que es, lo digamos, algo normal y saludable. Equivocarse nunca debería ser un problema, si somos capaces de comprender el error, no hacerlo con intención de daño y procurar repararlo cuando tomamos conciencia.


Es decir, amamos en nuestra mente, evocando poesías, escritos, melodías y sueños. Pero amamos en la vida hilvanando gestos, silencios, palabras, miedos, confianzas, entrega, disponibilidad, ambiciones, capacidades, emociones, límites y todo lo demás que, finalmente nos configura y que surge de lo que aprendimos, no siempre de la mejor manera.

Amamos como somos y lo intentamos decir, aunque no siempre, porque muchas veces somos analfabetos emocionales (lo bueno es que se puede aprender). Por eso, vamos expresando los sentimientos con los recursos que tenemos y con los que manejamos o, también con aquellos que creemos que dan la talla. A veces, -maravillosa coincidencia- nos escuchan con esas mismas intenciones. Así, en ocasiones, lo que expresamos lo traducen casi a la perfección. Allí, escuchar lo que procuramos decir y, mágicamente, nos responden con la certeza de entender. Otras, quizás no conseguimos eso, porque, al fin y al cabo, en las emociones, sólo somos habitantes de una torre de babel donde subimos y bajamos procurando deshacer laberintos. De un modo u otro, vamos por la vida con esos intentos. ¡Loado sea este peregrinar!

Amamos y nos aman (¡Ojalá!). A veces, eso dura esa pequeña eternidad que llamamos vida. Otras, simplemente nos equivocamos y pernoctamos en pequeñas atajos de los caminos principales. Pero siempre, valga la intención y el intento, porque la humanidad toda lo necesita.

Amamos con lo que tenemos y, sobre todo, con lo que somos capaces de hacer con eso. Que nunca es toda nuestra capacidad, porque la vida es compleja y el encuentro es alquimia. Amamos con equivocaciones, con desatinos, con la amplitud que alcanzamos para ver más allá de nuestras narices y pensar lo que puede venir pero también con esas cegueras y fragilidades inscriptas en lo cotidiano.

Amamos, vaya que sí. No habría humanidad sin ello. Lo hacemos acertando y equivocándonos. Amamos renunciando al amor, en ocasiones; amamos procurándolo de forma adictiva. Amamos encontrándolo por una supuesta jugada del azar. Pero sea como sea, importa que estemos avanzando y al hacerlo estamos dispuestos a ello. Amamos siempre consintiendo, sino no es amor, lo subrayo.


Amamos, porque estamos hechos de todo lo necesario para que esa empresa funcione, aunque fracase tantas veces, en tantas personas. Tenemos cuerpo que nos habla de encuentros, tenemos emociones que nos hablan de necesidades y sensibilidad, tenemos una soledad imposible que procura desde toda la eternidad y por siempre a otro constantemente, aunque podamos optar también por la soledad, satisfactoriamente.

Amamos porque somos humanos. Amamos aunque, a veces, nos duela; aunque nos fragilice, aunque no tenga el eco que buscamos. Lo hacemos porque sabemos que, en definitiva, es nuestro sino. 

viernes, septiembre 13, 2024

Maestro

 El pasado miércoles 11 se celebra en Argentina el día del maestro, que por economía de fechas
o confusiones varias se unificó en ciertos lados como día del profesor. Felicidades para todo el mundo que está en docencia se puede decir. Pero todos los sabemos hay matices. Es simple, un adulto tipo en la Argentina que curso tres niveles de estudio puede haber tenido a casi 100 docentes en su formación. Sin embargo, recuerda como pertinente y permanente a lo sumo 3, exagerando 5, a quienes le da un valor de maestro. Al resto, hasta puede recordarlo si da la ocasión, pero no siente que ha atravesado su vida, salvo por anécdotas divertidas o sádicas. Es más hasta en reuniones de egresados siempre hay algunos con una memoria de elefante que recuerdan a todos los docentes, pero son varios que ante la evocación de un nombre ni lo recuerdan como existente. Tal vez hasta hayan sido prolijos en su enseñanza, pero nada más. Aunque ser prolijo no es poco, valga señalarlo.


Lo cierto que maestro es una palabra maravillosa en sus implicancias, concreta en sus funciones y simplificada en sus usos. Casi como la palabra amigo. Cuando pensamos seriamente en maestro se nos viene a la cabeza personas que impactaron positivamente en nuestra vida y que, sin obligarnos a nada, nos mostraron un camino que hoy consideramos positivo, necesario. De tal manera que nos generó o apoyó una elección de vida que repercutió positivamente en nosotros. No pensamos en primer lugar en los que nos enseñó, aunque eso es clave porque es su función. Pero lo que resalta es el estímulo eficaz, la indicación certera, la convicción absorbida y, sin dudas, el demarcar un sendero o impedir que vayamos por uno negativo. No por nada cuando evocamos imágenes de maestro siempre son personas simples pero que generaron en nosotros un “Carpem diem”. No por nada, cualquier adulto recuerda una película que muestre como un docente llega a una clase “especial”, sea por rebelde, por conservador, por algo negativo y genera un cambio copernicano y transforma esa clase en una verdadera superación personal de los que participan. Es decir, la redención de las personas por vía de la educación, que siempre se asocia con tres elementos claves: la apertura al conocimiento actualizado, el desarrollo de habilidades para la vida (concepto de la Organización Mundial de la salud) y el estímulo de valores universales asociados a los Derechos Humanos.

Básicamente estoy seguro – hay una enorme dosis de esperanza que sea así en mi afirmación-
que ningún ser humano pasa la vida sin reconocer como maestro a alguna persona, porque le permitió encontrar su propia voz, desarrollar su sensibilidad más interna e intuir, por lo menos, el camino que permitiría la mayor autorización. Pero, como los verdaderos amigos y no los que impulsó Facebook: siempre son un par, nunca más que los dedos de una mano.

Pues bien, estemos orgullos de un sistema educativo que con personas variopintas nos brindaron la educación que se podía, con los recursos que había y con la profundidad que cada uno lograba crear. Pero, en estos días, celebremos y honremos la memoria de esas personas que fueron maestros en nuestra vida. En esas personas esta la verdadera posibilidad de crear un mundo mejor si tratamos de hacer eso simple: dejar que el otro camine a su ritmo hasta sus propias estrellas.

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