compromiso, porque siempre conllevan a personas que se vinculan de algún modo. Pero, todas, aún aquellas que se terminan cuando se acaba el sexo pasajero. No solamente esas que se planifican con la utopía de la eternidad, sino –insisto- todas. Porque las dos tienen en común que son dos personas procurando algo de alguien. Por supuesto, podrán poner mucho foco en la otra persona o casi nada; pueden ser muy entregadas o egoístas o indiferentes, pero siempre habrá algo que se da y otra cosa que se recibe, sea material, simbólico, sentimental, imaginado, etc. En definitiva, lo que señalo es que en toda relación la palabra compromiso está presente. Obviamente no del mismo modo en todas las relaciones. Compromiso es una palabra que percibo que, actualmente, puede generar, algún resquemor o hasta cierta “alergia”, pero no deja de ser realidad. Hay una relación, es inevitable que exista un compromiso. Valga una aclaración: me refiero a compromiso como una suerte de potencial obligación que tenemos cuando hay otro, aunque no siempre se respete y se ejecute. Valga una aclaración complementaria: el compromiso puede ser con el otro (algo debemos hacer) o con uno mismo (alguien debemos ser). Lo que quiero decir que todo intercambio se pretende, sintéticamente, recíproco. No por lo que se da sea lo mismo, sino porque se da y se recibe, aunque no lo creamos.
Lo ideal es
que ese intercambio siempre esté funcionando a partir de una necesidad de
equidad es decir que las necesidades que uno tenga sean razonablemente
provistas y consideradas si es posible, pero nunca jamás despreciadas o
ignoradas. Pero lo sabemos, no es ni de cerca una regla aceptada y cumplida.
La noción
de compromiso puede llegar a comprenderse como exclusiva de los vínculos más
sólidos, estables, con pretensión de ser permanentes, pero, también existe en
ese intercambio casual o único. Porque el compromiso se establece desde que yo
reconozco al otro como persona, pero también, previamente, cuando yo me
reconozco como persona. Una aclaración fundamental, una persona es,
simplificando, alguien que cumple un rol, tiene funciones, posee intenciones y
sentimientos y acumula vivencias. Es decir, tiene una historia, expectativas y
deseos. Esto significa que cuando reconocemos al otro alguna condición o
entidad estamos definiendo lo que queremos poner en el medio, lo que queremos
ofrecer y, curiosamente, lo que esperamos, básicamente lo que consentimos. Tal
vez por eso, saber nuestras expectativas y pensarlas realistas son una carta
ganadora. Recordemos, siempre tenemos expectativas, no siempre dichas o
reconocidas. La otra persona y uno mismo las tenemos, aunque no siempre se
digan, se piensan, reconozcan o se acepten.
Pero, me preguntarás ¿qué pasa en las relaciones casuales? Pues entra en juego lo que llamo la persona del espejo: uno mismo. ¿qué queremos, qué sentimos, cómo nos reconocemos, cómo nos asumimos, qué buscamos, cómo comunicamos, cómo deseamos, cómo sentimos placer, qué nos da paz? ¿Eso es importante saberlo para una noche loca de placer o para un intercambio administrativo? (pensando en un abanico de situaciones completamente circunstanciales). Pues cada uno puede responder como quiera. Pero, una larga lista de autores sostiene la idea que cuando más fieles somos a nosotros mismos mayores posibilidades hay de ser feliz.
Personalmente
creo que conocerse y quererse y, como consecuencia, expresarse y actuar en función
de ello, estoy seguro, nos ofrece más posibilidades de llegar a la felicidad.