Daniel Cassany dice que hay tres niveles de escritura y de lectura de un texto: el de las líneas, el de las entre líneas y aquel del detrás de las líneas. Según esto se puede decir que lo primero es leer el significado literal, lo segundo los dobles sentidos del autor y lo tercero es definir la ideología que mueve esa pluma. Dejando claro en primer lugar, que es una metáfora lo que utiliza y, en segundo lugar, que es factible que los niveles se entremezclen, el mencionado autor insiste en la necesidad de leer los textos en estos tres niveles. En función de ello podríamos decir que existen 6 niveles en un texto –tres del autor y tres del lector, y estos, a su vez, se multiplican por un número finito de lectores posibles-.
Pero es menester comprender que no necesariamente están presentes los seis niveles al mismo tiempo ni tampoco que existe una correlación estricta entre los mismos. Es decir, yo puedo escribir en las líneas y nada más y el otro leer entre líneas y del detrás de líneas. Podrán decir que siempre están los tres niveles. Sin embargo, aparte de haberlas tiene que existir una cierta intencionalidad. Esto es muy evidente en el segundo nivel. Ver un doble sentido no implica que yo, cuando lo escriba lo haya hecho adrede, es más es posible que yo pueda no reconocer la ironía evidente para el otro en mi texto. Sí, hay escritores ingenuos y otros que no son tan leídos como para poner referencias que ignora a textos que los lectores han leído.
¿Qué implica esto? O, mejor preguntado ¿A qué viene este cuento? Creo que muchas veces interpretamos libremente los niveles del texto. Lo hacemos de la manera más ingenua o más perversa, atribuyéndole al autor conceptos y sentidos que nunca puso. Porque es importante recordar que al leer estamos interpretando y poniendo en juego nuestra parte. Aún coincidiendo con el autor, somos nosotros quienes interpretamos. De cierto modo, podemos decir, que al leer un texto, podemos estar re-escribiéndolo, metafóricamente.
Asumamos que al hacerlo podemos hacerlo bien o, tal vez, hacerlo mal. Hacerlo mal no por culpa del autor del texto, sino por nosotros mismos. No somos inocentes en la lectura, ni simplemente un traductor on-line de la intención del autor. Ponemos para hacerlo nuestro conocimiento, nuestra experiencia como lector, pero también nuestro sesgo, nuestra limitación y nuestras propias intencionalidades –léase miedos, angustias, preocupaciones, ansiedades y lo positivos, sueños, expectativas, deseos y alivios-. O, para sintetizar más nuestra propia ideología.
Existe debate sobre las ideas precisamente porque leemos de este modo. Sino todo sería sencillo. Es más hasta que varios coincidan en leer algo de cierto modo no garantiza que así sea. Hasta aquí todo bien, es algo que es lo habitual. El problema es que no seamos sinceros con una cosa. Al leer, reescribimos, pero al hacer esto último: ¿somos conscientes que estamos siendo o ingenuos o verdugos con ese escritor al endilgarle nuestras propias limitaciones?
Cassany acierta cuando dice que “todos tenemos que leer y comprender para ejercer nuestros derechos y deberes”. Agrego que tenemos, también, que comprender que al leer nos convertimos en potenciales jueces, traductores y reproductores de los que escriben. Creernos en la posición superior de ser los verdaderos exegetas de lo que está oculto en lo que el otro dice en las páginas es un riesgo, una amenaza y, a veces, un delirio. Pensar así, quizás, nos haga más responsables con la interpretación. Esto quizás, nos permita más el encuentro con el otro y, por lo tanto, la producción de más humanidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario