domingo, noviembre 24, 2024

Contra la violencia


El 25 de noviembre, se lo conoce en el mundo, aunque se pueda votar en contra de esta idea en algún organismo, como el Día Internacional para Eliminar la Violencia contra la Mujer. Se eligió el 25 de noviembre para conmemorar el violento asesinato de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, quienes era tres activistas políticas asesinadas en 1960 por  el dictador Rafael Trujillo en la República Dominicana. Asesinadas por odio y con crueldad ya que sus cadáveres aparecieron destrozados.

Luego, el 20 de diciembre de 1993, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer (que este año, todos los páises, salvo el nuestro, ratificaron). El 17 de diciembre de 1999, se declaró el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Invitando a los gobiernos, las organizaciones internacionales y las organizaciones no gubernamentales a que organicen en ese día actividades dirigidas a sensibilizar a la opinión pública respecto al problema de la violencia contra la mujer.

A muchos nos parecía, cuando éramos chicos, ciencias ficción pensar en lo que pasaría en el año 2024. Autos voladores, viajes espaciales y tantas otras cosas las imaginábamos como habituales. Sin embargo, aunque avancemos claramente en la tecnología, sigue siendo increíble que no podamos avanzar y que aun tenga sentido que debamos recurrir a un día para recordar lo obvio: el respeto de los Derechos Humanos, la necesidad de tener una sociedad sin violencia. Dentro de ello, es aún más doloroso, cuando comprendemos que l

a violencia contra las mujeres y las niñas sigue siendo una de las violaciones de los derechos humanos más extendidas y generalizadas del mundo. Se calcula que, a nivel global, casi una de cada tres mujeres han sido víctimas de violencia física y/o sexual al menos una vez en su vida. Si tomamos datos recientes – el año 2023- se sabe que alrededor de 51.100 mujeres y niñas de todo el mundo murieron a manos de sus parejas u otros miembros de su familia. Es decir, se asesinó a una mujer cada 10 minutos en el mundo. Por eso las Naciones Unidas, particularmente desde ONUMUJERES, se decidió que el slogan de este año es: "Cada 10 minutos se asesina a una mujer. #NoHayExcusa. ÚNETE para poner fin a la violencia contra las mujeres". La campaña que hace ONUMUJERES, en realidad, es de 16 días de activismo contra la violencia de género. La misma se inicia con el 25 de noviembre y termina el 10 de diciembre, día de los Derechos Humanos. Esta campaña, que se vienen realizando desde hace años, busca movilizar a todos los miembros de la sociedad a ser parte de la solución y también sirve para revitalizar los compromisos y exigir responsabilidad y medidas concretas a los responsables de la toma de decisiones. Las personas y los gobiernos son responsables de lo que hacen, como también de lo que no evitan y, sobre todo, de la desidia que puedan tener. Porque para erradicar la violencia hay que ser activos en acabar con la impunidad, en adoptar y en financiar planes de acción y en invertir en soluciones que, generalmente, proponen los movimientos por los derechos de las mujeres.

Entonces, este año #no hay excusa, nos debería interpelar a cada uno de nosotros para preguntarnos qué hacemos en cada uno de nuestros ámbitos para que esta violencia no crezca. ¿cuáles son los recursos que estimulamos para que nuestra sociedad sea más saludable? Es una respuesta personal que uno se debe dar. Luego, todo vuelve a lo que hemos mencionado muchas veces en esta columna: ¿estamos proponiendo el buen trato como una forma de estar con los demás?, ¿estamos exigiendo que haya una educación sexual integral para darles herramientas activas para que la violencia no se propague en la nueva generación? y ¿estamos procurando que en las relaciones que vemos y tenemos la violencia no encuentre jamás una excusa para situarse?

No, no pretendo un juicio contra quienes aún no responden taxativamente ¡SI! Sólo estoy proponiendo un camino para que lo hagamos. No más violencia será sin dudas uno de los indicadores más reales, significativos y concretos que estamos en la modernidad que imaginábamos cuando éramos pequeños.

miércoles, noviembre 13, 2024

A mi manera

Frank Sinatra entronizo la canción “My way” como una suerte de balance que las personas suelen hacer en cierto momento. Esa canción está basada en una francesa de 1967 «Comme d'habitude», escrita por Claude François y Jacques Revaux: Sin embargo, la letra fue modificada por Paul Anka, que es la que inmortalizó Sinatra y que en español se conoce como “A mi manera”. Gusta tanto porque es lo que pasa cuando, en algún momento de tu vida, miras para atrás lo realizado y decides revisar tus cuentas. Aunque esta canción, como la inolvidable “Je ne regrette rien”  (No lamento nada) de la maravillosa Edith Piaf, muestra la idea que no hay que lamentarse mucho. Creo que, aunque que el camino hecho vale por haberlo hecho, la gente siempre tiene –o debería tener- algún reproche que hacerse. Algo que podríamos haber mejorado. Pero, el concepto no pasa por no equivocarse, sino por el tiempo que demoramos en darnos cuenta del error y, cuando se puede, como hacemos para repararlo, de algún modo.

En estas épocas que “auditar” está siendo una línea divisoria importante, creo que cada tanto está bueno hacer una auditoría personal. Una en la que no nos mentimos, aunque tampoco, nos exigimos lo imposible (léase “no nos castigamos”). Atención, sepamos que no podemos hacer una verdadera auditoría sobre la vida, porque nuestra vida es una suma irracional de hechos objetivos que vemos subjetivamente, de vivencias muy personales y de sensibilidades que varían con el tiempo, las circunstancias y las compañías. Por eso, sólo utilizo la idea de auditoría como una metáfora para ver nuestro propio proceso de verificación del cumplimiento de nuestras ideas, de nuestros sueños, de nuestra ambición, de nuestras metas, de nuestras relaciones y, sobre todo, donde estamos parados, aquí y ahora.

Cada cual puede hacer su propio inventario de cosas a evaluar. Tal vez, sabiendo que nunca es
completo, que está influenciado de contextos y cosas que nos pasan. La vida no trata de merecimientos, lo sabemos desde el momento que nacemos. A veces nos toca en suerte que las circunstancias se alineen, de tal modo, que todo fluye, pero más allá del esfuerzo que cada uno puede ponerle, no siempre funciona. Sólo como prueba de lo que digo, no hay ningún merecimiento en que un infante muera de hambre y la realidad nos dice que pasa. Pero, no quita, hacemos el balance con la idea que tenemos de lo que es justo, posible, decidido y merecido.

A pesar que cada uno, como lo dije, se hace el inventario que quiera, vengo a sugerir algunas pistas que cada cual puede tomar o descartar con la convicción que sienta.

Porque la vida se expresa en cada uno, la primera pregunta debería ser como me he cuidado. No sólo en lo físico (aunque nunca lo olvidemos, aunque nos cuesta, tantas veces), sino, también, en lo que se llama estima, lo que nos hace falta. También en salud mental y en salud sexual. En cualquiera de ellos, debemos medir las cosas que estimulan y como nos preservarnos de lo que nos afecta. Tarea simple para describir y que, todos los sabemos, cuesta bastante.

El segundo punto parte de comprender que somos seres relacionales. Entonces, en nuestro simple balance debería estar como hemos ido construyendo las relaciones con los demás, que hemos puesto para que los vínculos sean sanos, enriquecedores, productivos en las riquezas intangibles que se generan cuando las relaciones se las piensa con respeto, honestidad y reconocimiento. Lo que sólo se puede hacer cuando el dialogo es una herramienta que se la cuida mucho, siempre. Pero claramente deberíamos siempre evaluar si a los demás, a los otros, sobre todo a los que nos importan si hemos hecho el esfuerzo sistemático, concreto, permanente de ofrecerles el mejor trato que podíamos y si, cuando no pudimos, nos dimos cuenta para procurar enmendar lo hecho y comprometernos en no repetirlo.

Lo tercero que valdría la pena saber es qué hice para que la ternura sea una constante vivida y expresada. Lo que tiene que ver con la capacidad humana de sentir y de canalizarlo. La ternura debería ser una constante que se manifiesta de diferentes maneras pero que dignifica, siempre. Además, nos permite ofrecer esa pequeña protección que genera cierta paz. Endurecerse sin perder la ternura es una expresión que sintetiza una visión del mundo y de nosotros.

Pues ya hay cuerpo para el balance y cada cual le puede agregar lo que quiere. Yo, por mi parte, sugiero poner algo de arte en el balance; arte expresado, realizado, bailado, leído, pero sobre todo disfrutado. Valga lo que cada uno pueda y en la forma que se le antoje.

También creo que el balance debe incluir las veces que nos hemos rebelado, porque rebelarse es la medida que evalúa nuestra presencia frente a la injusticia. Cada cual sabe cuánto puede hacer, pero aun en la incapacidad ejecutiva, no se puede renunciar a tener en claro que la injusticia lo es, a pesar que sea hecha por poderosos.

El resto termina siendo los detalles que cada uno quiera poner en su balance personal. Yo tengo otros que no vienen hoy a cuento. Pero, en definitiva, creo que, tal vez, todo se conjuga en esa idea de Raymond Carver, en su “Último fragmento”: ¿Y conseguiste lo que//querías en esta vida?//Lo conseguí.//¿Y qué querías?//Considerarme amado, sentirme//amado sobre la tierra.

Pues balance hoy y mañana seguir viviendo para que el próximo siempre sea mejor.

viernes, noviembre 01, 2024

Las personas


 Me gustan las personas, sin que sea una limitación o criterio, con las que hablar siempre implica caminos diversos, por la inteligencia. Esa que me cubre un poco y me incita a otros andares. La que es capar de crear una lógica que obliga a descubrir senderos y no que solo va por caminos asfaltados. Esas personas que son capaces de elaborar preguntas incómodas, o por lo menos pensarlas, sin generarte mayor incomodidad, sino que van abriendo puentes para que puedas tejer respuestas. Esas personas con las que descubres qué hay otro mundo, más allá de tus narices, aun cuando ella sea grande.

Me gustan esas personas que pueden crear metáforas donde tú todavía no las imaginaste, esas que creen que el verbo aún tiene mucho para esculpir, no sólo lo que ya está descubierto y, por eso, van por la vida utilizando palabras que no conoces con la pulcritud del orfebre y te hacen parte. Me gustan las personas que tienen mundo detrás, por más que no hayan viajado. Y a eso te lo cuentan como un modo te ayudarte a descubrir un universo y te escuchan sabiendo que los mejores universos siempre se crean con otro.

Me gustan esas personas que te pueden contar algún misterio o compartir una música y al hacerlo, te abrazan un poquito y te dan un poquito más de humanidad. Me gustan esas personas que son inteligentes, no por decirlo, sino simplemente por haber vivido y que saben el valor de reír conjuntamente y de acompañar lágrimas de otros, sin sentir que hay competencia de drama, ni debilidad que avergüence. Me gustan esas personas que van por la vida dispuestas a acompañarte un trecho porque el camino lo vale siempre.


Pero, sobre todo, y si no hay tanta inteligencia, priorizo que me gustan esas personas que no miden tamaños, ni formas, ni colores, porque saben que el respeto tiene que ver con mirar de frente, que la vergüenza es parte de nuestro ser, tanto como el pudor, y por ello, no utilizan el juicio como sentencia, ni la razón como privilegio y que procuran que el poder, inevitablemente humano, jamás sea manipulación o imposición. Me gustan las personas que son seres humanos del modo que siempre imaginamos a la humanidad con la fuerza para soportar cosas y la ternura para acompañarlas y que se enorgullecen que seas otro y, al mismo tiempo, que seas tú.

Ahora bien, por qué también soy quién soy, debo agregar, sin desmedro de lo dicho y
sosteniendo cada palabra, que cuando pienso eróticamente debo decir que me gustan esas personas que tienen todo eso y, dentro de ellas, sólo las mujeres, que tienen el clítoris. Si, lo digo, porque el clítoris me parece una pieza anatómicamente perfecta, que genera una sensación de esplendor artesanal. Seguramente fue hecha por ese Dios deseable, aquel que imaginó que su creación solo podía hacerse en los caminos del placer, para que así, sean verdad sus sueños de evolución. Hay en esa belleza anatómica y fisiológica, la potencialidad de una conjunción excelsa de todas las posibilidades que se pueden generar cuando la disposición para el encuentro es capaz de crear de la nada un todo. Eso lo creo, firmemente, porque sé que en el encuentro -y la intimidad- se pueden manifestar, con más convicción y certeza, la paradójica sensación de la eternidad efímera, donde el infinito parece un punto y el punto es el universo. Por eso me gusta imaginar que si una mujer, con clítoris, está dispuesta, hay quizás un camino cierto al placer y por más que se comience en cualquier lado, hay una inevitable lógica de pasar por allí en algún instante. Tal vez porque en esas mujeres veo una serenidad que preciso, de una sensualidad que invoca lo mejor que puede haber. Porque al hacerlo, puedo imaginar la sagrada desnudez compartida y con ello, particularmente una espalda de una mujer, donde si quieres, puedes confirmar que el beso es un arte, pero también un aprendizaje. Creo que cuando esa mujer te mira con la intención de mirarte ella y, por eso, media su decisión la caricia le da sentido al braille. Porque los senos no son un desafío sino una suerte de rayuela para tocar el cielo.

Me gusta la mujer. No por ninguna lógica, sino porque ello me autoriza el juego de buscarse,
reencontrarse, de sentirse y, tal vez, porque el tango le dio otra forma a la cercanía. Me gusta la mujer, esa mujer, porque hizo que pueda descubrir el otro lenguaje de las caricias el que comienza casi por casualidad y se transforma en un incunable.

Dado a elegir el origen del mundo, lo elijo como Courbet sabiendo que, después, de eso solo hay universos a crear.

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