El 19 de abril se conmemora la revuelta del Ghetto de Varsovia. Escuchaba en un acto sobre esta fecha, tan esencial para la
humanidad, que el comienzo de todo el proceso que condujo la barbarie humana a una
ostentación única, degradante y cruel fue el llevar al máximo la negación de una de las dificultades
inherente al hecho humano: la inevitabilidad de la alteridad. Una alteridad que nos impone la necesidad de saber que el otro existe y por eso soy y, evidentemente, que yo soy
el otro para él.
El derecho a ser otro dado por la inevitabilidad de ser otro. El
elogio de la diversidad, la mágica esencia de la humanidad. Lo que nos permite
ver el universo de diferentes maneras y así poder superar los obstáculos que
surgen inexorablemente en la vida. Sumar perspectivas y construir, aunar
esfuerzos y avanzar. Alimentar los debates y permitir el crecimiento de las
razones. Ver más allá de nuestras narices y enriquecerse con las perspectivas.
Eso es lo que ha hecho que la humanidad crezca, en definitiva el encuentro con el otro, como hecho complejo, fundante y esencial.
No existe, por ello, nada más estúpido, incoherente y deshumanizante
que negar el derecho a ser otro. La humanidad existe porque el otro existe. Si
a eso, le sumamos la incomprensión, la barbarie en su sentido más amplio, la
puerta a la violencia –tan inevitablemente humana- se abre de par en par y el
ser humano se empeña en su propia destrucción: porque devastar, aniquilar,
exterminar al otro es, sin falsa retórica, destruirse a sí mismo.
Nuestro compromiso con el NO-OLVIDO es fundamental para reforzar
nuestra convicción que no podemos ceder ni un ápice en la defensa del derecho
de ser otro. No es únicamente la diversidad como algo pictórico, es la única
posibilidad que la humanidad reencuentre sus bienes más preciados: la alteridad
como esencia, el encuentro como condición y, por lo tanto, la necesidad de la
comunicación como antídoto eficaz para que la violencia sea excluida de
nuestras opciones de una manera contundente.
Ni uno más. Nunca más.