Pero ese mismo esfuerzo “ciclópeo” que realizamos para ver esas injusticias en el macro mundo no se refleja, muchas veces, en el día a día, donde somos mas comprensivos con las injusticias, menos rígidos en la defensa de los principios de equidad y bastante tolerantes con esas sinrazones que gobiernan los actos en la interrelación con los demás. Es como que en lo “micro” la aceptación de las cosas se puede permitir licencias, porque uno “comprende”, “entiende”, ‘explica”, “admite” de forma irregular. Así, no consideramos injustos los tratos que podamos ver basados en quien lo realiza tiene o no un problema, es más cercano a nosotros, o simplemente, estamos cansados para enfrascarnos en una discusión.
Para evitarnos la incoherencia utilizamos argumentaciones de las más variadas y diversas que por lo general, para disculpar nuestra conciencia o apaciguar nuestras mentes racionales, nos hacen creer que estamos tras una lucha mejor y superior. Así nos enfrascamos en discusiones tan generales como poco comprometidas con la realidad que vivimos, pero que nos permite disfrazarnos con mucha soltura de paladines de causas perdidas.
En definitiva es evidente que siempre es más fácil ser justos con lo que no nos pide el esfuerzo de poner nuestra piel, nuestro espíritu, nuestra tranquilidad en juego. Causas justas que no se ven, son más fáciles de luchar, sin dudas, pero así pagamos el precio que lo que podemos cambiar lo ignoramos. La humanidad sigue pagando el precio de nuestra “solidaridad permanente y justa contra los lejanos" y nuestra “indiferencia sesgada, excusada y disimulada con los cercanos".