En una película mala, remake de una buena, una de las protagonistas –encarnada
por una actriz de una intensidad actoral impresionante- se responde a la
pregunta porque los seres humanos nos casamos diciendo que los hacemos “porque
necesitamos un testigo de nuestras vidas”[1].
Un testigo aunque, en algunos casos sea más una coartada, en otros alguien que
nos salve y siempre, alguien que nos permita la dicha del encuentro.
El matrimonio sigue siendo el reconocimiento público de un encuentro
entre dos personas con historias particulares que, seguramente incluyen sus
silencios, sus no dichos, sus reservas que pretenden ser testigos uno del otro
de una vida o de una parte enfrentando con lo que tienen o pueden las
inevitables componentes del encuentro humano –alegría y tristezas como síntesis-
y navegando en las crisis que aparecerán. Esto, siempre con las limitaciones
propias que todos y todas podemos tener y que, tantas veces ni hablamos de cara
a este momento.
Pensemos en la fórmula que se usa -que aún resiste-, en ocasiones, es
la que dice “lo que Dios ha unido no separe el hombre”. Lo cierto que esta
fórmula arcaica es válida mientras es válida. O en palabras de Vinicius de
Morais:
Eu possa me dizer do amor (que
tive):
Que não seja imortal, posto que é chama
Mas que seja infinito enquanto dure.[2]
Por ello y por más, ¡Felicidades para los que deciden casarse hoy!
[1] Me
refiero a la película Shall we dance? (¿Bailamos?) -2004- del directosr Peter
Chelsom con Richard Gere, Jennifer Lopez y Susan Sarandon –la actriz que
menciono. La película original es de Masayuki Suo de 1997, bajo el mismo
título.
[2] Soneto de Fidelidade. Vinicius de
Moraes, "Antologia Poética", Editora do Autor, Rio de Janeiro, 1960,
pág. 96.