Al final toda la cuestión es responder la siguiente
pregunta: ¿Puede la mujer decidir sobre el embarazo que tuvo? A partir de allí
se estructura (o debería) el resto de las planificaciones, intervenciones,
cuestiones reales y pragmáticas que surgen de ello.
O sea debemos responder a esa pregunta antes que nada. No se
puede contestar con el famoso “depende” o “hay que ver los casos”. Es una
respuesta taxativa. O es “si” o es “no”. Obviamente podemos pensar en
potenciales y subjuntivos para poder atemperar nuestro ánimo y acallar las
conciencias. Hasta para evitar discusiones que nos resultan inconvenientes. Pero
luego está lo que importa: saber si la mujer puede disponer de su embarazo
porque es su cuerpo el que está en juego.
Si, hay algo anterior que debería ser obvio. No lo
niego; pero no nos aporta a esta discusión. Me refiero a la pregunta: ¿es el
aborto una experiencia que la mujer debería pasar? Aquí aparece contundente el
“no”. Pero eso es como preguntar ¿deberían los seres humanos morir de hambre?
Esto habla de una situación hipotética y lejos de la realidad. Aunque no
olvidemos un tema central y bien pragmático. Frente a esta pregunta solo caben
acciones concretas. O sea: que hacemos o evitamos hacer para que eso no pase. O
sea respondamos a la pregunta “¿qué hacemos para evitar
que esa situación exista? Dado que la represión sexual y física no sólo no lo
consigue sino que además genera otros problemas que afectan a todos y todas,
vamos por lo que ofrece herramientas muchos más eficaces. De allí que tres
cuestiones aparecen como concretas: 1] Hacer educación sexual (lo que incluye
entre sus contenidos, habilidades y valores la prevención de todo embarazo no
deseado); 2] Consulta de salud reproductiva efectiva, eficaz y activa y 3]
Consultas de salud sexual: la separación entre la salud sexual y reproductiva
es imperiosa en la actualidad.
Por ello, volvamos a este mundo, un mundo donde las mujeres
abortan como pueden y por las razones que las afectan. Allí debemos
preguntarnos si la mujer puede decidir o no sobre ese embarazo que tuvo por la
razón y en el contexto que pasó. Si la respuesta es “no” quiere decir que los
demás, a través de normas, leyes, recursos, contradicciones, esquemas,
discursos y demás establecemos el “cómo”, el “porqué”, el “cuándo”, el “con
quien” para lo que se puede decidir. Aún en los casos de aborto. Si la
respuesta es “no”, allí nos debemos convertir, frente a la decisión de la mujer, en otro tipo de “actor”. Aquel que acompaña, facilita o deja que otros, que si
pueden, lo hagan.
Si la respuesta es “si”. Entonces la pregunta a hacernos es
otra. ¿Cuál será nuestra función frente a esta realidad que algunas mujeres
viven? Dependerá de nuestra función social, de las circunstancias y de nuestra
disponibilidad. Sigue siendo la libertad la que nos gobierna o la convicción
que nos orienta.
Dejar que la mujer decida sobre lo que pasa en su cuerpo es,
curiosamente, uno de los desafíos de la libertad que aún debemos encarar
decididamente y, al mismo tiempo, comprender que nuestro rol, como sociedad
(particularmente los hombres) no está en formas de acotar lo que ella puede
decidir, sino empeñarnos en crear mejores condiciones para que la humanidad
puede superarse. La libertad será siempre más libre mientras seamos capaces de
ofrecer caminos, acompañar decisiones, potenciar la autonomía, desarrollar el
conocimiento, agilizar las decisiones, promover los valores individuales positivos,
aprendiendo de la diversidad, erradicando la violencia en todas sus formas,
generando las mejores condiciones para que el otro siempre pueda ser quien
desea ser.
Es curioso pero no puedo dejar de caer en lo mismo: la
educación sexual integral no como una opción, sino como un imperativo de nuestro
tiempo, de estos ideales, de toda “libertad”.
15/1/19
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