La educación sexual integral es la deuda de los gobiernos,
del sistema educativo y de la comunidad educativa. No hay otra forma de
decirlo. Hoy el debate sobre ella que sacudió el 2018 parece acallado. Pero nada cambia: mientras el debate
pasó o ahora es reemplazado por un supuesto silencio, la educación sexual se sigue dando
a niños, niñas y adolescentes (también a adultos). Eso es algo inevitable. No
hay marcha “con mi hijo no te metas”, ni declaraciones rimbombantes contra la
estúpidamente llamada “ideología de género” que impida que la educación sexual se
realice. Lo único que se demora, por estos “actings”
de parte de algunos que tienen intereses poco claros y de los silencios o
declaraciones cómplices del poder político de turno (que espera mediciones para
que este año electoral no les juegue en contra), es el asumir la responsabilidad
como adultos de ponernos a la cabeza de un proyecto urgente, necesario,
fundamental y visionario como es la educación sexual integral.
La educación sexual integral no es otra cosa que la suma de
tres elementos que se imbrican, se articulan y contribuyen al bienestar de las
personas. Ellos son: 1] El conocimiento que la ciencia que hoy permite presentar
como certezas. Conocimientos que nacen de un saber de la biología, de la
psicología, de la sociología, de la pedagogía, de la medicina, de la
tecnología, de la neurociencia y un largo etc. Un saber que siempre está en
movimiento, aunque algunas cosas ya están sólidamente confirmadas; 2] El
desarrollo de las habilidades: la sexualidad en su sentido más amplia es
actividad. No solo de carácter sexual (el acto sexual en sus variadas
presentaciones), sino el continuum vital del ser humano. La interrelación con
los demás como una forma de encuentro permanente, que se asienta sobre
habilidades de autoconocimiento, de autoestima, comunicacionales, sociales, eso
que se llama, en definitiva “Habilidades para la vida” (OMS dixit) y 3] El
desarrollo de los valores: esos valores que las personas son capaces de
recibir, comprender, aceptar, vivir y sumar al conjunto social. Valores que por
lógica deben incluir el respeto a la diversidad –como norma esencial de la
humanidad defendida por toda religión razonable-, la exclusión de la violencia –en
cualquiera de sus formas- como un freno al desarrollo humano, la búsqueda de la
felicidad como intento real (que nunca implica el sufrimiento adrede y evitable
de otros).
La educación sexual integral se hace, nuestra deuda es no
hacernos responsable seriamente de ella. La historia nos juzgará es la fórmula
épica que podemos apelar para decirlo. Pero hay otra que tiene más fuerza:
nuestros hijos serán los adultos donde veremos lo que no hicimos y allí nos
preguntaremos con dolor ¿Por qué no lo hicimos? ¿Por qué fuimos tan egoístas,
negligentes y cobardes? Revertamos la historia. Aún estamos a tiempo.
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