El 8 de marzo de 1857 ciento treinta mujeres fueron muertas en un incendio en la fábrica donde trabajaban (es una forma de decir, puesto que las condiciones eran bastante deplorables y podríamos hablar de esclavitud sin enrojecernos). Ciento dieciocho años después, en 1975, se tomó ese día como un punto de reflexión sobre la condición de la mujer.
Pero pensemos que el hecho que siga habiendo “día internacional de la mujer”, no es orgullo sino, decepción. Ya que las tragedias, la injusticia, la dominación que dieron motivo a ese día continúan presentes. Días como el “8 de marzo” son modos de recordar que sigue existiendo un grupo de mujeres que sucumben a diario a manos de hombres. Son días para insistir con el hecho que la injusticia está presente y por más que afecta a tantos, dentro del “tantos” aún la mayoría son mujeres. Son días para decir, claramente, que la dignidad de muchos seres humanos se profana a diario por la cantidad de necesidades insatisfechas que tiene gran parte de la humanidad, particularmente, las mujeres. Son días para levantar la voz contra cualquier abuso de poder que permite la esclavización, el ultraje, la denigración, la falta de posibilidades, el mantenimiento de los estereotipos, los límites que se imponen para la dignidad.
El ocho de marzo es el recuerdo de una lucha que aspiró a algo mejor y que recibió como pago la muerte cruel. Por ello recordemos que nuestra lucha no es por otra ideología que la que permite que nuestros cercanos -geográficamente hablando- reciban la dignidad que surge con la vida misma, que tengan la posibilidad de aspirar a ser felices independiente de su cuna, a ser respetados por el simple hecho de estar presentes. Es una lucha contra todo lo que afecta esa posibilidad: la represión de cualquier tipo, la violencia en cualquiera de sus formas y la corrupción como materia prima de la inequidad y la injusticia.
Celebremos los logros que se van consiguiendo con el objetivo de llegar a la equidad como norma real, a la diversidad como ambición maravillosa y a la justicia como constante de la humanidad. Si, celebremos esos pasos, pero sin olvidar que lo que recordamos en estas ocasiones no son las virtudes innegables de tantas mujeres sino la tragedia humana que permite que el hombre siga menospreciando, abusando y dominando al otro, a la otra.