La tentación forma parte de la vida misma. Ella nos acompaña desde que tomamos conciencia del mundo que nos rodea. Toda educación está basada en su existencia. Como un límite que divide a las cosas, a los gestos, a las normas, en definitiva, a las personas. De un lado, parece ser, lo prohibido y de otro lado lo necesario, lo justo, lo correcto; curiosamente de ambos lados, lo deseable, aunque sea con sentidos diferentes. Efectivamente porque lo cierto es que la tentación es lo que nos instiga o estimula al deseo. El deseo será muchas cosas pero también es una fuerza motora que nos permite construir, crear, avanzar, acercarnos, amar, producir.
Después vino el pecado. La historia de la tentación original se pegó
tanto en nuestra cultura que esa noción surgió como un elemento clave, casi
asociado inevitablemente a la noción de tentación. Para bien y para mal. Así
uno se tienta por lo prohibido, por lo que está mal, por lo que causa el mal
(el humor popular dirá que lo que el ser humano quiere es malo para la salud,
engorda o está prohibido).
Pero nos remítanos a esa idea inicial. La tentación como el estímulo
que nos hace progresar. Como esa instigación a lo que nos permite avanzar,
crear, amar, soñar, trabajar. La tentación del bien, podríamos decir. Nos dejemos embargar por esa posibilidad,
sensación, necesidad. La de ser tentados por aquello que nos permite ser
mejores.
Si la tentación se asocia al placer, nos dejemos tentar por la
tentación del compartir –tiempo, espacio, palabras, piel y sensaciones-; si, por
su parte, la tentación se asocia al amar caigamos en la importancia del decirlo
–con gestos, actitudes, cercanías, intimidad, sacrificio (y si, en algunos
casos es inevitable), por ejemplo; si la tentación se asocia con el sexo
dejemos que fluyan las formas de excitarnos, de sentir pasión, de descubrir
piel y secretos, de imaginarnos escenarios y de poner en palabras fantasías y
en hechos algunas de ellas; si la tentación se asocia al arte, nos permitamos
liberar esa cuota que tenemos, aún imperfecta, para expresar en alguna
modalidad artística nuestra sensibilidad.
Aceptemos todas las tentaciones que nos podamos permitir (nuestra
salud siempre priorizada). Lo hagamos con personas diferentes (hay trampa en
este enunciado, aviso). Personas diferentes no quiere decir compartir el todo
con todos y todas. Cada uno sabrá eso a su modo. Pero lo cierto que el ser
humano es social, está asociado con muchas personas y con cada una de ellas
puede encontrar formas concretas y diversas de conectar, de estar en relación,
de disfrutar. No nos privemos ni privemos a los demás de poder caer en la
tentación de compartir un paso de baile, una comida, un chiste, una película,
una creación amparándonos en la estúpida idea de los celos previos a la
relación, de la limitación por lo que dicen.
Aceptemos la tentación según nuestro bienestar. Todo en dosis
diferentes. Porque el ser humano esta, necesariamente condicionado por sus
capacidades, no disponemos el todo de nosotros todo el tiempo, aunque podamos
siempre poner el todo que disponemos en cada momento.