Me resulta completamente inaceptable la posibilidad que alguien, cualquiera sea, pueda disponer de otra persona por el sólo hecho de tener poder. Es, definitivamente inadmisible para mí, la idea de un desaparecido, en cualquiera de sus versiones. Por esto creo que siempre debemos levantar las voces y proclamar sin discusión de ningún tipo la necesidad de hacer frente a la amenaza de cualquier poder que puede impulsar la posibilidad de hacer desaparecer a otra persona, por cualquier método, razón o negligencia.
Creo que la esencia de la humanidad radica en esa lucha, sin cuartel y sin armas, para defender el derecho inalienable del ser humano en buscar la libertad y eso, lo entiendo como la lucha contra cualquier tipo de poder que pretenda hacer desaparecer a alguien, utilizando cualquier excusa, basándose en un poder recibido por cualquier medio, las armas, la religión, la creencia o las urnas.
Pienso que ya nos dimos cuenta, hace tiempo, que hacer desaparecer a alguien no es sólo matarlo, por más que esto es una de las formas más eficientes, crueles e irremediables que exista para concretarlo. Hacer desaparecer a alguien, también es quitarle la posibilidad de su identidad, de su esencia, de su palabra y destruirle o silenciarle sus opiniones de forma sistemática, contundente y efectivamente. Aceptemos de una vez que a toda violencia es fundamental verla desde quien la sufre, sin la comparación por saber quien sufre más.
Quienes ostentan el poder (en cualquier forma, lugar y circunstancia) han desarrollado siempre métodos, algunos más elementales (un auto, un “secuestro” y un lago) otros más sofisticados (la manipulación, la opresión de la prensa, la imposición por la necesidad del otro, el exilio, etc.) para conseguir lo mismo: hacer “desaparecer” al otro, al que nos jode ideológica, personal o caprichosamente. Debo insistir, sólo un necio vería una comparación en esto y una gravedad igual en la muerte y cualquier otro método.
Lo que si sostengo es que de un modo u otro el objetivo en todos los casos sigue siendo eliminar a quien nos molesta por el sólo hecho de tener el poder. Eliminarlo de la forma que fuera, utilizando las razones que nos parezcan mejores, hasta inventándolas para que se sostengan. Quizás hasta creyéndonos las razones, por ser más ideales, más creíbles o más piadosas.
Me niego, irrevocablemente, a la posibilidad de creer que cualquier poder pueda tener el derecho de hacer “desaparecer” a alguien por alguna forma. Me resisto a aceptar que los intelectuales, o quienes se llamen así, se empecinen en no ver el riesgo de todo poder para hacer desaparecer, aún sin matar a nadie; y me niego, sin concesiones, a aceptar que un estado, de cualquier tipo, utilice cualquier recurso, el que fuera, para producir desaparecidos de cualquier índole.
Aún queda mucha lucha, nuestra humanidad todavía no superó la instancia decisiva, la de comprender que sólo la alteridad es la que nos lleva hacia un futuro promisorio.