En las
elecciones, como en la vida misma, se negocia. Negociar no es intrínsecamente
malo. Es, seguramente, necesario. Pero negociar no es sinónimo de comprar
voluntades, ni convicciones, ni ideas. Menos votos.
Todos
negociamos. Es habitual, inevitable por el hecho de ser humanos. La opción sería
imponer todo y hasta utilizar la fuerza para que los demás hagan lo que uno quiera. Si,
prefiero negociar que comprar y que imponer. Ahora bien, ¿todo se puede negociar?
Creemos que no. Allí viene lo personal: cada uno sabe las cosas que no es capaz
de negociar –o que le ofenden realmente hacerlo:
cosas materiales, cosas espirituales, convicciones musicales, gustos diversos,
ideas que uno cree revolucionarias, etc.-. Lo cierto es que todos creemos que
hay cosas que no se deberían negociar. Por ello, pensamos que hay cosas que la
comunidad donde estamos –vivimos, trabajamos, estudiamos, investigamos- no
debería ser moneda de cambio. Por ejemplo, muchas personas discursean –algunos
lo creemos firmemente- que la dignidad humana no debería ser nunca un tema de negociación.
En el caso de la comunidad universitaria, por ejemplo, también hay cosas que no
deberían ser negociables: nunca aceptar títulos comprados –por el valor que
queremos darle a lo académico-; no permitir la falta de normas éticas para toda
investigación; impedir la destrucción del patrimonio universitario y social; proscribir
el uso de los recursos públicos para el enriquecimiento personal ilegal; oponerse
a la designación de ineptos e incapaces para un puesto de responsabilidad; No aceptar
aquello que atente contra los DDHH; no tolerar la violencia como mecanismo de venganza
o de presión. Sí, todos tenemos límites para negociar: Ojalá que quienes lo deben
hacer también lo tengan y sea aquel que impide manchar el deseo de “pedes in
terra ad sidera visus”.