Uno tiene
el derecho a decir que una expresión artística cualquiera no te gusta. Es un
derecho simple y concreto. No tiene por qué gustarme lo que le gusta al otro.
Es más, hasta debería poder expresarlo. Aunque mi gusto sea el construido por
el estudio o el que surge por ver las cosas y sentirlas. Pero de allí, a creer
que mi opinión sobre lo que me gusta es suprema, emana de la verdad absoluta,
es rectora y capaz de autorizar cualquier comportamiento, hay un abismo. La
opinión es personal y al serlo puede ser rebatida, discutida, mal interpretada,
condenada, alabada, cuestionada, ignorada y lo que se pueda hacer con la
palabra. Pero creernos que, porque es nuestra opinión ya es sesuda, según
nosotros y nuestro círculo social hay una diferencia: tanto como si pensamos
que nuestra opinión es atinada, según nuestras creencias y, por ello,
sostenemos que las de nuestros pares que dicen otra cosa no lo es. Pero, de
allí, pensar que porque mi opinión es “lo más”, estoy autorizado a imponerla
como el régimen de verdad, hay un trecho. Una opinión es personal y, ¡ojalá!,
haya otras opuestas.
Ahora
bien, sobre opiniones que se creen como verdad todos tenemos algo. Pero,
cuando hablamos sobre gustos, sigue teniendo valor la opinión de uno. Insisto,
todos tenemos derechos a decir esto me gusta, esto no me gusta (aunque no nos
privemos que alguien nos enseñe a gustar algo nuevo, diferente. No nos
prohibamos la posibilidad de descubrir un arte que nos ilumine como no
imaginamos que podría hacerlo). Ahora bien, cuando yo creo que el arte que no
me gusta no debería exhibirse hablamos de censura, y, la censura SIEMPRE es un
acto de violencia.
Este
fin de semana hubo un acto de barbarie en una exposiciónartística en Tucumán,
mi ciudad. Una exposición que puede no gustarme a mí y a otras personas. Es
más, hasta puedo preguntarme ¿Cómo pueden hacer eso y llamarlo arte? (todos
podemos ser ignorantes). Pero cuando el ultraje aparece, la agresión, la
violencia escondida, la negación que el otro pueda hablar (el arte es una forma
de hablar) ya no podemos aceptar. Porque lo que está en juego es que en nuestra
sociedad haya gente que aun piensa que destruir lo que no me gusta, lo que es
contrario a mí, lo que no me parece moralmente aceptable es un camino válido.
Condenamos el vandalismo cuando lo hacen sin ton ni son,
cuando rompen una plaza o un juego. Esa agresión que nace de una envidia o de
un dolor. Pero esta, la que surge de personas pensantes, capaces de ver
metáforas o de interpretar significaciones es más que aquella. Ya que es la que
habla de la esencia de nuestra sociedad. La pregunta entonces es: ¿Qué tipo de
sociedad tenemos y que sociedad queremos? El arte no puede responder, la
debemos responder nosotros porque en esto, no vale solo la fe, como diría el
antiguo refrán español: a Dios rogando y con el mazo dando. Así que
“argentinos”, como diría el español, a las cosas”, que en esto significa que
hagamos la sociedad que queremos y para ello, digamos BASTA a la
violencia.