Amamos
como podemos, ni siguiera como soñamos. Soñamos amar como el verbo, que alguna
vez leímos, nos dice y, muchas veces, sólo lo hacemos como la carne consigue.
En el medio acertamos y nos equivocamos con la obvia realidad de lo humano.
Amamos
como somos y lo intentamos decir. Con los recursos que tenemos, que manejamos o
aquellos que creemos que dan la talla. A veces, -maravillosa coincidencia- nos
escuchan con esas mismas intenciones. Así, en ocasiones, nos traducen casi a la
perfección lo que procuramos decir y, mágicamente, nos responden con la certeza
de entender. Otras, quizás, sólo somos habitantes de una torres de babel donde
subimos y bajamos procurando deshacer laberintos y no otra cosa. De un modo u
otro vamos por la vida con ese intento. ¡Loado sea este peregrinar!

Amamos
con lo que tenemos y, sobre todo, con lo que somos capaces de hacer con eso.
Que nunca es toda nuestra capacidad, porque la vida es compleja y el encuentro
es alquimia. Amamos con equivocaciones, con desatinos, con la amplitud que
alcanzamos para ver más allá de nuestras narices y pensar lo que puede venir
pero también con esas cegueras y fragilidades inscriptas en lo cotidiano.

Amamos,
porque estamos hechos de todo lo necesario para que esa empresa funcione,
aunque fracase tantas veces en tantas personas. Tenemos cuerpo que nos habla de
encuentro, tenemos emociones que nos habla de necesidades y sensibilidad,
tenemos una soledad imposible que procura desde toda la eternidad y por siempre
a otro constantemente.
Amamos
porque somos humanos. Amamos aunque, a veces, nos duela; aunque nos fragilice,
aunque no tenga el eco que buscamos. Lo hacemos porque sabemos, en definitiva,
es nuestro sino.