Hay momentos en los que te das cuenta que te hace falta un aliado. Alguien que esté de tu parte de una forma clara y contundente. Una persona que sea capaz de aceptar y reconocer a los enemigos, a los adversarios, como también a tus miedos, las complicaciones específicas que tú ves en tu vida y, que al hacerlo, actúe de forma sinérgica contigo. Esa persona que no intenta exigirte un cambio de visión sino que procura escuchar tus lamentos, tus quejas, las situaciones que tú planteas como adversas, como difíciles, sin emitir juicio contrario sobre que esas sean tus verdades o tus delirios.
Esa persona que te ayuda a leer la realidad de forma que te resulta aceptable en lo lógica del momento que te toca en suerte. Necesitamos esa persona, la que no nos cuestiona la negrura o blancura con que vemos las cosas. Son fundamentales para el frágil equilibrio que perseguimos siempre en esta vida. Los poderosos las compran, siempre tienen alguien que repite y da razones para todo lo que ellos puedan decir. Los que no tienen esos poderes se las rebuscan procurando ese individuo entre familiares, amigos, desconocidos o amantes. Personas que privilegian el cariño.
Sin dudas que la existencia de estas personas necesitan equilibrarse con, digamos de algún modo, “el polo opuesto”. Ese polo donde están las otras personas, las que son capaces de mostrarte que las cosas no son tal como estás diciendo. Esas que se esmeran en marcar que tu planteo tiene sus flaquezas. Las que se preocupan en mostrarte que, en realidad, algunos de tus adversarios no existen realmente. Esas personas que te critican, pero de frente y sin ánimos de tener la razón, sino de darte herramientas para que trabajes. En definitiva son las personas que te ofrecen coraje para enfrentar tus miedos, tus adversidades y tus deseos, también. En el caso de los poderosos eso es lo que hacen, o esperamos que hagan (infructuosamente en ocasiones) los que deben gestionar el uso del poder para que nunca caiga en abuso. En el caso de las otras personas, tú o yo, son esos amigos que nos cuestionan casi todo y que son agudos en las observaciones, aunque lo hagan de forma tosca. Pero, a diferencia del resto, son las que siempre están, antes, durante y después de los cuestionamientos. Algunos de ellos adquieren la perfección de saber cuando decir y cuando callar, que acompañan sus decires y comentarios con una ternura que nos hace enojarnos con el error y no con las personas.
No creamos que sólo uno de estos dos tipos de amigos alcance para poder vivir. Siempre necesitamos los dos. Porque esas dos partes son imprescindibles para mantener el equilibrio que ansiamos. Siempre necesitamos los dos polos pues, toda estabilidad necesita, para aspirar al equilibrio, tener dos puntos donde apoyarse.
Dos personas que están movidas por un sentimiento positivo hacia uno, una ternura indiscutible en su forma de mirarnos y en la certeza de procurarnos el bien. Dos personas que no escatiman la posibilidad de comunicar contigo con la franqueza -el sentir que uno es sincero aún equivocándose- ya sea del sentimiento o de la razón. Pero siempre con la ternura que hace que el otro siempre esté protegido.
Esa persona que te ayuda a leer la realidad de forma que te resulta aceptable en lo lógica del momento que te toca en suerte. Necesitamos esa persona, la que no nos cuestiona la negrura o blancura con que vemos las cosas. Son fundamentales para el frágil equilibrio que perseguimos siempre en esta vida. Los poderosos las compran, siempre tienen alguien que repite y da razones para todo lo que ellos puedan decir. Los que no tienen esos poderes se las rebuscan procurando ese individuo entre familiares, amigos, desconocidos o amantes. Personas que privilegian el cariño.
Sin dudas que la existencia de estas personas necesitan equilibrarse con, digamos de algún modo, “el polo opuesto”. Ese polo donde están las otras personas, las que son capaces de mostrarte que las cosas no son tal como estás diciendo. Esas que se esmeran en marcar que tu planteo tiene sus flaquezas. Las que se preocupan en mostrarte que, en realidad, algunos de tus adversarios no existen realmente. Esas personas que te critican, pero de frente y sin ánimos de tener la razón, sino de darte herramientas para que trabajes. En definitiva son las personas que te ofrecen coraje para enfrentar tus miedos, tus adversidades y tus deseos, también. En el caso de los poderosos eso es lo que hacen, o esperamos que hagan (infructuosamente en ocasiones) los que deben gestionar el uso del poder para que nunca caiga en abuso. En el caso de las otras personas, tú o yo, son esos amigos que nos cuestionan casi todo y que son agudos en las observaciones, aunque lo hagan de forma tosca. Pero, a diferencia del resto, son las que siempre están, antes, durante y después de los cuestionamientos. Algunos de ellos adquieren la perfección de saber cuando decir y cuando callar, que acompañan sus decires y comentarios con una ternura que nos hace enojarnos con el error y no con las personas.
No creamos que sólo uno de estos dos tipos de amigos alcance para poder vivir. Siempre necesitamos los dos. Porque esas dos partes son imprescindibles para mantener el equilibrio que ansiamos. Siempre necesitamos los dos polos pues, toda estabilidad necesita, para aspirar al equilibrio, tener dos puntos donde apoyarse.
Dos personas que están movidas por un sentimiento positivo hacia uno, una ternura indiscutible en su forma de mirarnos y en la certeza de procurarnos el bien. Dos personas que no escatiman la posibilidad de comunicar contigo con la franqueza -el sentir que uno es sincero aún equivocándose- ya sea del sentimiento o de la razón. Pero siempre con la ternura que hace que el otro siempre esté protegido.