Las parejas se separan. Lo hacen un buen día como una lógica
total o como una sorpresa general. Pero pasa. Se separan por muchas cosas:
circunstancias, excusas, razones, equivocaciones están en el menú, entre otras.
Pero debo decir que, en primer lugar, siempre está el desamor que justifica,
exige, ruega por la separación. No obstante, no siempre es esto que aparece en
primer lugar, sino que se manifiesta como consecuencia de la separación. El
desamor, aunque duela tanto al que puede continuar amando, ocasionalmente, en
la pareja es bueno. Porque permite la separación y con ello la posibilidad de
amar bien, de amar de nuevo, de amar mejor. Así que de ese “desamor” no vamos a
hablar hoy.
Dejemos también de lado aquellas que se separan porque
deciden asumir que nunca fueron una pareja. Que solo lograron utilizar
maquillajes e ilusiones pero que nunca se constituyeron realmente como una
pareja, aún, en ocasiones, teniendo una vida en común. Esas parejas que nunca
osaron ser realmente parejas por más que practicaron la ilusión de serlo para
ellos y para los demás. Un día decidieron dejar de practicar ese “juego de
roles” y optaron por verse sin el maquillaje y “se separaron” sólo para ser
coherentes con su realidad. El compromiso era cartón pintado. Una historia que se contaban.
Nos detengamos en aquellas otras: las que nacieron contra
las leyes que estaban vigentes para uno y el otro; en aquellas parejas para las
cuales el terreno no era fértil. Esas que se hicieron parejas contra todo y
contra todos (o casi). Esas que estaban rodeadas de personas que toleraron o,
simplemente, esperaron la oportunidad para ser la cuña de la separación.
A ver, me explico mejor: una pareja siempre se construye
entre dos personas que tienen su medio, sus “redes de contención” y estas, aún
sin intervenir directamente, son ese medio que da contención, que permite el
crecimiento, que favorece la constitución de algo. No siempre directamente, a
veces como “adversarios” otras como “estímulos”. En ocasiones, como un
verdadero “abono” frente a la adversidad del medio.
Ese medio donde se constituye la pareja, por más que sea
circunstancial, pasajero, o lo que fuera, está allí´. Son los medios físicos,
las personas cercanas, las personas circunstanciales, el medio social, las
familias, las amistades, todas esas personas que están allí demarcando y
alimentando esos tres espacios que siempre deben existir en una pareja real: el
“yo”, el “tu” y el “nosotros”.
Cuando las crisis aparecen, esa red de contención, que siempre
existe, es la que puede –en ocasiones, no siempre- favorecer que la crisis
pase, se resuelva y con eso se pueda seguir tentando la armonía. Cuando esa red
de contención no existe o está inutilizada o, muy común, quiere mantenerse muy
neutral (sea por cobardía, interés, estupidez,
incapacidad o “falsa prudencia”) la pareja no tiene donde asirse en esa crisis
para recuperar la memoria de lo vivido. Nunca los demás son quienes hacen que
una pareja exista o deje de existir. Pero si, pueden ser aquellos que inciden
en la memoria de nuestra “pequeña historia”. Sea para favorecer la ruptura,
para hacer que la misma sea más fácil o para evitarla.
Los demás, nunca son responsables de la separación. Aunque a
veces nos viene bien tener un culpable fuera de los dos. Aunque sea para
canalizar la furia, el dolor o la impotencia. Pero nunca son responsables (aún
en aquellos casos de una injerencia directa). Pero si pueden tener su
responsabilidad, valga decirlo. Si, son responsables de como estuvieron en ese
momento, en el epicentro de la ruptura y en los bordes (anteriores y
posteriores). Son responsables de sus acciones, de sus inacciones, de sus
omisiones. Es decir, tenemos responsabilidad tanto de las palabras que dijimos como
de los silencios que impusimos.
Esto, si lo piensan, es lógico, siempre estamos en el mundo.
Siempre somos, de un modo u otro, parte de la red de contención de alguien. ¿Nos
damos cuenta?