
Es decir, el lema de este año nos dice que debemos empeñarnos seriamente para que ni la ignorancia ni el conocimiento falaz nos impida disfrutar plenamente del universo que surge por disponer de una sexualidad; esto más allá de nuestras creencias, de nuestras formas de relacionarnos, de nuestras habilidades interpersonales, de nuestras posibles limitaciones. Sabemos que la salud es, aún, una deuda social que tenemos. Hoy, no digo esto como una crítica a lo realizado y a lo no realizado. Lo digo como una llamada a lo que viene. Esto significa que todos y todas deberíamos empeñarnos en realizar nuestro mejor esfuerzo sobre esto y, sobre todo, exigir que existan mayores recursos para resolver las cuestiones relacionadas con esta temática.
Estoy hablando, por ejemplo, que a nivel educativo se profundice la
educación sexual integral, según manda la ley 26150 y que en algunos lugares se
la inicia de una buena vez; que a nivel sanitario se optimice la atención en
esta esfera del ser humano, con consultorios “amigables”, equitativos y
accesibles sobre estas cuestiones pero también que los colegas médicos empiecen a preguntar sobre esta esfera del ser humano para orientar y derivar si fuese necesario; que a nivel social, aumentemos, aún más, el
empeño en reducir la violencia, particularmente la de género; como también que se fomente la
cultura de la diversidad, comprendiendo que el respeto nace de aceptar que la
diferencia es inherente al ser humano, y es la base de nuestra riqueza como especie, entre otras cosas.
