Olvidar es parte de la vida. No podemos recordar todo. Nuestra mente –
en realidad nuestro cerebro- elimina con ritmos diferentes muchos de nuestros
recuerdos y el olvido aparece como casi fisiológico (Estamos hablando de lo que
no es patología, valga aclararlo). Luego, la memoria se toma licencias sobre
esos recuerdos y, en ocasiones, invade nuestra vida con símiles de aquellos, ya sea utilizando reminiscencias prestadas, imaginadas o literarias.
La pregunta que no pocos nos hacemos es ¿Cómo recordamos dos personas
la experiencia compartida? Cuando se ha compartido una vivencia muy intensa,
fuerte, que emociona, de esas que conmocionan, ¿cómo la recuerdan cada persona
que la ha vivido? No hablemos de situaciones muy dramáticas de esas públicas
que, lamentablemente, siguen llenando noticieros. Estoy hablando de, por
ejemplo, una relación que se termina, una discusión entre amigos, un
enfrentamiento fraternal, una ruptura familiar, un desencuentro pasional. Como
recuerda cada uno de las personas lo que ha pasado, es una de las inquietudes
que, a veces surgen. En todos los casos. ¡No! Sólo en quien todavía lo vive o, mejor dicho, cuando todavía lo sufres.
Cuando aún sufres la distancia, la indiferencia de la otra persona te
preguntas y das vuelta sobre lo mismo: ¿él/ella recordará lo que me juraba,
todavía se emocionara con aquello que compartía? ¿Aún atesorara lo que dijo que
atesoraría? ¿Seré todavía tan importante para él/ella como juraba entre miradas
y otras cosas?
Son preguntas que significan dos cosas: la primera, que la otra persona –él o ella- aún es importante en nuestra vida, aunque esté ausente. Lo segundo, que una o dos conversaciones están faltando. Para lo primero, cada uno lo maneja como puede. Para lo segundo, habrá que descartar esas obsesiones que uno tiene sobre lo perdido. En definitiva, el olvido, tan humano, siempre es individual, mal que nos pese. Por eso, siempre nos interpela de diferente manera. Tal vez por eso, también debemos pensarlo de una manera más inclusiva del otro.