Muchas
personas quieren tener buen sexo. Es algo lógico, deseable, hasta podríamos
decir envidable. El buen sexo no es más que un encuentro de dos personas que aprovechan
las posibilidades que el cuerpo (con su anatomía y fisiología) tiene, apoyándose
en los sentidos que se dispone y motorizado por las emociones y, en ocasiones,
por los sentimientos que se posee. Todo ello permite recorrer los caminos que
generan bienestar y que producen el placer como recorrido y la satisfacción
sexual como realidad posible. Tener buen sexo es algo que, los que deseen, deberían
aspirar siempre. Curiosamente es algo que está al alcance de quienes quieran.
Dos cosas
que debemos señalar, antes que nada, el buen sexo se gesta en la decisión de
tenerlo. Es decir, se consiente como condición previa y esencial. Sin
consentimiento no hay buen sexo, hay crimen. En segundo lugar, el buen sexo lo
hacen las personas, no los cuerpos y su rendimiento anatómico-fisiológico, ni
la destreza que es un elemento positivo –de todo se puede aprender a hacerlo
mejor- pero que toma dimensión cuando el otro es considerado en la plenitud del
ser.
Entonces,
¿Qué hace falta para que el sexo sea del bueno? Disposición en primer lugar. Parece
algo ganado, pero en realidad es algo conquistado. Precisa no sólo estar, sino
buscar estar. Es permitirse el tiempo para hacer esa travesía que implica el
sexo. Básicamente ya estamos diciendo que el sexo –aún el rapidito- no es una
maratón, sino una pequeña delicadeza que se muestra en los gestos que prueban
que la otra persona está presente.
Luego de ello vendría una segunda cuestión:
el sexo precisa el descubrimiento de uno, no llegamos sabiendo todo, pero si
somos los únicos que podemos saber sobre nuestro cuerpo, nuestras sensaciones,
nuestras respuestas. El sexo del bueno conlleva que nuestro cuerpo participe y
para ello debemos saber escucharlo. Lo tercero sigue siendo clave: el buen sexo
también es comunicación: queres disfrutar del sexo más y mejor: pues desarrolla
más la comunicación, sobre lo que deseas, quieres, pides, ofreces y también lo
que no. Lo cuarto, comprende que el buen sexo no es sólo el que usa el cuerpo y
la función, sino que estimula la imaginación y los sentidos. Profundizar
nuestras propias posibilidades eróticas nos garantiza más placer, más disfrute
porque nos crea sensaciones positivas y mayores estímulos. O sea, ¿hacerlo con
alguien con quien tenemos cierta constancia es mejor? Es lo que sugiere Sue
Johnson. Esta psicóloga clínica desarrolló la Terapia de Pareja Centrada en
las Emociones con el fin de ayudar a que las parejas puedan reconectarse. Esta
autora dice: “Las parejas que se aman desde hace mucho tiempo tienen más y
mejor sexo”.
Al fin de
cuentas terminas siendo lo mismo que cualquier actividad humana. Quieres
hacerla bien, pues dedícate, piénsala como importante, sé lo suficientemente
activo para que la rutina no aparezca, concéntrate en quien está presente, sé
consciente de tus límites, de tus posibilidades y de lo que aun quieres
mejorar. Luego de todo eso, desmelénate. El sexo es una aventura posible, un
juego necesario, un compromiso vital, una necesidad maravillosa, una decisión
activa y una actitud que enaltece. Hacerlo es más que algo anatómico, es una posibilidad
cierta de hacer que lo efímero parezca eterno.
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