
El ser humano no está hecho para vivir toda una vida con otra persona y tampoco para lo contrario. Ni una cosa ni la otra son la verdad absoluta. No pongo, con esto, la formula del equilibrista, la que pretende establecer un espacio de “todo es relativo”, tan de moda en nuestro siglo. Lo que busco decir es que el ser humano es un personaje central en su propia historia, nunca escrita de forma consiente, sino siempre por escribir (de este modo, me protejo de la discusión sobre destino y esas cosas, porque aún existiendo no es algo que se pueda leer). Esa historia es dinámica por definición, ya que el ser humano vive. Parece una tautología en si mismo, pero, vivir implica muchas cosas entre las cuales sobresale la metamorfosis permanente sobre formas de sentir las relaciones, comprender la realidad, descubrir y simbolizar los fenómenos, determinar sentidos y significados, reconocer los escritos que se nos van apareciendo.
Se modifican los tiempos, los intereses, el contexto, las informaciones que llegan hasta cada uno, las necesidades, los deseos, las preocupaciones y los miedos. El deportista que tiene un problema cardíaco, modificará hábitos o no, pero modificará la percepción de sus miedos (o debería hacerlo).

La convivencia con alguien nos hace descubrir las cosas que los seres humanos hacen en diferentes situaciones. Al poder aumentar el tiempo de exposición, aumentamos las posibilidades de ver los aspectos negativos de forma más reluciente. Nadie puede tener un mismo papel todo el tiempo. Así en la convivencia van saliendo dudas, miedos, preocupaciones, limitaciones y todo eso que forma nuestra forma de reaccionar e interactuar con el mundo. Cuanto antes asumamos esta realidad, quizás podamos ocupar nuestro tiempo en buscar las formas de desarrollar estrategias, promover aptitudes y descubrir las actitudes que hacen que una relación persista durante la vida de la mejor manera.
Esto es lo que llamamos amor, amistad, o sentimiento: la capacidad que desarrollamos de acompañar los cambios del otro y dejar que el otro nos acompañe en nuestras mudanzas, inevitables.