La coherencia es algo difícil de conseguir y de mantenerla. Es una tarea, definitivamente, ciclópea. Me estoy refiriendo al hecho de hacer que las mismas ideas depositadas en los discursos que decimos se alineen en los hechos prácticos que realizamos y en los juicios que emitimos de forma lineal. Utilizando, en los casos que no seamos capaces de mantenerla, el reconocimiento de nuestros deslices de esa línea. Es importante remarcar que no estamos obligados a mantener la misma idea siempre, pero la coherencia implica reconocer los puntos en que variamos de posición como parte del vivir y no ser necios para discursear sobre que los cambios vertiginosos que hacemos no lo son.
Ser coherentes políticamente es un problema muy grande pues la política se hace a fuerza de vaivenes. Temas cruciales en algún momento parecen ser muy triviales en otros y así ha funcionado siempre. Es verdad, sin embargo, que algunos temas son verdaderos pilares para la construcción política y son ellos los que deben mantenerse a toda costa, se afanan en decir en los discursos quienes ejercen la política y las personas de a pie. Sin embargo esos hechos son pasibles interpretaciones que convierten una cosa en otra en el juego de las palabras.
El mundo ha solucionado este problema que durante su larga historia ha producido serias dificultades al desarrollo con una táctica simplista y cruel: dejar claro el grupo con el que se esta en contra. De ese modo su coherencia parece definida y mantenida, cuando en realidad se ha renunciado a ello. Así, definir al enemigo del que uno se opone con buenos rótulos permite que uno se separe rápidamente de cualquier atisbo de incoherencia. Así, estoy en contra de eso porque es algo comunista, facho, religioso, musulmana, extranjero, colonialista define ya la vereda opuesta que marcamos y con ello, pretendemos colocarnos en la vereda en frente. Así de fácil resolvimos el entuerto de la búsqueda de la vereda.
Lo curioso es que esto fija posiciones tan rígidas, enquistadas y, definitivamente, cuadradas que impiden ser críticos de cualquier situación. En definitiva, para estas personas parece que lo más importante es que están en contra de esos, sea “esos” los que fueran. Además, esta táctica permite, rápidamente aceptar alguna cosa de los “malos” diciendo que no parecen al hacer esto o aquello. Siguen el principio de la moneda: “si sale cara gano yo y si sale cruz pierdes tú”. Así se cuidan de tener razón siempre.
Esto es tremendamente insultante a nuestra inteligencia, no me refiero a la mía en particular, sino a la humana en general. Insultante ya que considero que lo que separa al ser humano de las otros especies vivas conocidas es su capacidad de análisis y de procura de la verdad, por lo tanto, al renunciar a eso mediante esta “coherencia disimulada” estamos renunciado a más que una supuesta posición, estamos renunciando a la capacidad de hacer que el mundo evolucione más hacia donde todos ansiamos fervorosamente: un lugar donde la equidad sea norma, el diálogo natural y la felicidad la única normalidad exigida.
Ser coherentes políticamente es un problema muy grande pues la política se hace a fuerza de vaivenes. Temas cruciales en algún momento parecen ser muy triviales en otros y así ha funcionado siempre. Es verdad, sin embargo, que algunos temas son verdaderos pilares para la construcción política y son ellos los que deben mantenerse a toda costa, se afanan en decir en los discursos quienes ejercen la política y las personas de a pie. Sin embargo esos hechos son pasibles interpretaciones que convierten una cosa en otra en el juego de las palabras.
El mundo ha solucionado este problema que durante su larga historia ha producido serias dificultades al desarrollo con una táctica simplista y cruel: dejar claro el grupo con el que se esta en contra. De ese modo su coherencia parece definida y mantenida, cuando en realidad se ha renunciado a ello. Así, definir al enemigo del que uno se opone con buenos rótulos permite que uno se separe rápidamente de cualquier atisbo de incoherencia. Así, estoy en contra de eso porque es algo comunista, facho, religioso, musulmana, extranjero, colonialista define ya la vereda opuesta que marcamos y con ello, pretendemos colocarnos en la vereda en frente. Así de fácil resolvimos el entuerto de la búsqueda de la vereda.
Lo curioso es que esto fija posiciones tan rígidas, enquistadas y, definitivamente, cuadradas que impiden ser críticos de cualquier situación. En definitiva, para estas personas parece que lo más importante es que están en contra de esos, sea “esos” los que fueran. Además, esta táctica permite, rápidamente aceptar alguna cosa de los “malos” diciendo que no parecen al hacer esto o aquello. Siguen el principio de la moneda: “si sale cara gano yo y si sale cruz pierdes tú”. Así se cuidan de tener razón siempre.
Esto es tremendamente insultante a nuestra inteligencia, no me refiero a la mía en particular, sino a la humana en general. Insultante ya que considero que lo que separa al ser humano de las otros especies vivas conocidas es su capacidad de análisis y de procura de la verdad, por lo tanto, al renunciar a eso mediante esta “coherencia disimulada” estamos renunciado a más que una supuesta posición, estamos renunciando a la capacidad de hacer que el mundo evolucione más hacia donde todos ansiamos fervorosamente: un lugar donde la equidad sea norma, el diálogo natural y la felicidad la única normalidad exigida.