La sabiduría popular dice que “mal de todos consuelo de tontos” para hacer referencia a que no porque todos piensen algo eso, necesariamente, tiene que ser verdad. Al mismo tiempo, y paradójicamente, en lo cotidiano, es visto como necedad oponerse en una idea que defiende la mayoría. Entre estas dos posiciones, que en el día a día, no parecen ser similares se tejen una de las violencias más imperceptibles y fundamentales en el seno de los grupos sociales reducidos, sea una familia (nuclear o extendida), un grupo de compañeros o amigos, un grupo de profesionales y que, poco a poco, se puede extender a la sociedad como discriminación contra un grupo social determinado.
Resumiendo el proceso al que me refiero se puede decir: un grupo de personas dictamina que uno de ellos es alguna cosa considerada negativa (agresivo, torpe, cerrado, teórico, etc.) y consideran que esa “cualidad” es contraria a la actitud de los demás pertenecientes al grupo. Este proceso puede ser formal o informal, directo o indirecto, no precisa por lo tanto una forma estructurada pero si, constante. El grupo puede hasta llegan a afirmar que si ellos responden con la misma moneda de comportamiento es por exclusiva responsabilidad del primero. Así, si uno es agresivo es porque el otro lo ha sido en primer lugar. Esto siempre coronado con una versión oral en la que se ha hecho hasta lo imposible para mostrar y que el otro corrija ese error. Así, a pesar de los buenos servicios (siempre, según la versión oficial, plenos de tolerancia, cariño, respeto y dedicación) la otra persona no logra modificar sus hábitos erróneos. No es que sea “estigmatizado” sino que él se esfuerza en seguir con el mismo comportamiento. Termina el proceso consiguiendo adeptos externos que “validan” la sentencia. A estos se los consigue por la utilización del principio bushiano, casi como una amenaza solapada de “estás conmigo o contra mi”.
En definitiva lo que se presenta como un problema es la interpretación que se utiliza sobre el otro, quien tiene que se someterse a las dos posibilidades que surgen, en primera instancia: aceptar el planteo de la mayoría o rebelarse ante ese planteo. Pero, sabiendo que en ambos casos será con un costo para él y, generalmente, un costo altísimo pagado en discriminación, en depresión, en aislamiento, en baja estima entre otras cosas.
La violencia imperceptible es una de las más terribles, porque no se le da importancia, porque no se cree que ella exista de la forma que existe, porque los autores de ella, muchas veces, son vistos como seres incapaces de violencia, porque las víctimas son personas que no creemos que puedan sufrir por este tipo de acciones.
La violencia imperceptible, pero eficazmente cruel, está presente entre nosotros y nosotras mucho más de lo que imaginamos y, paradójicamente, tiene como única solución la misma herramienta que utiliza, la palabra. Sólo evitamos la violencia cuando la palabra del otro puede surgir, cuando evitamos a cualquier precio, silenciar al otro. Parece simple, pero no lo es, ni las familias, fuente imaginaria de amor y comprensión, lo logran muchas veces. He aquí un desafío de nuestra humanidad.
Lunes, 20 de Noviembre de 2006
Resumiendo el proceso al que me refiero se puede decir: un grupo de personas dictamina que uno de ellos es alguna cosa considerada negativa (agresivo, torpe, cerrado, teórico, etc.) y consideran que esa “cualidad” es contraria a la actitud de los demás pertenecientes al grupo. Este proceso puede ser formal o informal, directo o indirecto, no precisa por lo tanto una forma estructurada pero si, constante. El grupo puede hasta llegan a afirmar que si ellos responden con la misma moneda de comportamiento es por exclusiva responsabilidad del primero. Así, si uno es agresivo es porque el otro lo ha sido en primer lugar. Esto siempre coronado con una versión oral en la que se ha hecho hasta lo imposible para mostrar y que el otro corrija ese error. Así, a pesar de los buenos servicios (siempre, según la versión oficial, plenos de tolerancia, cariño, respeto y dedicación) la otra persona no logra modificar sus hábitos erróneos. No es que sea “estigmatizado” sino que él se esfuerza en seguir con el mismo comportamiento. Termina el proceso consiguiendo adeptos externos que “validan” la sentencia. A estos se los consigue por la utilización del principio bushiano, casi como una amenaza solapada de “estás conmigo o contra mi”.
En definitiva lo que se presenta como un problema es la interpretación que se utiliza sobre el otro, quien tiene que se someterse a las dos posibilidades que surgen, en primera instancia: aceptar el planteo de la mayoría o rebelarse ante ese planteo. Pero, sabiendo que en ambos casos será con un costo para él y, generalmente, un costo altísimo pagado en discriminación, en depresión, en aislamiento, en baja estima entre otras cosas.
La violencia imperceptible es una de las más terribles, porque no se le da importancia, porque no se cree que ella exista de la forma que existe, porque los autores de ella, muchas veces, son vistos como seres incapaces de violencia, porque las víctimas son personas que no creemos que puedan sufrir por este tipo de acciones.
La violencia imperceptible, pero eficazmente cruel, está presente entre nosotros y nosotras mucho más de lo que imaginamos y, paradójicamente, tiene como única solución la misma herramienta que utiliza, la palabra. Sólo evitamos la violencia cuando la palabra del otro puede surgir, cuando evitamos a cualquier precio, silenciar al otro. Parece simple, pero no lo es, ni las familias, fuente imaginaria de amor y comprensión, lo logran muchas veces. He aquí un desafío de nuestra humanidad.
Lunes, 20 de Noviembre de 2006