Se acerca el fin de año y comienzan los festejos, por aquí y por allí. Parece ser que la gente se desespera por encontrarse, mandarse sus cartones virtuales, buscar producir emoción y encontrarse con la familia, amigos o simples conocidos. Son momentos fáciles de realizar por la época y efectivos en conseguir los objetivos. En definitiva no hay muchas pretensiones por parte de nadie como si por unos días nos permitiésemos disfrutar lo que hay con lo que hay.
Efectivamente, la navidad sigue siendo una de las ocasiones que nadie la cuestiona demasiado como un motivo legítimo para encontrarse. Si, siempre quedan los que mantienen sus convicciones antirreligiosas como una identidad necesaria pero, para la mayoría, la navidad es encuentro con gente y se acabó. El ritual religioso está presente para algunos y para otros es secundario, o ni siquiera existe. Pero lo cierto es que la gente la celebra. Así, se intenta disfrutar con las alegrías y tratar de hacer caso omiso de cualquiera de las múltiples razones que podríamos encontrar para lo contrario. De alguna forma, aceptamos que son una buena razón, creencia, excusa para sentirse acompañado, permitir el ser acompañado, el ofrecer compañía y nada más. Así, se puede decir que la navidad -con fe o sin ella- bien vale una cena con personas cercanas o con las que fingimos cercanía por unos momentos y, permitirnos un rato de infancia disfrutando el romper un envoltorio para disfrutar ese regalo que deseábamos, que nos imaginábamos o los otros, los que nos producen la bella sonrisa de la sorpresa.
Frente a esta simple alegría compartida, ¿para que complicarnos la vida?, pues, disfrutemos con el otro, el que está cerca y que nos da la ilusión o las pruebas de sentirnos queridos. Acompañemos y nos dejemos acompañar y, sobre todo, aceptemos la ilusión de creer y hasta de asumir que esas alegrías simples son la sal de la vida y, valga decirlo, también el azúcar.
¡Feliz navidad!, dicen las tarjetas, los saludos y los carteles. Se me antoja leerlos con esa historia de celebrar un nacimiento, de un niño, sea por la fe o por la tradición. Pero un nacimiento siempre es una idea que nos une, es un simbolismo que nos permite compartir en paz una cena, procurando sentirnos cerca de alguien. Esto, sin dudas, bien vale la pena. Quizás por eso, renovamos siempre ese permiso que nos concedemos de sentirnos participes de una celebración que no siempre tiene algo de religioso, pero si mucho de nuestro mejor deseo como humanidad: el deseo ferviente que la vida merece la pena ser compartida con alegría.
Por eso, Feliz navidad con los mejores deseo de....eso lo dejo para ustedes. ¡Que cada uno elija los que mejor les sientan!
Efectivamente, la navidad sigue siendo una de las ocasiones que nadie la cuestiona demasiado como un motivo legítimo para encontrarse. Si, siempre quedan los que mantienen sus convicciones antirreligiosas como una identidad necesaria pero, para la mayoría, la navidad es encuentro con gente y se acabó. El ritual religioso está presente para algunos y para otros es secundario, o ni siquiera existe. Pero lo cierto es que la gente la celebra. Así, se intenta disfrutar con las alegrías y tratar de hacer caso omiso de cualquiera de las múltiples razones que podríamos encontrar para lo contrario. De alguna forma, aceptamos que son una buena razón, creencia, excusa para sentirse acompañado, permitir el ser acompañado, el ofrecer compañía y nada más. Así, se puede decir que la navidad -con fe o sin ella- bien vale una cena con personas cercanas o con las que fingimos cercanía por unos momentos y, permitirnos un rato de infancia disfrutando el romper un envoltorio para disfrutar ese regalo que deseábamos, que nos imaginábamos o los otros, los que nos producen la bella sonrisa de la sorpresa.
Frente a esta simple alegría compartida, ¿para que complicarnos la vida?, pues, disfrutemos con el otro, el que está cerca y que nos da la ilusión o las pruebas de sentirnos queridos. Acompañemos y nos dejemos acompañar y, sobre todo, aceptemos la ilusión de creer y hasta de asumir que esas alegrías simples son la sal de la vida y, valga decirlo, también el azúcar.
¡Feliz navidad!, dicen las tarjetas, los saludos y los carteles. Se me antoja leerlos con esa historia de celebrar un nacimiento, de un niño, sea por la fe o por la tradición. Pero un nacimiento siempre es una idea que nos une, es un simbolismo que nos permite compartir en paz una cena, procurando sentirnos cerca de alguien. Esto, sin dudas, bien vale la pena. Quizás por eso, renovamos siempre ese permiso que nos concedemos de sentirnos participes de una celebración que no siempre tiene algo de religioso, pero si mucho de nuestro mejor deseo como humanidad: el deseo ferviente que la vida merece la pena ser compartida con alegría.
Por eso, Feliz navidad con los mejores deseo de....eso lo dejo para ustedes. ¡Que cada uno elija los que mejor les sientan!