La mediocridad, dice el diccionario, es la calidad de mediocre. Esto, a su vez, dice que es aquello de calidad media. Sin embargo, la palabra tiene un peso social que va más allá de esta simple definición. Es, sin dudas, un calificativo muy fuerte que conlleva una sensación negativa. Nadie quiere ser un mediocre, menos reconocerlo y aún menos que alguien nos endilgue ese epíteto. Pero, entonces, ¿qué es la mediocridad? La definiría como la intención y/o el esfuerzo de menoscabar, reducir, limitar o eliminar, por cualquier medio, las posibilidades de otra persona a partir de saber, creer o percibir que sus restricciones son el máximo permitido. No dejar hacer para que de este modo nadie parezca superior a uno.Jueves, 21 de enero de 2010
Como vemos la persona mediocre actúa o pretende hacerlo sobre algún otro en función de no permitirle el crecimiento. A partir de esta idea que propongo surge un corolario: el máximo estado de mediocridad sería la utilización concreta de los recursos disponibles contra alguien que tenga la posibilidad de superarme. Pero esto nos obliga a hacer una distinción suplementaria. De un lado, el ser mediocre ante alguien que es claramente superior en el campo en que me desarrollo, podríamos decir es lógico (que nadie vea en esto una aceptación, ni una justificación, ni una disculpa. Seguirá siendo una actitud mezquina de espíritu, motivada por la vileza y protegida por algún tipo de poder). Es fruto de lo terrible que es, para algunos, verse superado. Del otro lado, la que considero peor; aquella mediocridad que surge ante la posibilidad. Es decir, no sé si el otro o la otra son mejores, pero por las dudas voy a impedirle que lo haga. Es, creo, un estado de reducción a la pobreza espiritual, al entorpecimiento del desarrollo, en definitiva, un esfuerzo por impedir que nuestra evolución continúe.
Para dejar de ser mediocre no importa ser los mejores, sino comprender que siempre habrá alguien que pueda hacerlo mejor. Por ello, el antídoto para la mediocridad es aprender de quienes son capaces de mejorar lo que vivimos. Buscar la forma de fomentar a quienes tienen mejores capacidades que las nuestras. Al hacerlo, sin dudas, crecemos. Esto es la apertura al acto humano que más nos puede hacer trascender: reconocer al otro/a y al hacerlo avanzar.
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