Los grupos humanos organizados –sean gobiernos, universidades, colegios, instituciones- que son mediocres están basados en una suerte de lotería de talentos. Sin dudas, juegan a los dados con las posibilidades de crecimiento. La selección del personal depende de una serie de factores asociados a variables inespecíficas a la tarea que se hilvanan con alguna característica pero que se decide por temas como padrinazgo político, simpatía con las autoridades, presiones sociales, vacios que se llenan porque nadie quiere tomarlos, etc. Así las personas llegan a lugares sin otro mérito que el azar.
Antes que sientan que estoy afectando –injuriando- el honor de quienes son altamente capacitados, permítanme una aclaración. No estoy cuestionando la capacidad de quienes están en el puesto que sea –rector, legislador, gerente o lo que fuera- sino que la llegada al mismo se produce por un fenómeno discrecional que depende de fuerzas, llamemos para simplificar, políticas como la variable que sirve para elegir entre dos capaces. Eso sí, después de llegar por ventura de circunstancias favorables sus capacidades pueden desarrollarse o engalanarse o, simplemente, no ser cuestionadas. Así se transforman en la referencia y son escuchadas como tal, por más que su discurso sea vacio, lleno de errores conceptuales en el tema, algo que debería ser impropio en los especialistas del tema en cuestión. En otras palabras, se pueden construir edificios académicos, de gestión o de valoración social que pueden estar basados en falacias que no son capaces de ser cuestionadas.
Si, algunos pueden decir que llegan por concurso. Pero no olvidemos que los concursos también tienen una parte subjetiva que hace el encargado del concurso que no siempre está capacitado en el tema. Sin contar, por ejemplo en la universidad, los que son designados por contratos y que luego de un tiempo, donde ya avanzaron más que sus posibles contrincantes, el concurso funciona para validar a lo que la circunstancia fortuita le permitió acceder.
La mediocridad como norma se basa en ese sistema aleatorio. Si, en ella también hay sobresalientes, inteligentes, capaces y hasta genios. Mi planteo no va por ellos, sino por el hecho que depende tanto de golpes de suertes que se pierde mucho capital humano.
Sólo en la medida que seamos capaces de cuestionar seriamente las bases sobre las cuales tejemos la construcción del conocimiento, la gestión de la cosa pública, la búsqueda del bien común y reduzcamos las cuestiones aleatorias –como la influencia del padrinazgo político, por citar la más evidente, clara y contundente- podremos aspirar a ser una sociedad un poco mejor, un poco más brillante.
viernes, 28 de mayo de 2010
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