Todos y todas tuvimos infancia. Pero no todos y todas pudimos disfrutarla, deleitarnos, jugar, alegrarnos, entristecernos y volvernos a alegrar en ella. No todos pudimos saborearla como si fuera un lujo, un placer, una maravilla completa, un don total. No todos pudimos disfrutar la infancia como se debe disfrutar: con juegos, con regalos, con caricias, con cariño, con travesuras, con cuentos, con bailes, con disfraces, con juguetes, con enojos, con caprichos, con risas ingenuas, con charcos y barro, con siestas, con amigos para siempre.
No todos pudimos pasar por esa época con la magia de un cumpleaños. De esos que hacen que el universo se detenga para que uno abra un regalo y, que de un papel colorido, con un moño gigante adornando, surja un deseo hecho realidad.
No todos pudimos abrir regalos cuando niños y sentir el abrazo cálido del cariño que nos hace creer en un mundo mejor, que nos protege, que nos quiere y que nos invita a bailar y a pensar que ser feliz no es una tarea compleja, sino simple, sencilla y necesaria.
No, no todos lo pudimos hacer. Pero si algunos y algunas tuvimos cumpleaños donde los regalos aparecieron y donde el sentimiento nos invadía, donde las velitas eran una ceremonia y el ritual del juego era un hábito hermoso. Los que tuvimos la posibilidad de vivir eso, lo recordemos en cada cumpleaños pensando que sonreír es una de las formas más simples que tenemos de compartir eso, con aquellos que no pudieron hacerlo y para recordarles a aquellos que a veces, parecen olvidarlo.
¡Felicidades!
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