Hay días que uno se siente pleno de vida, capaz y alegre. Días en que siente que las cosas salen bien, que el orden de los elementos funcionan de la manera que nos favorece. Como si todo se tratase de una coreografía ensayada; con un ritmo sabroso, una química entre los que participan y unas imágenes que cautivan a quienes la ven. Hay días que parece que todo es un maravilloso concierto: armonioso, poético, intenso y motivador. Hay días como esos y otros que son lo contrario.
Lo cierto, es que después de estos últimos días siempre pueden volver los primeros. Eso no depende de otra cosa que el día comience de nuevo, que uno lo intente con la misma fuerza, que realinee los planetas y que los demás, porque siempre intervienen los demás, también hagan su parte, como uno debe hacerla para con los demás.
Si, hay días como esos y como los otros. En definitiva, esa es la vida, la vida que siempre ofrece un poco de todo: invita, divierte, lastima, motiva, cuestiona, maravilla, aburre y más. Aunque lo sabemos, la vida es la forma que tenemos para hablar de los demás, esas personas que nos rodean, nos cruzan, nos callan, nos hablan, nos desprecian, nos violentan, nos apagan, nos excitan, nos estimulan, nos aman y mucho más y algo menos, en ocasiones.
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