No existe acción que nos represente mejor como seres humanos que amar. Están sintetizadas en esa acción todas nuestras virtudes y excelencias como seres humanos. Pero también es el espejo donde se muestran con mayor claridad nuestras limitaciones, nuestras carencias, nuestra fragilidad. El amor es el techo de nuestras capacidades y, también, el piso donde debemos llegar para ser esa especie particular, me gustaría pensar, confieso. Efectivamente, no existe una ambición humana que nos hable de esperanza como el querer amar.
Algo tan necesario, tan imprescindible para la humanidad no es tarea simple y, curiosamente, no ha sido abordado como centro de nuestras preocupaciones sino como algo periférico, dejado a la espontaneidad, a las creencias, al estúpido amor a primera vista.
Sin embargo, este verbo –amar- no es univoco para todos y todas. Lo sabemos no hay un solo amor y aún lo que son el mismo tiene tantas particularidades según nuestras propias modalidades. Sin embargo, algunas cosas podemos decir al respecto. Aceptemos como primer principio que el amar es un don. Si, el amor siempre es un don. Esto es algo que es innegable. Para amar alguien tiene que existir aparte de nosotros. Alguien tiene que generar esos estímulos invisibles -muchas veces- para que podamos generar esa espiral intima donde nos descubrimos capaces de comprender al otro, sabiendo que no siempre entenderemos, acompañar al otro, sabiendo que no siempre podremos dar lo necesario; ayudar al otro, aunque muchas veces no sepamos hacerlo; amar, no implica dolor, pero la vida, lo cotidiano, lo efímero de nuestras vidas, sí.
O sea, amar es algo positivo que podemos hacer. Por ello amar no produce ni sacrificio, ni esfuerzo, ni se lo puede racionalizar. Pero, lo sabemos por las experiencias cotidianas, muchas personas que aman se sacrifican, se esfuerzan, racionalizan –y deben hacerlo-. Porque el amar se hace a partir de nosotros, de nuestra propia naturaleza, de una esencia que no siempre conocemos. Quien ama se muestra y quien se muestra se vulnerabiliza. Quien ama hace muchas cosas que no siempre son racionales pero también las hace racionales. Quien ama, no el amor, por ejemplo, renuncia a cosas. El amor, como todo sentimiento –también como toda construcción del ser humano- se manifiesta a partir de seres humanos concretos que con sus capacidades diversas, sus limitaciones variadas va por la vida intentando decir lo que siente, mostrar lo que siente y hacer en función de lo que cree mejor por lo que siente. El riesgo de equivocarse siempre está presente. Aquí señalo que no amamos una única vez pero siempre hay un amor que nos da alas, que nos permite lo demás, que nos abre la puerta de un universo que es, definitivamente el universo de lo cotidiano
O sea, amar es algo positivo que podemos hacer. Por ello amar no produce ni sacrificio, ni esfuerzo, ni se lo puede racionalizar. Pero, lo sabemos por las experiencias cotidianas, muchas personas que aman se sacrifican, se esfuerzan, racionalizan –y deben hacerlo-. Porque el amar se hace a partir de nosotros, de nuestra propia naturaleza, de una esencia que no siempre conocemos. Quien ama se muestra y quien se muestra se vulnerabiliza. Quien ama hace muchas cosas que no siempre son racionales pero también las hace racionales. Quien ama, no el amor, por ejemplo, renuncia a cosas. El amor, como todo sentimiento –también como toda construcción del ser humano- se manifiesta a partir de seres humanos concretos que con sus capacidades diversas, sus limitaciones variadas va por la vida intentando decir lo que siente, mostrar lo que siente y hacer en función de lo que cree mejor por lo que siente. El riesgo de equivocarse siempre está presente. Aquí señalo que no amamos una única vez pero siempre hay un amor que nos da alas, que nos permite lo demás, que nos abre la puerta de un universo que es, definitivamente el universo de lo cotidiano
Amar, implica, como vimos en otras entradas combinar pasión, compromiso e intimidad. Quien es capaz de hacerlo ama. ¿En qué dosis? En la medida justa que combina lo que uno puede con lo que el otro necesita. Amamos en la medida que ofrecemos nuestro real –no siempre rosa- como punto de partida para construir lo mejor que podemos. Nos aman en la medida que nos acompañan en ese real para lo que podamos construir –como nota positiva siempre-. Amamos, en definitiva, cuando la idea de “lo mejor” para el otro surge como una constante ineludible. El resto, quizás, tenga otro nombre, aunque el disfraz sea el mismo.