La gente regresa porque se va. Una obviedad
dirán. Pero es en esa simplicidad donde radica una de las cuestiones más
fuertes de los viajes. Sean estos por placer, estudio, trabajo, obligación,
exilio o lo que fuera –nunca son tan homogéneos-. Pero cuando uno parte, los
demás se quedan. Se quedan las casas, los edificios, las calles, los árboles,
las personas y todo ello que deja de tener nuestra presencia. Así, ella, tal
vez se nota, se nota porque uno no está y porque el otro lo sabe. Esto es tan
importante. Es más hoy, por ejemplo, gente se fue y yo no sé de su ausencia.
Pero también otros se fueron y sé que no están por más que no los encontraba
hace tiempo. La ausencia es más que no estar, es un espacio que está vacío. Un
espacio que interpela al que se queda y, tal vez, interroga al que se va.
El regreso no revierte la ausencia sino que
conlleva una nueva presencia. Todo viaje nos cambia, aunque sea el acento y sea
transitorio. Uno incluye, a veces nuevas jergas, una tonada –pienso en esas
tonadas españolas que se pegan y que quedan como los últimos hielos antes de la
primavera, deshaciéndose de a poco pero con el encanto de sentirlos. Así, el
regreso de uno, o de los demás nos ofrece nuevas variantes para el intercambio,
pero no hablo de anécdotas sino de perspectivas. La distancia que tantas veces
puede ser simbólica pero con los viajes se hace real –independiente de los
múltiples medios de comunicación que usamos o no, por más que lo tengamos- la
distancia se instala. Dice presente y con ello más que un cuerpo que no se ve,
no se encuentra, no se toca, no se siente, no se habla, no se escucha, no se
presiente. Dice presente el valor de esa ausencia. El peso específico que tiene
esa persona, ese lugar o lo que fuera.
El regreso no reinstala nada. Ya todo es nuevo, todo es a descubrir. No, no hablo que los sentimientos cambien, para nada. Esos cuando los conocemos son para toda una vida, como el amor, por ejemplo. No, hablo que el regreso nos pide, nos exige y nos da la oportunidad de volver a ver si ese espacio que ocupan, que ocupamos tiene algún valor todavía hoy. En ese proceso de validación la libertad gobierna o debe hacerlo y, además, más que eso, lo otro que no es más que permitirnos la sorpresa de ver que la ausencia no implicó otra cosa que nuevos vínculos más fuertes, más coloridos, más intensos. Por ello, ante el regreso, siempre nos deberíamos permitir la magia del reencuentro.