Reveo mi idea de tentación. Está claro que la tentación es
un estímulo que tiene como receptor a nuestro deseo. Es el deseo el que permite
que la tentación surja como algo que nos atrae. En ese sentido simbólico es que
escribí que la tentación tiene ese encanto que nos motoriza y que nos permite
el placer. Que hace que
eso que nos invitan a hacer suene como ¡qué bueno! Sin
embargo, no es sólo el deseo que define a la tentación. Está la otra parte,
aquella que nos afecta. Aclaremos el deseo es una suerte de motor que tenemos.
Nos permite avanzar, en ocasiones, y cuando logramos satisfacerlo encontramos
en ello el placer de lo encontrado y el gozo de lo disfrutado. La sensación que
queda después es mínimamente de satisfacción y de máxima, una nutritiva
sensación positiva de una riqueza “bio-psico-socio-espiritual”. El deseo no
debe ser el problema.
Ahora bien, la tentación no sólo engancha al deseo, sino que
apunta a ese deseo que aún no tenemos elaborado, el que se “linkea” con nuestra
fragilidad expuesta. Estoy refiriéndome a ese estímulo a un deseo que una vez
satisfecho nos sumerge en una sensación de culpa, a una vivencia de daño. Algo
así como un efecto rebote. Aquello que sabemos que aún nos afecta mucho si
caemos en esa iniciativa. La tentación como un peligro para nuestra unidad “bio-psico-socio-espiritual”.
Esta diferencia la señalo como importante. Que sintetizándolo
sería algo así como no digas nunca no a tu deseo, pero siempre di no a tu deseo
que aún no tienes elaborado, aquel que te hace daño.
Esto me recuerda un refrán que tenía hace tiempo, como una
suerte de guía: “no pidas peras al olmo”; al cual le agregaba: porque si le
pidas, la culpa será tuya y no del olmo. Entonces, lo importante es aprender
rápido y de forma muy específica y concreta a diferencias peras de olmos, así a
los primeros sacarle frutos y a los segundos sombra.
Aprendamos más de nosotros siempre para que la tentación no
aparezca y siempre seamos capaces de dejarnos seducir por nuestro deseo. Quizás
así hagamos que nuestro camino a la felicidad no sea una utópica realidad lejano, sino aquella que podemos
vivir realmente todos los días.