Soy hijo porque una mujer me hizo hijo. Soy padre porque una
mujer me permitió ese milagro. En estas dos identidades, que son parte de mí, se
muestra toda mi humanidad.
En la primera, recibí dones, beneficios, vivencias y más cosas, todo envuelto en ese amor incondicional y que, lo sabemos, puede ser tan increíble de reunir ternura y "renegadas" bordadas en el día a día. ¡Si! Los hijos crecemos y hacemos algo con todo eso.
En lo segundo, tuve la maravillosa cercanía con la vida creada y con la posibilidad única y casi perfecta de ser testigo directo y hoy, sólo un responsable necesario de “la alegría” compartida con una mujer, que me bendijo, en esa historia, con la posibilidad de ser padre. Algo que es irrevocable, aún cuando uno ya no sea aquel hombre visto como importante. El amor nos muestra realidad total o fantasía o lo que fuera, según la distancia con que lo veamos.
En la primera, recibí dones, beneficios, vivencias y más cosas, todo envuelto en ese amor incondicional y que, lo sabemos, puede ser tan increíble de reunir ternura y "renegadas" bordadas en el día a día. ¡Si! Los hijos crecemos y hacemos algo con todo eso.
En lo segundo, tuve la maravillosa cercanía con la vida creada y con la posibilidad única y casi perfecta de ser testigo directo y hoy, sólo un responsable necesario de “la alegría” compartida con una mujer, que me bendijo, en esa historia, con la posibilidad de ser padre. Algo que es irrevocable, aún cuando uno ya no sea aquel hombre visto como importante. El amor nos muestra realidad total o fantasía o lo que fuera, según la distancia con que lo veamos.
Escribo esto porque, en Argentina, este domingo se celebra el día de la madre. Un día
para evocar la magia de la vida y sentir el perfume de la capacidad humana de
la entrega incondicional (no soy ingenuo, sé que existen otras madres, otras
situaciones, otras vivencias, pero hoy, permítanme expresarme en estos
términos).
El día de la madre evoca la sutileza de nuestra naturaleza
humana. Ese día que se genera por una comunión que no es necesariamente
perfecta pero que es, tantas veces, maravillosamente íntima. Así un buen día aparecemos en un
útero y de allí la vida que hoy tenemos comienza (biología mediante, horas más o menos). Los
que tenemos la posibilidad de ser padres, recibimos, en ocasiones, la posibilidad
de ser testigos, en primera fila, de ese evento que nos permite seguir
esperanzados en un futuro, en lo mejor.
Luego, nos hacemos adultos y los recuerdos de la infancia
donde nuestros padres, sobre todo nuestra madre, eran omnipresentes, se desdibujan un poco o lo
ocultamos un tanto y empezamos a ver a esa mujer más como nuestra "madre" y un poco
menos como “mamá”. Esta sutileza no merma ni sentimiento, ni cariño, sino que
lo transforma.
Ella, por su parte, sigue siendo la única testigo que
tenemos de la fragilidad que nos rodeaba cuando bebé, de la ingenuidad que hizo feliz nuestra infancia y de
aquellas chiquilinadas de nuestra adolescencia y, también para muchos, de los vaivenes de nuestra adultez. Así vamos por la vida, con una de
las certezas que justifica el universo, una mujer nos amó, una mujer nos ama.
Ya con eso, las cosas tienen otra perspectiva siempre.
A mi madre, a la madre de mi hijo, y para todas aquellas mujeres que fueron, son o serán madres (o imaginaron serlo), vaya este sentir, como un homenaje.